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Al diablo la meritocracia

Daniel Markovits, un profesor de leyes de Yale, se va lanza en ristre contra una nueva dinastía creada a partir de la educación de alto nivel.

26 de septiembre de 2019

Ir en contra de la meritocracia parece un absurdo. Después de todo, el ideal de que solo se ascienda por mérito y no por cuna fue una solución al problema de una aristocracia que monopoliza los privilegios en la sociedad. Aún hoy se cree que gracias a la meritocracia es que muchos pueden escalar la pirámide social a punta de talento y esfuerzo. Pero en la práctica, dice Daniel Markovits en su libro The meritocracy Trap, gracias a ella se está formando una nueva aristocracia basada en la educación de élite.

Las mejores universidades de Estados Unidos aceptan hoy más estudiantes del exclusivo club del 1% más rico, que del 60% que se ubica en la mitad de la pirámide social.

Aunque entre las causas del fenómeno hay nepotismo y corrupción, la principal razón son los papás profesionales que están trabajando de sol a sol para garantizar que sus hijos logren entrar desde temprano a los colegios que les garantizarán la llegada a universidades como Harvard, Yale, Princeton o Stanford.

"En promedio, los niños cuyos papás producen US$200.000 al año tienen calificaciones en las pruebas 250 puntos más altas que las de niños de padres que ganan entre US$40.000 y US$60.000", dice el autor. Markovits describe a estas dinastías como médicos especialistas, abogados, ejecutivos y banqueros que trabajan jornadas increíbles para garantizar la riqueza suficiente para costear los mejores colegios y sacar los puntajes requeridos para ingresar a las mejores universidades. Lo hacen porque los mejores puestos en el mercado están reservados para los graduados de estos planteles.

Esto genera una brecha frente a aquellos que no siguen el modelo y que quedan sin oportunidad de ingresar a estas instituciones. Según un estudio, apenas uno de cada 100 niños nacido en los estratos más pobres de Estados Unidos y uno de cada 50 en la mitad podrá unirse al 5% de los estratos más altos. "La movilidad social está declinando y las posibilidades de que un niño supere a sus papás en ingreso ha disminuido en más de la mitad desde 1950".

Las universidades, además, han ido recortando el número de estudiantes que reciben cada año. Hace algunas décadas ingresaba 30% de los que aplicaban, pero hoy es menos de 10%.

Este sistema para ubicarse en la élite tiene consecuencias en la salud. Según el Centro para el Control de Enfermedades (CDC), los estudiantes de la élite tienen más riesgo de abuso de alcohol que los más pobres y sufren más de depresión y ansiedad.

Los padres no la pasan mejor. Según Markovits, trabajan más de 60 horas a la semana, lo que claramente interfiere en sus relaciones con sus parejas e hijos.

"La meritocracia ha creado una competencia que, aun cuando todos la jueguen al pie de la letra, solo los ricos ganan", reitera.

La solución no es muy fácil, pues como la meritocracia precisamente se vale del esfuerzo para llegar a la cima, no se puede culpar a un banquero por hacerlo. "Lo mejor sería convencerlos de que todo ese trabajo no paga", dice el experto.

Aunque el libro está enfocado en el caso de Estados Unidos, es una reflexión válida para todos sobre la trampa que encierra la meritocracia, una solución para evitar el nepotismo y la desigualdad, que resultó, según Markovits, una quimera.