PABLO LONDOÑO

La teoría de las ventanas rotas

"No se trata de pobreza, es más bien algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales".

Pablo Londoño, Pablo Londoño
17 de enero de 2019

Uno de los grandes dilemas del líder y específicamente de las estructuras de poder en cuanto a su papel de cara a formar cultura, hace relación con si se debe ejercer un papel activo como formador tirando línea y estableciendo un marco de regulación en sus dirigidos o gobernados, o si por el contrario debe establecerse simplemente una gran visión que aglutine, dándoles libertad para que sean ellos los que terminen moldeando su cultura y su comportamiento.

En este sentido, en lo que a política se refiere, la realidad es que la historia avala que tanto los extremos de izquierda y de derecha se han ido por la primera opción. Un muy fuerte marco de regulación con una gran tendencia hacia el tema punitivo y sancionatorio que tiene un gran tufillo a generar orden a través del miedo como estrategia fundamental para generar una sociedad que “funcione”.

De otra parte, y sucede hoy también con las teorías modernas de gerencia, hay una nueva ola de centro para ponerlo en términos políticos (de tibios dirían algunos para utilizar al argot de moda) que podrían ser más proclives a proponer una visión u objetivo muy seductor como nación o como empresa, y comunicarlo de manera tan eficiente, que son los mismos dirigidos o gobernados los que en pos de una visión, se autorregulan apelando de alguna manera a la inteligencia humana y a la presión colectiva.

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Al respecto se me viene a la cabeza la Teoría de las Ventanas Rotas. En 1969, en la Universidad de Stanford, el Profesor Philip Zimpardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, del mismo modelo, color y marca. Uno lo dejó en el Bronx, entonces una zona pobre y problemática de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Un equipo de especialistas en psicología social estudió las conductas de la gente en cada sitio.

Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado a las pocas horas. Le robaron la radio, los espejos, el motor, las llantas, los vidrios, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. Es común atribuir a la pobreza las causas del delito, sin embargo, el experimento no acabó ahí. Cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto.

El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. ¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo? No se trata de pobreza. Es más bien algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que todo se vale. Cada nuevo ataque que sufre el auto multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, produciendo una violencia irracional.

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La teoría del profesor Zimpardo ha dado pie a una multiplicidad de explicaciones de la teoría del comportamiento humano que han sido refrendadas posteriormente como base relevante de las más importantes teorías de cambio cultural, de tipificación de lo que diferentes organizaciones y sociedades entienden por regulación de la conducta humana, pero sobre todo ha abierto un interesante debate, que debería explorarse en nuestro país, de si es la norma y su posterior castigo ( cuando se da que aquí es casi nunca) es el habilitador del cambio.

Es, guardadas las proporciones, lo que nos sucede como Colombianos cuando viajamos a aquellos países que se sabe hacen cumplir la ley y en donde socialmente es mal visto el tener comportamientos de incultura extrema, y en donde, por arte de magia, el mismo individuo que por estas tierras se comporta como un verdadero truhan, se transforma en un príncipe azul y es capaz de comportarse  con un civismo tal, que nos permitiría confundirlo con un verdadero caballero.

Yo, que me declaro abiertamente del grupo de los tibios, creo que si bien al ser humano hay que nutrirlo de valores desde la infancia, y el camino nuestro será largo en materia de educación, creo igualmente, desde una perspectiva un poco más práctica, casi que de filosofía pambeliana, que a los colombianos al final nos interesa vivir mejor que peor, portarnos bien que portarnos mal, vivir en ciudades agradables y no caóticas, y respetar al vecino sin tener que apelar siempre a la caverna y al comportamiento neandertal que nos caracteriza muy frecuentemente.

La multiplicidad de normas, y la amenaza con una sanción que no se cumple, es mil veces peor. Está probado que no funciona. En Colombia hecha la norma hecha la trampa, entre otras porque desafortunadamente el comportamiento antiético no tiene sanción social. Veremos pronto a los Nule y a los Interbolsas  paseándose a sus anchas, después de haber cumplido con una mínima sanción y de no haber respondido por los perjuicios causados. ¡Es hora de cambiar la fórmula!

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