GUSTAVO RIVERO

Teorías de la conspiración

¿Cómo podemos combatirlas?

Gustavo Rivero, Gustavo Rivero
30 de agosto de 2019

Los conspiradores solían intentar encontrar evidencias para luego tergiversarlas y así convencer a la gente. Ahora, solo necesitan un escenario inventado que no se pueda comprobar. Sus acusasiones toman la forma de una simple afirmación con la capacidad de animar la furia popular. Es algo tóxico para las sociedades estables.

Según Rosenblum y Muirhead, internet ejercía un control sobre las falsedades y ahora parece un catalizador. Hoy cualquiera puede decir cualquier cosa a todo el mundo de forma instantánea y gratuita. Incluso los "me gusta" y los retuits dan autoridad a cargos destructivos y sin sentido.

El contrapeso proviene de la autoridad de las instituciones productoras de conocimiento (tribunales, agencias expertas, universidades de investigación) por un lado, y sentido común democrático por el otro. Dondequiera que el conspirador esté remodelando la vida pública, dos medidas preventivas son vitales: defender la integridad de las instituciones con credibilidad y reforzar la confianza en el sentido común.

Algunos dicen que se debería disparar con fuego a las acusaciones conspiradoras, pero la mejor manera de recuperar la realidad es combatir este fuego con agua: recurrir escrupulosamente a argumentos, pruebas y explicaciones que estén disponibles para todos (y sujetas a corrección).

La democracia en Estados Unidos y Europa está amenazada de una manera que pocos imaginaban posible. Muchos asumimos que las bases democráticas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y consolidadas con la caída del Muro de Berlín eran inquebrantables. Reconocimos los déficits democráticos, pero creíamos en la posibilidad de una reforma. Durante muchos años, las encuestas habían documentado una disminución del apoyo a las instituciones democráticas. En los últimos dos años, las medidas de libertad civil y política, que una vez habían disminuido solo en autocracias y dictaduras, empeoraron: en 2016, se observó que las democracias dominaban la lista de países que sufrían reveses.

Según The Economist, los abogados documentan el desprecio por el Estado de derecho y los límites constitucionales. Los observadores políticos experimentados registran violaciones de normas democráticas informales como la tolerancia y la moderación. Los periodistas hacen una crónica y corrigen la avalancha de mentiras a la vez que enfrentan amenazas a la independencia de la prensa. Los psiquiatras señalan patrones peligrosos de burla abierta y hostilidad por parte de funcionarios públicos.

El nuevo conspiracionismo es un participante en la formación de fuerzas disruptivas. Hay afirmaciones que golpean a la política democrática regular: elecciones manipuladas, planes para imponer la ley marcial, representaciones de opositores políticos como criminales, etc.

La difusión de las teorías de la conspiración es un síntoma de nuestra creciente incertidumbre sobre dónde se encuentra realmente la amenaza. El nuevo conspiracionismo es en sí mismo una amenaza para la democracia. Abunda la malignidad y, una vez que se afianza en la vida pública, el conspiracionismo tiene fuerza independiente.

Las nuevas tecnologías de comunicación que eliminan las funciones de control de acceso tradicionales de los medios crean una apertura. Los empresarios de la conspiración aprovechan esta apertura y también los políticos oportunistas. El poder que el nuevo conspiracionismo puede ejercer en la política se amplifica cuando los partidos políticos y otras instituciones se debilitan y entran en desorden.

Donde sea que surja, los efectos corrosivos del nuevo conspiracionismo son distintivos: deslegitimar las instituciones democráticas fundamentales y, en un modo más personal, desorientarnos. Aunque la desorientación es tan generalizada que equivale a una condición colectiva, también es nuestra individualmente.