JUAN MANUEL PARRA

¿Por qué hay profesiones no tan admiradas, ni tan respetadas?

Si queremos que los estándares éticos en nuestro tipo de trabajo mejoren, debemos empezar por analizar qué dice nuestra conducta a quienes ven los impactos más inmediatos de la labor que realizamos.

Juan Manuel Parra, Juan Manuel Parra
21 de agosto de 2019

Una pregunta muy típica que se hace a los niños es “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”. Esto, por supuesto, cambia con diferentes generaciones, pero es interesante verlo también en el contexto de los padres: “¿Qué quisiera que fueran sus hijos?”. La respuesta de los niños suele ser algo como bombero, policía, futbolista o piloto; y muchos padres probablemente preferirían que sus hijos fueran abogados o médicos prestigiosos. ¿Hasta dónde estas preferencias son moldeadas por un cierto modelo socialmente avalado como deseable y hasta dónde es realmente seguido por una vocación?

Desde 1976, Gallup viene midiendo una variedad de ocupaciones en Estados Unidos, en términos de cómo son percibidas por el público respecto de su honestidad y sus estándares éticos. Según este ranking, la profesión consistentemente más admirada por la mayoría de la gente, y de lejos durante los últimos 20 años, es la enfermería. Otras profesiones que los norteamericanos califican en “alto” o “muy alto” por su honestidad y sus estándares éticos son los médicos, los farmaceutas, los maestros de escuela y los oficiales de policía. 

Frente a otras profesiones, la opinión pública norteamericana se muestra dividida. Los abogados, por ejemplo, son calificados como “promedio”, mientras que frente a los periodistas el público está dividido, pues reciben por igual un tercio de las personas diciendo que sus estándares son altos y muy altos, mientras otro tercio los califica como bajos o muy bajos, explicado por cómo han asumido sus posiciones frente al Gobierno, lo cual cae bien o mal dependiendo de la filiación política de los votantes. Sin embargo, es claro que la opinión positiva sobre las enfermeras (84%) sobrepasa por mucho de la opinión positiva sobre las otras profesiones más admiradas como los médicos (67%), los farmaceutas (66%) y los maestros de escuela (60%); además, las enfermeras no reciben casi calificaciones de “bajo” o “muy bajo”. 

De las 20 profesiones rankeadas, es curioso que a partir de la novena (los periodistas), su imagen negativa tiende igualar o superar la positiva, siendo dramática en el caso de los peor rankeados, en la percepción sobre su honestidad y estándares éticos, comenzando –en una especie de ranking sobre los peor vistos – por: 1) los miembros del congreso, 2) los vendedores de autos, 3) los agentes de tele-mercadeo, 4) los publicistas, 5) los agentes de bolsa, 6) los directivos de empresa, 7) los abogados y 8) los líderes sindicales. Pero la variación es alta entre los miembros del congreso (que tienen una imagen positiva de 8% y una negativa del 58%) y los líderes sindicales (con una imagen positiva de 21% vs 31% de imagen negativa).

Hay años coyunturales que cambian las tendencias, como cuando los bomberos ocuparon el primer lugar después de los atentados del 11 de septiembre, pero son las profesiones asociadas con el cuidado y la salud las consistentemente bien vistas por la gente. 

En contraste, hay otro estudio realizado por Varkey Foundation –una ONG global dedicada a la educación- aplicado en 35 países, con más de 30.000 personas que opinan sobre 14 profesiones. La Fundación pidió a la gente asignar un puntaje de máximo 14 puntos a 14 profesiones típicas, dando como resultado un nuevo ranking de “las profesiones más respetadas”, si bien parece más alineado con decir que son las más “ambicionadas” (lo que más nos gustaría ser o que nuestros hijos fueran). Así, las ganadoras son medicina, leyes e ingeniería, y las “menos interesantes” fueron trabajo social, diseñadores web y bibliotecarios. En la media, con aproximadamente 7 de 14 puntos, aparecen las enfermeras, los policías y los maestros de diversos grados. Pero, señalan, aquellos roles que puedan ser remplazados por algoritmos y máquinas estarán en riesgo de desaparecer, mientras que aquellas profesiones con un toque más humano o unas habilidades más propias del cuidado que difícilmente podrán ser remplazadas por robots. 

Pero el informe deja ver ciertos aspectos interesantes. Por ejemplo, cada vez hay menos gente interesada en ser profesor de primaria y secundaria en el mundo y está lejos de ser una ocupación apetecida para los graduados más cualificados de los países desarrollados, pues si bien los profesores son generalmente apreciados en los países orientales (China, Malasia y Taiwan), no los valoramos en los países occidentales. Entretanto, ocupaciones como la de los contadores y los consultores no son tan apreciadas en términos de respeto, pero sí atraen por la paga. La enfermería o la docencia son profesiones paradójicas, porque mientras son consideradas como ocupaciones de estatus bajo y poco deseadas, son altamente respetadas y los rectores y directivos de las entidades educativas cuentan con una gran autoridad y credibilidad frente al público. 

Muchas de las ocupaciones peor vistas tienen en común su visibilidad en medios. No es porque no se requieran líderes sindicales, congresistas, publicistas o empresarios, ni porque todos sean perversos, sino porque–a ojos del público- hay unos muy visibles que parecen poco respetuosos de la verdad, deshonestos, manipuladores, y volcados sobre sus propios intereses y sus objetivos inconfesables. Entretanto, a nuestros médicos, enfermeras y profesores no los tenemos “mojando prensa”, sino en el ambiente más íntimo de los consultorios donde nos atienden y sanan o en los salones donde nos enseñan. En cambio, en el ranking de las ocupaciones más apetecidas vemos aquellas donde los padres creen que sus hijos tendrán mejores oportunidades de salir adelante. 

Comparando los dos estudios queda un cierto sinsabor, pues aquellas ocupaciones a las que la gente menos quisiera dedicarse y que tienen un bajo estatus en términos de respeto y valoración económica son admiradas por el bien que aportan a la sociedad y muy necesarias para el bienestar de todos. ¿Se imagina qué pasaría en un país donde no haya suficientes enfermeras, maestros y policías? ¿Quién más sino ellos tienen la vocación para hacer esas tareas tan vitales para la sociedad? Y debe ser un tema de vocación, porque el dinero es poco, el respeto es exiguo y la valoración por sus incontables horas de trabajo no alcanza al esfuerzo y atención que nos dedican. 

Al margen de lo que mucha gente piense, la honestidad y los estándares éticos no los sacamos solo de ver narconovelas y de los malos ejemplos que abundan en los titulares de los periódicos, sino que se aprenden por contagio, como un virus. Ahí donde estamos siempre hay alguien observándonos y aprendiendo de nosotros; alguien que nos copia y nos sigue, sean a veces colegas y colaboradores, o nuestros hijos o hermanos. Si somos malos jefes o empresarios corruptos y nos va bien, alguien similar querrá copiar nuestra perversa fórmula del éxito, porque quien dirige, educa. ¿Por qué alguien debería hacer lo que nosotros hacemos o imitar nuestra forma de hacerlo? ¿Seremos modelo de algo que inspira a los demás, de trabajo bien hecho, de honestidad y competencia, al margen del nivel de cargo y de la tarea que desempeñamos? Porque si queremos que los estándares éticos y de honestidad en nuestra área de trabajo mejoren, debemos empezar por qué expresa nuestra conducta a quienes ven los impactos más inmediatos de nuestro propio trabajo.

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