ÁNGEL PÉREZ MARTÍNEZ

Odio y educación

La filósofa alemana Carolin Emcke sostiene que: “En un espacio público cada vez más polarizado, se impone una línea de pensamiento que solo permite dudar de las opiniones ajenas, nunca de las propias”.

Ángel Pérez, Ángel Pérez
10 de junio de 2019

En su extraordinario libro Contra el Odio, Emcke toma posición sobre cómo los que pueden estar arriba o debajo de la pirámide social, son los que permiten y sustentan el odio hacia el otro. Cuando odiamos, de alguna manera producimos un sentimiento que se descarga contra el otro, hacer que se sienta mal y hasta lograr, de manera intencionada, que sufra. El odio es irreflexivo, se nutre de pensamientos donde no hay dudas, donde no se cuestiona y no se razona: “si dudaran no podrían estar tan furiosos; odiar requiere una certeza absoluta” dice la autora.

El odio se construye, solo necesita un lenguaje y una persona o un grupo de personas para mentir, engañar o despreciar. Quien odia tiene la necesidad de fortalecer pensamientos o visiones de la vida en términos absolutos, de desarrollar convicciones donde no es posible permitir la tolerancia, el perdón o la humildad. El odio no permite la reflexión o el perdón, menos ponerse en los zapatos del otro, para congraciarse con él. El odio no requiere verdades, ni demostraciones de ninguna índole. A través del odio se exacerban pasiones y ello explica el porqué se actúa más sobre el engaño y la mentira; por eso quienes odian justifican hasta lograr que parezca normal afectar la dignidad y la vida del ser humano. La historia de la humanidad tiene ejemplos aterradores sobre cómo a nombre de verdades absolutas se maltrató, se humilló y hasta se mató.

Le puede interesar: Educación media en Colombia: más de lo mismo

El odio humano en masa, el odio político, puede justificar la acción violenta contra el otro y dar el paso necesario para justificar la humillación, el maltrato físico y hasta la discriminación humana, que normalmente terminan afectando a los más débiles o a los más indefensos.  

El odio en términos políticos busca dividir, para nada le interesa la verdad, menos los consensos, el fortalecimiento de la democracia y los propósitos comunes de sociedad. El objeto de quienes estimulan el odio desde la política y el poder es cultivar su desarrollo día tras día, acá no hay centro ni tibios, ellos saben que detrás de su accionar político se esconde el propósito de crear fanáticos o enemigos. Quien odia está obligado a usar un lenguaje directo, a veces brutal, con señalamientos. En lo político se prepara la comunicación con violencia y sinrazones. Trump es un buen ejemplo, la sanción, la amenaza y la dureza de su léxico, son su éxito político; las redes sociales ayudan a cumplir su descarga de emociones vanas que unos compran y otros atacan. Las redes permiten planear piezas comunicativas desde donde se direccionan juicios prefijados: “cuidado viene el chavismo”; “necesitamos un muro en la frontera con México porque ahí entran los malandros latinos”; “a los pobres no hay que regalarles nada porque se malacostumbran” y “la fuerza, la autoridad y el castigo son la ley”.

Le sugerimos: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”

El problema es que el odio se fomenta a partir de conocer bien las pasiones humanas y sus debilidades. En cambio, no odiar parece más complejo, se requiere el uso de la razón y de un pensamiento crítico que privilegie la verdad y los valores colectivos. Más educación y formación para buscar la verdad, controlar lo emocional y reflexionar con sentido humano, contra las verdades absolutas que unos y otros venden. El mejor antídoto al odio es el camino del conocimiento, encontrar respuestas a la duda y la búsqueda de la verdad; cuando se razona no cabe el fanatismo ideológico o la verdad del poder.

Por último, en una sociedad donde la mentira y el odio pululan pienso en las dificultades de los maestros, en su trabajo diario en el aula con 30 o 40 adolescentes o jóvenes, difícil enseñar a respetar al otro, a tener fe, esperanza y amor por la condición humana. Sin embargo, reconozco que existen docentes que logran pensar de manera pedagógica en función de sus estudiantes y del entorno en que ellos conviven, sin dejarse amedrentar por los líderes o la política del odio. Son docentes que entienden que su trabajo con los estudiantes es especial, que requieren unos criterios morales superiores para valorar las acciones de quienes odian y engañan, ellos luchan por formar buenos seres humanos. Gracias a estos maestros aún en las escuelas priman los principios morales de solidaridad, respeto, equidad y amor, pero sobre todo parece volver a la escuela el pensamiento crítico, como una forma de no dejarse llevar por la ola de la destrucción y el engaño, que es lo que produce el odio humano.  La sociedad requiere crear zonas protegidas donde no se incuben el odio y otras pasiones mezquinas a la vida humana, algunos pensamos que la escuela y sus maestros siguen siendo un gran acontecimiento para la vida humana en convivencia y sin odio.

Puede leer: La media jornada escolar no ayuda a la calidad de la educación de los pobres