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Enrique Gómez Martínez Columna Semana

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El huracán y el tiempo perdido

Con la fuerza e inevitabilidad del fenómeno atmosférico, Petro sigue su curso destructivo de la economía, la seguridad ciudadana, la salud, las instituciones y la ética pública.

Enrique Gómez
23 de enero de 2024

Colombia, sus ciudadanos y sus instituciones están atrapados en el huracán Petro.

Con la fuerza e inevitabilidad del fenómeno atmosférico, Petro sigue su curso destructivo de la economía, la seguridad ciudadana, la salud, las instituciones y la ética pública, sin pausa y sin consideración alguna con las advertencias, los efectos perversos o las consecuencias de sus acciones.

Está en su naturaleza y su destino destruir todo lo que le rodea, despreciando los logros y avances de la sociedad colombiana y mundial. Su capacidad destructiva, arropada en su mesianismo cuasi bíblico, sobrevive y se sustenta en la continuada impunidad de la que ha gozado toda su vida.

Impunidad frente a sus acciones y militancia terrorista, impunidad frente a la falsa retórica, la financiación ilegal de sus campañas y la desastrosa gestión como alcalde de Bogotá. Petro ha construido un método para nunca ser o aparecer responsable de ninguno de los efectos de sus acciones.

La irresponsabilidad material y política que logra, basada en la total falta de vergüenza y en la infinita y patológica capacidad de tergiversar la realidad, es una expresión de la psicopatía de Petro, como lo describe el Manual de Clasificación Internacional de Enfermedades:

  1. Cruel despreocupación por los sentimientos de los demás y falta de capacidad de empatía.
  2. Actitud marcada y persistente de irresponsabilidad y despreocupación por las normas, reglas y obligaciones sociales.
  3. Incapacidad para mantener relaciones personales duraderas.
  4. Muy baja tolerancia a la frustración o bajo umbral para descargas de agresividad, dando incluso lugar a un comportamiento violento.
  5. Incapacidad para sentir culpa y para aprender de la experiencia, en particular del castigo.
  6. Marcada predisposición a culpar a los demás o a ofrecer racionalizaciones verosímiles del comportamiento conflictivo.

Narcisista, carente de empatía, mentiroso y manipulador. Pero eso ya lo saben ustedes.

El problema es que allí está y se quedará hasta el fin de su mandato haciendo males. Y muchos de los que lo rodean se parecen a él o aprovechan su forma de ser para avanzar sus agendas personales o grupales.

Como el huracán, es poco o nada lo que podemos hacer como sociedad para detenerlo. Se supone que las instituciones democráticas protegen a la democracia de sus propias decisiones. En realidad no es así.

Hemos constatado la creciente impenitencia del Gobierno y sus miembros en todos los frentes. La vergonzosa indiferencia y negligencia de la ministra del Deporte con el cumplimiento de compromisos contractuales respecto de la atribución de la sede de los Panamericanos para Barranquilla, que ni siquiera implica su remoción del cargo, como si esta no fuese la principal responsabilidad de su cartera.

La toma, bajo chantaje grosero y ostensible a las cajas, de la presidencia de Nueva EPS.

El reajuste insuficiente de la UPC y de los presupuestos máximos para continuar con la quiebra intencional del sistema de salud colombiano, exponiendo la vida y la salud de todos.

La repartija de dádivas, mercados y subsidios a diestra y siniestra para empezar a granjearse el favor popular de cara a las elecciones de 2026.

La descarada entrega de las zonas rurales a los violentos y la adopción de nuevos escenarios de impunidad para narcos de todas las pelambres como política de Estado.

Y mientras todo esto sucede, se frotan las manos los mandarines que alientan el huracán, con los vientos de venganza judicial que se avecinan con la nueva fiscal. Los impresentables de la corrupción, el abuso de poder y el prevaricato de este gobierno tendrán la herramienta para silenciar a la oposición.

El Congreso ha perdido completamente la vergüenza. Salvar la credencial y asegurar la reelección es en realidad el único derrotero de conducta de la clase política colombiana. Para los parlamentarios del Liberal, el Conservador, La U o los verdes, entregarle el país a Petro bien vale la pena si preservan sus privilegios y su capacidad burocrática y contractual. No importa el costo para la nación, no importa si los meten presos, no importa nada.

Al paso del caracol, el sistema de justicia, con la misma indiferencia y lentitud con la que administra justicia a los ciudadanos del común, aparecerá por allá en 2028 o 2030 y nos contará que lo que se hizo en tantos frentes en este gobierno del huracán era ilegal e indebido cuando “ya pa’ qué”, como dicen coloquialmente.

Y los grandes grupos económicos, que controlan la gran prensa, se han acomodado ya, limitando sus pérdidas, convencidos de que sobrevivirán al huracán por estar siempre mejor guarecidos.

El país perderá mucho, en todos los frentes, pero sobre todo perderá tiempo en la búsqueda de un mejor mañana. Será necesario reconstruir la institucionalidad, la salud, la imagen internacional, la economía, la seguridad y la cohesión social respecto de un proyecto de desarrollo hoy abandonado en medio de un absurdo devaneo retórico y la obsesión ambiental convertida en excusa universal para imponer el comunismo más retrógrado.

El tiempo es lo más valioso que Petro roba a la nación. Es urgente acordar una agenda para la reconstrucción nacional. Este consenso debe ser el foco de todas las energías de la oposición, sin atinencia a las aspiraciones y centrado en las acciones y prioridades del próximo gobierno para impedir que los efectos del huracán nos impongan más años perdidos en la ruta hacia una Colombia grande y exitosa.

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