ADRIANA MOLANO

Telecirco: las gracias de creer que en la tecnología están todas las soluciones

En nuestro contexto, pretender mantener la normalidad a través de la mediación tecnológica es tan risible como esperar que por la condición social estaremos salvados del riesgo de contagio.

Adriana Molano, Adriana Molano
27 de marzo de 2020

Gracias a la pandemia se ha hecho evidente lo que todos quienes trabajamos en estos ámbitos ya sabíamos: no estamos digitalmente preparados. Probablemente la sensación de colapso e incertidumbre que vivimos por estos días esté asociada a que en el fondo entendemos que una cosa es usar la tecnología y otra muy distinta es haberla apropiado, transformando nuestras prácticas personales, organizacionales y gubernamentales. 

Con ánimo reflexivo les comparto algunas de las reflexiones que he tenido en días recientes sobre el trabajo, la educación y las comunicaciones mediadas por la tecnología:

Teletrabajo: el karma del trabajo conectado

El teletrabajo podría ser para todos, pero realmente no lo es; más allá de la obviedad de los millones de cargos asociados a tareas que requieren la presencia física del trabajador en las instalaciones de una empresa, en la mayoría de los casos el teletrabajo no ha logrado alcanzar su verdadero potencial porque ni empleados ni jefes están preparados para adoptarlo.

Es comprensible la recomendación del Gobierno por adoptar planes de teletrabajo (con la formalidad jurídica que implican sobre los contratos) y de trabajo en casa (aplicables a momentos de coyuntura como el presente y sin tantas arandelas normativas), pero lo cierto es que luego de haber visto años atrás un significativo despliegue en regulación y acompañamiento para impulsar la adopción de esta modalidad laboral en el país, lo cierto es que las apuestas de los más recientes gobiernos no han estado enfocadas en fortalecer estas formas de trabajo –tampoco es que el sector empresarial haya puesto mucho de su parte–, así que sencillamente no se ha dado la evolución organizacional que nos hubiese podido preparar para estos momentos de crisis.

De acuerdo con el último Estudio de Penetración del Teletrabajo realizado por el MinTIC en 2018, +120.000 personas en el país ejercen oficialmente sus actividades bajo esta modalidad laboral. No conozco el dato específico de cuántos de los 22,5 millones de trabajadores colombianos podrían adoptar regularmente modelos de trabajo conectado –creo que realmente no se ha medido el tamaño de esa torta–, pero lo cierto es que, así fuera una décima parte del total de trabajadores los que pudieran, con los actuales solo llegaríamos a un 5% de penetración, cifra poco representativa en estos tiempos.

Desesperados jefes ven hoy en la tecnología una oportunidad para mantener la continuidad de sus negocios y se enfrentan a los desafíos que supone el tener que fortalecer sus esquemas de comunicación, colaboración y seguimiento –que, por cierto, no tienen nada que ver con la mediación tecnológica–.

Con efecto latigazo por no haber dado más pasos hacia nuevas formas de trabajar desde años atrás, ahora es tiempo de aprender sobre las mejores y peores prácticas al adoptar modelos de trabajo conectado –ojalá y estemos midiendo lo que se debe para que el piloto global valga la pena–.


Teleeducación: bendición de algunos, maldición de muchos

96% de los estudiantes de escuelas públicas del país no tiene cómo tomar una clase virtual por no tener un computador o una conexión a internet en su hogar. La cifra la publicó semanas atrás el Observatorio de la Economía de la Educación de la Universidad Javeriana y lo que en su momento parecía un problema de lo público, en días pasados se evidenció también para muchas instituciones privadas: no todos los que creíamos conectados lo están. 

En una de sus comunicaciones sobre cancelación de actividades presenciales, la Universidad Nacional señaló que “hasta donde sea técnica y humanamente posible, continuaremos intensificando el uso de plataformas virtuales y medios electrónicos en todas las actividades académicas”, aquí la expresión más pertinente es, sin duda, la de lo técnico y humanamente posible.

Técnicamente, no es posible para las instituciones educativas dotar de dispositivos ni de conexiones a todos sus estudiantes –tampoco es su responsabilidad y ahora me pregunto si con este propósito no fue que surgieron iniciativas de gobierno como Computadores para Educar–; humanamente, el desafío de desarrollar las habilidades y competencias propias de la virtualidad entre estudiantes, acostumbrados a usar lo digital con fines de entretenimiento, y docentes, algunos tan tradicionales que censuran el uso de dispositivos en el aula, evidencia que antes de hablar de teleeducación necesitamos pensar en una educación para la era digital.

Como nota al margen, pero no de menor importancia, abrir la puerta a la teleeducación supone para los campus más tradicionales dejar entrar al enemigo que atrapará las almas de los cada vez más escasos estudiantes. ¿Bendición para los procesos de enseñanza–aprendizaje y maldición para el negocio de la educación? Amanecerá y veremos.

Telecomunicaciones: llevar la conexión a sus justas proporciones

Estamos conectados –al menos el 54% de la población mundial según la UIT (del 46% restante poco se habla recientemente porque para qué encontrarle más patas al gato)–, pero podría ser que nuestra infraestructura de conectividad decida tomar medidas de distanciamiento social y colapsar en caso de que no hagamos un uso adecuado de la capacidad de las redes disponibles.

Aunque Asomóvil y los voceros de los distintos operadores han indicado que cuentan con la infraestructura suficiente para soportar las condiciones actuales de conectividad requeridas por el país –incluso los gigantes de las telcos han demostrado su compromiso con la causa al entregar paquetes de voz y datos adicionales en beneficio de sus usuarios–, también han hecho énfasis en que dependemos de la responsabilidad digital de los usuarios para mantener el paraíso digital andando.

En otras latitudes se han visto aumentos del 40% de uso en las redes fijas de internet, +50% en servicios de voz y +25% de consumo de datos móviles en las últimas semanas, lo cual es coherente con la puesta en marcha de planes de teletrabajo y formación virtual, pero ¿cuánto más aguantará nuestra infraestructura?

Sabiendo que ampliar el tendido físico no es viable en este contexto, nos quedan dos caminos por tomar para no colapsar nuestras redes: usuarios haciendo un consumo responsable, o gobierno y operadores limitando la disponibilidad de servicios para priorizar lo que se entendería como vital para el país. Si el caso es el primero, nos ganaríamos un aplauso como ciudadanos digitales en pleno ejercicio de nuestros derechos y obligaciones; si llegamos al segundo, estaríamos ante un escenario que pondría en riesgo la neutralidad de la red y una oleada distinta de desafíos digitales nos arrasaría.



Teleconexiones: la solidaridad en tiempos digitales

Solo por dejar el abrebocas de este punto, vale la pena considerar que lo que somos en digital no es nada distinto a un reflejo del conjunto que forma nuestra identidad, es decir, de quienes somos en realidad.

El instinto de conservación, ciego y arrasador, logró traernos hasta este punto como sociedad, ¿hasta dónde nos llevará como humanidad? 

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Son tiempos complejos para todos y sin duda alguna la internet hoy se convierte no solo en herramienta sino en escenario para cimentar las bases de la sociedad de la Cuarta Revolución Industrial, entonces ¿qué tal si aprendemos del experimento y, de una vez y en adelante, trabajamos sobre las falencias que como individuos, organizaciones, gobiernos y colectivos desde hace tiempo habíamos identificado?

#YoMeQuedoEnCasa


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Más reflexiones sobre los impactos de lo digital en la vida social, económica y el desarrollo sostenible en @amolanor