ERICK BEHAR VILLEGAS

¿Somos capaces de decir “yo no sé”?

Es entendible el miedo que genera aceptar no saber algo.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
22 de junio de 2018

El juego sabelotodo alguna vez sirvió para suponer que alguien podría llegar a saber cosas en demasía. Mientras la frase socrática ‘solo sé que nada sé’ se cita tranquilamente, quizá sean muy pocos los que aceptan abiertamente que no saben algo. Hagamos unas reflexiones que nos pueden ayudar a ser más sinceros, por el bien de todos, aceptando que a veces no sabemos algunas cosas.

Sin importar cuánto estudiemos, vivamos y conozcamos, de una u otra forma habrá suficientes cosas que nunca entenderemos, estudiaremos ni conoceremos. Si en nuestra era la capacidad computacional se duplica cada dos años y medio y existen más de mil millones de direcciones IP, simplemente no lograremos conocer todos los zettabytes de información que guarda el internet, incluyendo temas realmente profundos y relevantes, no solo la basura digital que ronda por ahí. Aceptando nuestra microscópica existencia entonces, podríamos reflexionar sobre una cultura sincera que admite no saber algunas cosas. Quizá los expertos del puente de Chirajara o todos nosotros en el día a día contribuiríamos más a la sociedad con la sinceridad.

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En As You Like It de Shakespeare, Touchstone le dice a William que el tonto se cree sabio, mientras el sabio se sabe tonto. Forjar esa sabiduría es posible con un ingrediente llamado sinceridad. Nos sorprendería bastante a los colombianos escuchar a profesores alemanes de más de 65 años, autores de centenares de textos, frugalmente decir: “no sé, nunca he estudiado ese tema así sea muy actual, entonces no sé si mi opinión sea adecuada”. Es entendible el miedo que genera aceptar no saber algo, pero, como dicen Dubner & Levitt, autores de Freakonomics, uno se sorprendería con la amabilidad que encuentra al admitir que no sabe algo.

Dubner & Levitt dicen que las palabras más difíciles de decir en EE.UU son “I don’t know” o yo no sé. Una explicación que encuentran es simplemente que cuesta más aceptar que uno es ignorante que lo que costaría realmente la consecuencia de estar equivocado. Quizá esto suceda en nuestras mentes, pero hay consecuencias de equivocaciones que pueden golpear profundamente nuestro entorno. Como solución aparece la experimentación y la aceptación de información sencilla o retroalimentación, todo acompañado por admitirlo cuando errarnos. Si queremos avanzar como sociedad, esta aceptación debe ir en la cultura nacional y en la organizacional.

Llevémoslo al sector público de nuestro querido país. El régimen de control (disciplinario, fiscal, etc). en Colombia está diseñado para acabar con los que cometen errores, no para prevenir que sucedan, así lo digan por doquier en costosos e inútiles foros. No hay un milímetro de flexibilidad con el error, creando así sistemas implícitos de desincentivos que terminan impulsando la deshonestidad. Imaginen que en una entidad pública una persona encargada de programar pagos comete un error de digitación en un sistema. ¡Pobre! Primero tendrá que pasar por los suplicios disciplinarios y luego será persona non grata hasta que años después, si le va bien, un burocrático fallo concluya en cientos de folios que la mano de la persona no es el demonio en persona.

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La expresión errare humanum est (errar es humano) se puede aprovechar pensando en mecanismos de corrección automatizados, control constructivo y apoyo en procesos de formación. Pero esto requiere la capacidad de decir que no sabemos. Es curioso que, apostándole menos a la ciencia en Colombia, nos pensemos el país de conocedores, mientras que en otros lugares en donde la ciencia prima vía inversión estatal, acepten sin problema la ignorancia. Shawn Smith, doctor en psicología, nos dice que el Yo No Sé es muy bueno. Primero, le abre la puerta al conocimiento. Segundo, demuestra el carácter de alguien al vencer la inseguridad. Tercero, fortalece relaciones interpersonales gracias a la humildad. Cuarto, sirve para prevenir el daño a otros dada la desinformación hiriente. Como anécdota de colegio, tuve un profesor que tenía explicaciones para todo. Escépticos de su curiosa erudición, decidimos entre varios escribir un texto posmoderno, de palabras aleatorias sin sentido alguno y presentárselo a modo de prueba. Con suma seguridad nos presentó una explicación, inclusive convincente. Ese día nos demostró que la charlatanería puede convencer a los incautos y por otro lado que hay una gran diferencia entre instructores y maestros. Afortunadamente fue reemplazado rápidamente por valiosos maestros, aquellos que debemos multiplicar para poder difundir la sabiduría y humildad de no saber.

PS: Un ejercicio recomendado es decir mínimo tres veces al día en diversas situaciones, de manera sincera y comprometida: no sé, pero averiguaré.

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