ERICK BEHAR VILLEGAS

Nada más incierto que el “yo te aviso”

¿Recuerdan la última vez que les dijeron, o mejor, que ustedes mismos dijeron: “yo te aviso”, “cuenta con eso”, y que, por extraños motivos cósmicos, nadie les avisó a nadie y nadie contó con nada? Hablemos de la muy cierta incertidumbre que inunda las conversaciones en Colombia y otros lugares.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
16 de julio de 2019

El acervo es interesante y rico: “yo te caigo”, “cuenta conmigo”, “revisamos”, “claro que sí, cuadramos”, “firmes”, “de una”, “nos vemos ahí”. Pero a veces termina en un limbo nihilista en donde triunfa la procrastinación y no sabemos bien por qué algo no se da. Luego aparecen fenómenos extraños como la “reconfirmación”: “no fui porque no reconfirmamos”, como si uno hiciera una compra online y la página le preguntara un día antes de la entrega: “¿estamos confirmados?, ¿seguro? ¿Al fin sí?

Procrastinar significa aplazar algo para mañana, de crastinus, perteneciente al mañana. Lo hacemos cuando queremos, por ejemplo, escribir algo y decimos que mejor retomamos otro día. Lo interesante es cuando lo vemos como un fenómeno colectivo ligado también a costumbres de incumplimiento y puntualidad. Estos dos fenómenos no necesariamente son equiparables a la procrastinación, pero hay situaciones en las que se combinan para luego anclarse en la idiosincrasia.

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Si tenemos algún compromiso con otras personas y empezamos a priorizar de todo caóticamente, terminamos procrastinando hacia el incumplimiento. Hay empresas que dejan para el mañana el pago a sus proveedores; aparecen oficinas públicas que procrastinan por excelencia para justificar su lento e inútil actuar, pero al final de todo, nosotros mismos nos incumplimos al procrastinar. Si me prometí comer menos, pero mejor empiezo en ese lejano “mañana”; si me prometí terminar un libro esta semana, pero ahí sigue más abandonado que el destino de este país, me incumplo a mí mismo. 

Para entender estos minicompromisos verbales o escritos y el por qué procrastinamos, la economía, la psicología y otros campos tienen respuestas interesantes. Le pregunté a mi colega Carlos García, decano de Medicina de la Universidad Vasco de Quiroga en México, que ha venido estudiando la procrastinación desde la neurociencia. Basado en varias investigaciones sobre las bases psiconeurobiológicas de la procrastinación, el profesor Carlos nos cuenta que “se evidencia que las personas con mayores niveles de procrastinacion tienen menos desarrollados sus procesos de metacognición, es decir, sobre la capacidad de pensar sobre lo que se piensa”.

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Esto estaría relacionado con menores actividades cerebrales en áreas como la corteza prefrontal anterior, “dando lugar a fallas en las denominadas funciones cerebrales ejecutivas como la iniciación, inhibición, planeación, organización, memoria del trabajo, automonitoreo, monitoreo del desarrollo de tareas y la organización de la información”. Lo más interesante es que procrastinar está relacionado también con tener dificultades emocionales y la capacidad de regular estados afectivos. Según el decano Carlos, esto se refleja en la corteza anterior del cíngulo y en la amígdala cerebral. 

Ahora llevemos esto al plano colectivo: esa falta de organización, planeación y automonitoreo son problemas típicos de una sociedad que se incumple a sí misma aplazando todo en su propia ignorancia técnica, ahogada ésta en sus falsos acervos políticos y jurídicos. Dicho de otra manera, una sociedad que procrastina y se incumple, realmente se engaña en su carencia de metacognición social. 

Uno de los profesores de economía conductual más agradables de leer es Dan Ariely, conocido por su libro Predictably Irrational y, recientemente por su aparición como analísta en el documental The Inventor, que relata el fiasco de Elizabeth Holmes y la gran mentira de Theranos. Ariely nos cuenta cómo vivimos procrastinando en la vida, dejándonos llevar por la tentación de la gratificación inmediata. Cuando Ariely hizo unos experimentos con sus estudiantes en MIT, se dio cuenta que la imposición externa es la solución efectiva contra la procrastinación. Es decir, si una voz externa dicta que debo cumplir (por ejemplo, la Dian y no mi mera voluntad), termino cumpliendo con más probabilidad que dejándole todo al tentador mundo de las buenas intenciones e inexistentes acciones.

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Así, el “yo te aviso” que deriva en nunca avisar funge como un fiel y poderoso reflejo de una sociedad llena de incumplimiento y a la vez procrastinación. Debemos tener, como personas y sociedad, un impulso, interno y externo, para no dejarnos llevar por la inercia del aplazamiento. Esto no implica el cortoplacismo, sino el compromiso con ser cumplidos y honrar la palabra que se da.