MARIO VALENCIA

La inteligencia emocional está de moda

El psicólogo Daniel Goleman advierte que la inteligencia emocional es un elemento fundamental para el éxito profesional, quizás tanto o más que el coeficiente intelectual.

Mario Valencia, Mario Valencia
21 de enero de 2019

Con el desarrollo científico de los últimos 200 años, la psicología y la economía intentaron establecer patrones de comportamiento fijo para los humanos, basados en el pensamiento racional, la capacidad de abstracción, el pensamiento lógico y el método científico. Esto llevó a la idea de que las decisiones humanas se tomaban dentro de esos parámetros, relegando las emociones y los sentimientos a un segundo plano y concluyendo que se toman decisiones exclusivamente racionales. Los hechos demostraron que el comportamiento no se puede modelar tan fácilmente.  

En las últimas cuatro décadas, diversos investigadores, algunos de ellos como Daniel Kahneman, Richard Thaler, Daniel López Rosetti y Daniel Goleman, han liderado rigurosas investigaciones que muestran que el proceso de decisión humana está basado en una buena dosis de carga emocional, que en el mejor de los casos se convierte en argumentos racionales, pero no necesariamente llega hasta allá.  

Por ejemplo, en Las 100 estrategias del método Obama, Rupert L. Swan cuenta que estudios de mercadeo político en Estados Unidos arrojan que a los electores de ese país no les gustan los sabiondos, porque los sienten alejados del común de la población. Es decir, Obama no ganó, en buena medida, por la coherencia racional de su discurso, sino por su empatía con los electores y lo que supo despertar en materia de emociones, sentimientos, esperanzas y valores, que corresponde más a lo que se ha denominado inteligencia emocional.  

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El psicólogo Daniel Goleman advierte que la inteligencia emocional es un elemento fundamental para el éxito profesional, quizás tanto o más que el coeficiente intelectual. Escribe que, con mucha seguridad, la mayoría de los jefes de los tradicionales nerds del colegio o la universidad, son personas con menos coeficiente intelectual, pero con más inteligencia emocional. Como en todo, lo que se busca es el equilibrio: de poco sirve para la vida en sociedad una persona con una alta empatía y muy poco conocimiento científico o el gran matemático incapaz de relacionarse socialmente, tipo Sheldon Cooper.  

La mala noticia es que la inteligencia emocional no se puede medir en las aulas de clase. Todas las evaluaciones, desde inicios del siglo XX, están enfocadas en medir el coeficiente intelectual, desconociendo por completo la inteligencia emocional. De ahí que exista un divorcio entre los resultados académicos y los logros profesionales, laborales y personales.  

Peor aún, esta brecha es más grande entre las predicciones econométricas de los computadores y los resultados económicos en el mundo real. No es vano, y no debe pasar desapercibido, que en la última década dos psicólogos, Kahneman y Thaler, han ganado el premio Nobel de economía por sus estudios sobre el comportamiento de los agentes de mercado. Ellos probaron como falso el mito de la maximización de beneficios, argumentado por la pseudociencia microeconómica. 

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El reconocimiento a sus investigaciones se da -justamente- porque sus resultados son científicos, analizando la forma en que evolucionó el cerebro humano: de abajo hacia arriba, desde el tronco cerebral primitivo -puramente instintivo- pasando por la aparición de las seis emociones básicas: miedo, ira, alegría, tristeza, asco y sorpresa, hasta la reciente etapa evolutiva del cerebro pensante, que llevó a que los humanos pudiéramos racionalizar los sentimientos y controlarlos, bien sea por medio del autodominio o de medicamentos. 

Así mismo crece el cerebro en los embriones. Las condiciones de crianza actual ponen de manifiesto la necesidad de prestar cada vez más atención a la inteligencia emocional. Paradójicamente, la abundante disponibilidad de información ha creado una falsa cultura de desprecio por el conocimiento. En las aulas de clase es cada vez más difícil hacer que los estudiantes lean y esto se debe, en buena medida, a la incapacidad paternal de establecer límites, disciplina, enseñar a superar la frustración, además de tener una conducta moralmente correcta beneficiosa para la sociedad. Por eso es normal que un estudiante condene la corrupción al mismo tiempo que considera válido sobornar a una autoridad para que no imponga una infracción de tránsito.  

A propósito de las elecciones de octubre, para muchos políticos puede ser útil estudiar más a fondo el universo que se ha abierto en torno a la inteligencia emocional, no como reemplazo de la razón, sino como complemento de la misma, entendiendo que sus electores son -como expresa López Rosetti- seres emocionales que razonan. 

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