ERICK BEHAR

La forma, no el fondo: la receta para seguir frenando a Colombia

Perder el tiempo es algo común, a veces lo hacemos voluntariamente, o simplemente nuestro entorno, por ejemplo, aquel auspiciado por el legalismo estatal colombiano, fomenta la pérdida de tiempo, que luego se materializa en el triunfo de la forma sobre el fondo.

Columnista , Columnista
14 de mayo de 2019

En la Colombia ultralegalista, heredada del obcecado formalismo de Santander, sí que hay una obsesión por la forma de las cosas, por la norma, mas no por su espíritu y menos por la complejidad que debe abordar la manera en que se interpreta una regla social.

La misma economía es víctima del legalismo y la obsesión con la forma. Para lograr hacer algo bien, puede ser más importante el abogado que el mismo inventor o ingeniero. Así no les guste lo que diré a muchos, lo siento, pero si no hubiera tanta desconfianza en el sistema, habría menos necesidad de tanto sagrado derecho. Pero la naturaleza humana no falla, y menos si se mezcla con nuestra accidentada historia. El legalismo es y será un común denominador en nuestro ADN; la pregunta es si podemos contrarrestar la tendencia paulatinamente.

¿Por qué pesa más la forma de las cosas que su esencia o fondo? Parte de la respuesta está en el mismo poder y, otra parte, en la educación. Sobre lo primero, les conviene a algunos que haya burocracia, lenta y difícil, pues esa aplica para los que hacen las cosas honestamente y no para los que la mueven como un títere. Por otro lado, en la educación ha hecho falta históricamente el pensamiento complejo, nutrido por formas de pensar e impactar, y no por ríos de información que luego se olvida. Poder ligar variables, razones, explicaciones y sucesos que no parecen estar conectados, se logra con disciplina y ciencia, de lo contrario seremos víctimas de interpretaciones voluntariosas y políticas de leyes que son esclavas de un contexto histórico, de algún miedo, error o simple capricho político.

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Para ilustrar, revisen el decreto 1194 e 1936, con el cual se buscó frenar la migración judía en Colombia pidiendo todo tipo de requisitos absurdos. O como lo muestra Fernando Guillén en su libro sobre el poder político en Colombia, desde la Encomienda ya había “una copiosa legislación sobre los indios [sic]” que terminó siendo obstaculizada por las Leyes Nuevas de Carlos V en el siglo XVI. Entonces, el sistema legal pareciera ser más una colcha de retazos con pizcas de oportunismo, y no el reflejo de un proyecto de nación. Y así, diariamente se desgastan absurdamente cientos sino miles de entidades publicas blindando todo legalmente, sabiendo que el blindaje no resiste el ataque político y perfora aquella artificial superficie de la ilusión técnica.

En promedio, un ser humano vive 25.915 días, según un estudio internacional financiado por Reebok. No es tanto si lo miramos en perspectiva y por ello digo que es algo frustrante que perdamos tanto tiempo colectivamente pendientes del Artículo 4, modificado por el 8, o de la sentencia X, la resolución Y, que luego de cientos de días, llegó a una conclusión politizada o a un descubrimiento que nada tiene que ver con el pragmatismo. Pero señor, ¡venga y se notifica personalmente! y por medio de la presente le comunicamos que ¡su tiempo nos importa lo más cercano al nr. 5! Pero eso sí, bien expresado en una resma de papel que pocos leerán, se guardará en un archivo, en honor a los árboles talados para ese fin. Ahora imaginen que no existieran todas esas resmas de papel burocrático: ¡cuántas personas tendrían que buscar trabajo en temas productivos!

Y no es que en otros países que tienen una buena calidad de vida no haya marañas legales. Claro que las hay. El 60% de la densa literatura tributaria es en alemán, pero en los países de origen germánico el sistema funciona; hay x requisitos, sí, pero si se cumplen, se realiza un trámite en el tiempo determinado; el funcionario tiene un bagaje educativo y cultural lo suficientemente rico para hacer su trabajo, interpretar y decidir. Allá, tanto la forma como el fondo pesan, y ese equilibrio es ideal. Lo he dicho en varios casos, la burocracia alemana es mucho más flexible que la colombiana. Tal y como sucede en las Fuerzas Armadas de Israel, se dota al soldado con suficientes capacidades para que tome decisiones autónomas. Ya así fluye el sistema.

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En nuestra naturaleza humana, la forma siempre pesará, pero debería estar en función del fondo de las cosas, y no de un reciclaje entrópico de más cosas de forma. Sobre esto escribió García Villegas con brillantez: “El superávit jurídico es una respuesta al déficit de conocimiento” para luego agregar esta radiografía de la realidad: “En Colombia todos los problemas tienen en el horizonte un proyecto de ley o una demanda; por eso terminan en el Congreso o en la Corte Suprema después de haber recorrido decenas de despachos en donde centenares de tinterillos-con-diploma discuten hasta el agotamiento el sentido de las palabras para luego, como diría García Márquez en El otoño del patriarca, dejar morir esos asuntos entre los ‘hongos de colores y los lirios pálidos de los memoriales polvorientos de la nación’”. Por favor enmarquen este párrafo.

Ahora, propongo que sea la misión de cada uno de nosotros, sin importar donde estemos, en el trabajo y en cualquier aporte que sintamos que podamos hacer, que pese mucho más el fondo de las cosas, con sentido común y pragmatismo, que la artificialidad de las formas que se inventan por ahí.

Post Scriptum: El Instituto Agustín Codazzi no ha movido un dedo para el trámite que reporté, y ahora los van a premiar con más fondos. Así funciona la ironía en Legalland.

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