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Claudia Varela, columnista

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Los jefes que no olvidaremos

Si comparamos las relaciones en el trabajo como un balance contable, al final debe haber rendimientos, es decir, los ingresos deben ser mayores.

Claudia Varela
28 de abril de 2024

Existen esos momentos donde, aunque no pierdes tu esencia, sabes que hay que sonreír porque las empresas, muchas veces, con este exceso de ego que quiere ser complacido, te exigen que sonrías a pesar de que en realidad ni el personaje ni el acontecimiento lo merezcan.

Y esa reflexión que les llega a muchos sobre si está donde quiere estar, es un momento perfecto para observar y escuchar. Si comparamos las relaciones en el trabajo como un balance contable, al final debe haber rendimientos, es decir, los ingresos deben ser mayores.

Uno de los grandes dividendos de mi existencia está en los jefes que he tenido en el camino, y en estos años donde las clases y el coaching han sido parte de mi vida profesional, he aprendido y recordado lo que me marcó de todos mis jefes a lo largo de mi carrera. Y es que, aunque he aprendido un montón de cosas muy positivas, también me prometí jamás cometer los errores que más me marcaron.

Cuando nació mi primer hijo, yo era muy joven y el jefe que tenía en aquel entonces, hombre sabio e increíblemente brillante en economía, me dijo que no tomara mi hora de lactancia porque eso era “para operarias y gente de planta” y, por tanto, no se me veía bien. Aprendí el gran sentido de la empatía, porque el señor solo la tenía con los grandes señorones (al menos así los veía yo en aquel entonces) que iban a su junta directiva. Recuerdo que lloré en mi oficina por horas entendiendo la inconsistencia de su mensaje y la tristeza de no poder salir más temprano a ver a mi bebé.

Mi carrera fue muy rápida, así que muy joven me ofrecieron un puesto interesante y tuve que renunciarle después de un año a mi primera jefe mujer que me dijo, que “ese puesto me iba a quedar grande y que no iba a ser capaz”. Aprendí, por supuesto, el gran poder de la sororidad y de empoderar a mujeres más jóvenes. Un buen consejo en ese momento hubiera caído mejor que ese vaticinio que al final le salió en reversa.

También recuerdo a un jefe que exigía un montón. Yo era bastante “ñoña”, así que trabajaba un poco extra para ponerme al día porque a veces tanto Excel me mareaba cuando yo era comunicadora, publicista, creativa. Su exigencia me llegaba bien, el problema es que el personaje cuando lo necesitaba estaba leyendo revistas, hablando por teléfono, tomando café o pegado a redes sociales. Aprendí de este ser la magia del ejemplo y de acompañar al equipo cuando se necesita.

Siguiendo por el paso de los años, recuerdo a otro jefe al que todos teníamos que llamarle doctor. Eso ya ponía una diferencia enorme en la relación con su equipo. Este personaje, que era en realidad simpático, tuvo varias perlas en sus años de trabajo conmigo, les compartiré dos y, si contamos el “doctor”, serían tres.

Había un camino para entrar a las oficinas que era solo VIP y otro la entrada del resto. Alguna vez llegué con él de una reunión y me hizo dar la vuelta, ya que yo no era VIP y, por tanto, esa puerta era solo para él. Otro fabuloso día, cuando yo tenía seis meses de embarazo de mi tercer bebé, tuvimos una reunión a mediodía que se alargó. En algún momento le dijo a su asistente que pidiera almuerzo. Lo increíble es que pidió solamente para él, mientras yo seguía sin comer, presentándole lo que él necesitaba ver para su reunión.

De este ser humano aprendí que todos somos definitivamente iguales y que jamás hay que generar estos espacios de diferencia que merman el compromiso del equipo. Luego de esas situaciones, mi nivel de compromiso con él era más bien pobre, aunque me encantara mi trabajo.

Como conclusión me queda que la vida te enseña no solo de lo que llamamos referentes y modelos, sino también de aquellas experiencias que te muestran lo que no hay que hacer como líder. El aprendizaje se da en la medida en que observes de corazón.

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