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José Miguel Santamaría Uribe

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Entre la mentira y la corrupción

Aún es célebre la frase del presidente Turbay de que la corrupción debería reducirse a sus justas proporciones.

José Miguel Santamaría
1 de marzo de 2024

Decir que en Colombia no había corrupción antes de Petro, es decir una mentira muy grande. Desafortunadamente, ha sido una constante en todos los gobiernos, independientemente de la corriente ideológica que gobierne.

Todavía sigue siendo célebre la frase del presidente Turbay cuando dijo que la corrupción debería reducirse a sus justas proporciones. Muy mal que un país con tantas necesidades de recursos para obras, salud y alimentación de los más necesitados, cohoneste con los corruptos.

Adicionalmente, la obsesión que hemos tenido los colombianos por lograr la paz nos ha llevado a una gran sin salida: tener que negociar y negociar, entregar mucho más de lo que merecen esos bandidos, pero, además, como ya lo saben, estos personajes se han venido aprovechando sistemáticamente del gobierno de turno. Ellos, con su dinero fácil, con su negocio narco, han permeado la sociedad con esa filosofía de que quien tiene plata y armas es quien manda.

Desafortunadamente, la línea ética de la sociedad colombiana ha venido ampliándose en forma descarada. Nada más pensar que tenemos de presidente a alguien que perteneció a un grupo narcoguerrillero, que pactó con Pablo Escobar para tomarse el Palacio de Justicia y que vivió del secuestro durante años, es una muestra de lo que pensamos. Muchas de las personas que terminaron votando por Petro lo hicieron más en contra de los políticos tradicionales que consideran corruptos que por él. Nunca pensaron que se iba a aliar con los más malos políticos tradicionales para acabar las instituciones y el sistema de salud.

Las elecciones de octubre, que hoy se consideran un triunfo de la oposición, no lo son tanto. Muchos de los alcaldes y gobernadores elegidos son cuotas de los mismos políticos que están buscando contratos y puestos en el Gobierno, a cambio de apoyo para los proyectos que impulsa en el Congreso. Los mismos con las mismas.

A veces he llegado a creer que el gran problema de los colombianos no está solo en la educación, que es muy mala, no es competente, sino también en que nunca se le ha enseñado a la población a leer, mucho menos a comprender y entender lo poco que se lee. Entonces ve unos casos en que es imposible tener una conversación coherente con alguien sobre un escrito de dos o tres páginas sencillo, pues no entienden lo que leen.

Que la justicia colombiana tenga un 97 % de impunidad tampoco ayuda. ¡Cuántos corruptos caminan orondos por puestos públicos y privados donde siguen haciendo sus maromas! No puede ser que los colombianos voten por políticos porque roban poquito, o porque roban y hacen obras. Es que la ética no tiene ranking. Simplemente, se es corrupto o no se es.

Lo peor es que el gobierno del cambio resultó siendo el peor fiasco en términos de corrupción. Ni siquiera hacen eso bien. Lo ocurrido con los carrotanques de La Guajira, el efectivo manejado en maletines por la que, hoy, funge como la mano derecha del presidente, son síntomas de la descomposición del país. Porque acá no pasa nada.

Si le adicionamos a la receta de la corrupción una porción de mentira, que es bastante reiterativa en los discursos de Petro (la insulina para adelgazar es un ejemplo), tenemos una bomba que puede acabar cualquier democracia que no esté atenta a defenderse.

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