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¿Eficiencia vs. calidad escolar?

Según datos del Ministerio de Educación Nacional (MEN), aún son muchos los estudiantes que reprueban el año escolar. Para ello, los periodos de recuperación deberían ser realmente una alternativa para mejorar las deficiencias que tienen los estudiantes en ciertas áreas. ¿Pero realmente se aprovecha esta oportunidad en beneficio del aprendizaje de los estudiantes?

Raúl Ávila Forero
29 de enero de 2024

A los estudiantes y los padres de familia no solo les espera, tras cada fin de año escolar, las festividades y un periodo de vacaciones que disfrutar a mitad o a fin de año. Un poco antes, varios deben lidiar con una realidad un tanto frustrante: saber si los estudiantes perdieron materias y si, en dado caso, todo termina en la pérdida de un año escolar. Haremos una reflexión a inicios del año escolar para varios estudiantes, analizando las incidencias e impactos de estas medidas de política pública de educación escolar.

Por supuesto, esta reprobación escolar tiene un sinsabor difícil de digerir. Sin embargo, las instituciones educativas brindan un periodo de recuperación que suele durar un par de semanas para tratar de reforzar los temas y las materias que fueron todo un desafío para los estudiantes, antes de darles una última oportunidad para presentar el examen extra que determina si se pasa o no el año.

Ahora bien, vale la pena tener en cuenta, en paralelo, que las reprobaciones escolares también pueden significar para los colegios una baja eficiencia interna, un aumento en los indicadores de repitentes, deserción, mortalidad académica anual en aumento, entre otros. En general, diversos indicadores que podrían comprometer los resultados de su eficiencia escolar.

Así, en 2019, un poco más de 203.000 estudiantes tuvieron que repetir el año. En 2020, con la llegada de la covid-19, esta cifra ascendió a 491.700, aproximadamente. Esto representó un aumento del 142 %, lo cual es bastante alto si se compara con el 2018, cuando el aumento fue del 27 %.

Por supuesto, en la medida en que se empezó a identificar el aumento en las pérdidas de materias o de grados, también se fomentó la generación de normativas para disminuir estas tasas. Por ejemplo, el Decreto 230 de 2002, cuyo propósito fue garantizar el 95 % de la aprobación de estudios a los estudiantes, lo que implicó fue la oportunidad de promoción automática para que los establecimientos educativos no superaran el 5 % de reprobados.

Ahora, la promoción automática sigue en vigencia, gracias al Decreto 1290 de 2009, ya que dio autonomía a cada una de las instituciones para determinar cómo iba a ser el sistema de promoción que manejaría internamente, según el desempeño que reflejaran los estudiantes de educación básica y media.

Con todo, no es que se pueda responsabilizar directamente al Estado por la reprobación alta que se ha sostenido los últimos años. Sin embargo, sí debería brindar algunos lineamientos generales para que, al menos, los periodos de recuperación sean aprovechados y nutran verdaderamente los conocimientos y capacidades de niños y jóvenes.

Entonces, en medio de querer mostrar buenos resultados, vale la pena considerar qué tanto impacto tienen estas alternativas para bajar el número de reprobados y de repitentes en las instituciones año tras año. Asimismo, para identificar cuáles serían los factores que se necesitan para mejorar realmente la calidad de la educación en los colegios, yendo más allá de las tasas de reprobados, que podrían poner en duda la eficiencia escolar en una institución.

A inicios de diciembre del año pasado, el barómetro educativo PISA (las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes) volvió a rajar a Colombia en matemáticas, lectura y ciencia. Ante ello, la principal causa que se saca de ello es que la deficiencia refleja el impacto de la pandemia en nuestro sistema educativo. ¿Pero hasta cuándo se podrá sostener esta como la excusa suprema para todo? Hay que tener en cuenta que las pruebas PISA de 2018 reflejaban casi que las mismas deficiencias, por lo que el llamado a mejorar las prácticas educativas ya se había hecho, pero se sigue pasando por alto.

Incluso, increíblemente en 2021, salían artículos que exaltaban que, a pesar de los efectos de la pandemia, el 2020 fue un año en el que se lograron mantener los índices de acceso y permanencia escolar y que en ciudades como Bogotá esos eran indicadores que incluso habían mejorado. Todo ello, basado en cifras preliminares del Ministerio de Educación Nacional y de la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH), para terminar diciendo que no sabemos si lo que estamos haciendo en materia de educación está bien, pero al menos lo seguimos haciendo para más personas.

Asimismo, si hacemos un poco de remembranza, hubo casos en los que varios padres de familia tuvieron un gran dolor de cabeza para mantener a sus hijos estudiando sin el espacio adecuado ni los medios necesarios (como buen internet o dispositivos tecnológicos). Incluso, varios colegios, tanto públicos como privados, la tuvieron bastante difícil por no tener las plataformas ni las herramientas digitales necesarias para dar continuidad a las clases. Por ello, podemos encontrar un gran número de versiones encontradas sobre el asunto.

Por lo pronto, estos periodos de recuperación no parecen cumplir su propósito. Los procesos de aprendizaje tienen una heterogeneidad tan alta que no podemos hablar de una fórmula de éxito precisa para mejorar la calidad de la educación en nuestro país. Por ello, los padres de familia y los profesores tienen que evitar que los periodos de recuperación provoquen una sensación de frustración y fracaso.

En lugar de ello, deben considerarse como una oportunidad de aprendizaje y refuerzo al final del año. Dado que son menos estudiantes, esta debería ser la ocasión perfecta para que mejoren sus falencias en las materias reprobadas y que fueron un verdadero reto de entender, ya que tienen una formación un poco más personalizada y enfocada. Pero si se sigue viendo estos periodos solo como una alternativa para disminuir las tasas de reprobados o para mostrar una “buena” eficiencia institucional, no se podrán intensificar las conversaciones pendientes en pro de mejorar la calidad de nuestro frágil sistema educativo.

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