Un fotograma del largometraje.

ZOMBILLENIUM (2017)

Zombies con cara de Mickey Mouse

Óscar Garzón Mejía
19 de octubre de 2017

El cine de animación infantil y adolescente parecería estar cayendo en una peligrosa tautología: cada vez es más infantil y adolescente. Mucho de este cine, en su mayoría proveniente de los grandes estudios de Hollywood, ha confundido niñez con falta de inteligencia; ternura y juego con ingenuidad y mercadeo. Basta hablar con un niño para encontrarse con demostraciones contundentes de rebeldía, violencia, crueldad, imaginación desbordada e inteligencia juguetona. Zombillenium, estrenada en el Festival de Cine de Cannes 2017 y presentada en el BIFF (Bogota International Film Festival) en su sección BIFF Kids, es una película de animación franco-belga que en su centro retoma muchas de estas ideas de rebelión y violencia reprimida, solo para volcarlas en una historia clásica de redención y transformación sin grandes despliegues de sorpresa ni imaginación.

Basada en la serie de cómics del mismo nombre del artista Arthur de Pins y codirigida por de Pins y Alexis Ducord, Zombillenium se enmarca en el universo fantástico de un parque de diversiones habitado por las criaturas del terror clásico: zombies, vampiros, brujas, esqueletos, hombres lobo y momias que viven en una pequeña sociedad capitalista que atraviesa una difícil crisis económica. El parque hace mucho tiempo reporta pérdidas y la gente ya no parece interesarse en los sustos que ofrecen sus criaturas.

Hector (Emmanuel Curtil), el protagonista de la película, es un arrogante y tosco inspector laboral que vive inmerso en los compromisos de su trabajo. Sin notarlo, Hector está dejando de lado a su pequeña hija Lucie (Esther Corvez-Beaudoin), quien a su manera reclama un poco de atención y cariño. La llegada de Hector al parque de diversiones para realizar una inspección laboral de rutina lo obligará a replantear sus prioridades y sus valores.

Sin embargo, bajo la trama ya muchas veces vista de redención y corrección moral, Zombillenium parecería plantear unas ideas que sorprenden por su lugar en una película infantil: en varias de sus escenas se esbozan críticas y referencias a la alienación que produce el trabajo, a la labor sindical, a la unión de los trabajadores para combatir a quienes detentan el capital. En esa medida, la película estaría más cercana a Karl Marx que a Walt Disney, pero su trama central de redención termina por arrojarla en los brazos del último. La imaginación que sus realizadores revelan al reconfigurar las criaturas clásicas del terror para actualizarlas a las nuevas generaciones (por ejemplo, la bruja con camiseta de Nine Inch Nails y escoba-patineta voladora) parece esfumarse cuando se trata de explorar otros caminos más contundentes que lleven a su personaje principal a un final más acorde con estas ideas de rebelión y libertad imaginativa.

Además de su trama, Zombillenium resulta doblemente decepcionante por su desaprovechada representación de uno de los grandes arquetipos del cine: el zombie. La representación de la muerte en movimiento  –del muerto viviente– es una contundente alegoría de la alienación, de la muerte de la identidad que arrastra consigo la muerte misma. En esa medida, el zombie, más allá de las convenciones del género, es en el fondo una ficción eficaz que sirve para narrar la profunda crisis social que trae la alienación del hombre moderno.

George A. Romero, uno de los padres del cine de zombies, supo explorar la ansiedad social y el descontento con su obra. No es gratuita, por ejemplo, la relación que hace Romero en Dawn of the Dead de un espacio en apariencia aleatorio como el centro comercial y los zombies. Sus escenas en ese lugar evocan –como en una gran sátira– la decadencia moderna a la que se enfrenta un hombre ante las múltiples ofertas materialistas de un centro comercial. En ese orden de ideas, el parque de diversiones de Zombillenium sería un espacio ideal para desarrollar más a fondo la alienación que produce el afán de ganar dinero con el entretenimiento. Los elementos están presentes en la película: la crisis grupal, la carencia de liderazgo, las fuerzas jerárquicas que buscan oprimir. Sin embargo, todo esto se desecha para resaltar el camino de la redención y el amor que el cine infantil norteamericano de la ingenuidad sabe vender mejor.

Hace falta entonces en Zombillenium un cine infantil que esté a la altura de los niños. Uno que no tema a la complejidad si esta va de la mano de la imaginación pictórica y narrativa. Una animación quizá menos limpia y perfecta que se entregue realmente a los horrores complejos y a la vez sorprendentes de la representación de los muertos vivientes. Como una víctima que no logra huir de la alienación zombie, la película de Ducord y de Pins no logra escapar de la horda de lugares comunes que deja sin vida una gran parte del cine infantil animado mainstream. Hace rato ya todos los zombies de este tipo de cine animado tienen la misma cara de Mickey Mouse.

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