En 2010, China se convirtió en el país con mayor capacidad instalada de energía eólica. También tiene el centro de estudios de energía solar más grande del mundo | Foto: iStock

SOSTENIBILIDAD

Para lograr un verdadero cambio hay que incentivar las energías limpias

Eso lo han puesto en práctica en China. Durante muchos años su dependencia al carbón lo convirtió en un país poco amistoso con el medioambiente; hoy la realidad es otra.

Juan Pablo Ruíz Soto*
23 de octubre de 2018

De los errores se aprende. Durante décadas China ha sido una de las naciones del mundo con mayor contaminación atmosférica, pero ahora es líder en energía solar y eólica. A través de la historia su crecimiento económico estuvo ligado al carbón. De esa forma las chimeneas esparcían los residuos contaminantes sobre los trabajadores de la maquila. Bajo la premisa de incrementar la producción a precios bajos, el costo social y el ambiental fueron altos. La naturaleza pasó su cuenta de cobro. Los daños al medioambiente generaron problemas de salud y la pérdida de productividad en sus trabajadores.

China emite más CO2 que Estados Unidos y la Unión Europea juntos. De 1979 a 2014, el consumo de energía se multiplicó por siete para alimentar una economía que aumentó 25 veces y una población urbana que se cuadruplicó (de acuerdo con las cifras del Banco Mundial). La contaminación y la gran vulnerabilidad del país frente al calentamiento global obligaron al gobierno a cambiar su estrategia. Guangzhou y Shanghái se encuentran entre las diez ciudades más vulnerables del mundo y 80 millones de chinos viven en zonas costeras de poca altura y alto riesgo.

En mayo de 2014, el presidente Xi Jinping anunció una “nueva normalidad” económica, que busca un progreso financiero menos acelerado, pero más sostenible y equitativo. El Plan Quinquenal de Desarrollo 2016-20 tiene como eje el ‘crecimiento verde’. La república oriental tendrá que afrontar grandes retos en su consumo de energía y el uso del carbón, la descarga y la contaminación de aguas, la calidad del aire, el deterioro de los suelos y la destrucción de ecosistemas naturales.

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China ha creado grandes espacios de investigación para tecnologías limpias. Hoy tiene el centro de estudios en energía solar más grande del mundo y es el principal productor de paneles solares. Su meta es disminuir las emisiones de CO2, por unidad de PIB, un 65 por ciento, a 2030 –el plan comenzó en 2005–.

Esta dinámica ambiental muestra contradicciones. El país ha declarado el 15 por ciento del territorio como área protegida. Los bosques cubren el 21,7 por ciento de la nación y entre 2005 y 2014 aumentó su zona boscosa en 21 millones de hectáreas. Se reforestarán 75 millones adicionales, sin embargo, sigue perdiendo biodiversidad. En algunas ciudades los niveles de contaminación atmosférica han bajado 30 por ciento, pero aun crece el número de autos privados.

China representa la mitad del consumo mundial de carbón, pero en 2015 logró disminuir el uso de este mineral; y planea que la participación de las renovables en su matriz energética sea del 20 por ciento para el 2030. Los esfuerzos chinos merecen una mención, de hecho, de 1990 a 2010, más de la mitad del ahorro de energía en el mundo se ha dado en ese país.

*Economista y consultor en Medioambiente y Desarrollo para el Banco Mundial.