Los productos forestales no maderables, es decir frutos, semillas, flores, raíces, ramas, fibras, gomas, resinas, aceites y hongos, permiten desarrollar economía e innovación desde los territorios, promover bienestar y oportunidades para las comunidades, y combatir la deforestación.
Los productos forestales no maderables, es decir frutos, semillas, flores, raíces, ramas, fibras, gomas, resinas, aceites y hongos, permiten desarrollar economía e innovación desde los territorios, promover bienestar y oportunidades para las comunidades, y combatir la deforestación. | Foto: Mauricio Florez

VI Cumbre de Sostenibilidad

Economía forestal: estas son las oportunidades de un modelo basado en la biodiversidad de los bosques

Aprovechar los productos forestales no maderables no solo promueve la conservación de los bosques, sino que impulsa el desarrollo de una economía basada en la innovación y bienestar de las comunidades.

Redacción Semana
1 de agosto de 2023

En medio de un preocupante panorama de deforestación de los bosques de Colombia –cerca de 3 millones de hectáreas fueron arrasadas entre 2000 y 2019, de acuerdo al Departamento Nacional de Planeación–, una nueva visión se está abriendo camino. Deja atrás la concepción horizontal sobre ellos, en la que son madera para cortar e impedimento para la ganadería, y los mira verticalmente.

Los ve como entidades que deben ser protegidas, pero también como bienes que pueden generar recursos e innovación. Cada árbol contiene productos forestales no maderables (PFNM): “Son los bienes de origen biológico, distintos de la madera y la fauna, obtenidos de la flora nativa”, explica René López, ingeniero forestal, biólogo y profesor de la Universidad Distrital. Es decir están compuestos por recursos aprovechables que no implican talar: frutos, semillas, flores, raíces, ramas, fibras, gomas, resinas, aceites y hongos, entre otros.

En términos de transformación, la gama de opciones que permiten estas materias primas es amplia: alimentos como el corozo o el asaí, tintes como el achiote, cosméticos como el aceite de sacha inchi y artesanías como cestas o canastos, por ejemplo. A pesar de que los PFNM tienen definiciones de alcance mundial, el docente invita a entender estos bienes según contextos más locales. “En Colombia, no quisimos enmarcarlo solo en los productos de los bosques, sino que tratamos de potencializar el uso de sus diferentes ecosistemas y su biodiversidad al incluir también los recursos, por ejemplo, de páramos, mares y humedales”, asegura.

El potencial de los PFNM radica en la variedad de beneficios que traen consigo, tanto así que la Organización Internacional de Maderas Tropicales –OIMT– se refiere a ellos como “regalos del bosque”. No es para menos: proveen estabilidad económica, seguridad alimentaria y sentido de pertenencia a las comunidades rurales, dinamizan las economías nacionales, fomentan una mayor participación femenina y protegen saberes ancestrales; todo esto, mientras restauran la biodiversidad, cuidan las cadenas alimenticias animales y mitigan el cambio climático al desincentivar la deforestación, lo cual, a su vez, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero. Un efecto dominó de sostenibilidad.

Las soluciones que dan los PFNM demuestran la idea de que innovar es mirar las cosas que ya existen de una manera nueva, tratándose más de un cambio en la mirada que de uno en el paisaje: la biodiversidad, afortunadamente, ha sido una constante colombiana, pero esta tendencia la plantea de una manera diferente. Para evitar la pérdida de cobertura forestal, “se le da valor a mantener ese mismo bosque en pie, pues con los planes de manejo adecuados esto permite que todas las personas ganemos”, dice Luis Ríos, director nacional de Palladium y exmanager de Partnership For Forests (P4F) en Colombia. Ya sea en los términos de ganancia colectiva, de la que habla Ríos, o de ofrendas naturales, como lo menciona la OIMT, la realidad es que los PFNM están generando cadenas de valor que permiten entender la sostenibilidad como un fenómeno que sobrepasa lo ambiental.

Por un lado, está su relación en el crecimiento económico e industrial: en India, el impacto económico de los PFNM ya supera el de la industria maderera: 27.000 millones de dólares anuales de los primeros, frente a 17.000 millones de la segunda, de acuerdo a los datos de la OIMT. En Colombia, de acuerdo a López, quien lleva trabajando con PFNM cerca de 20 años, este mercado es cada vez más robusto, aunque aún tiene pendiente el reto de cuantificarse formalmente.

“Desde la época de José Celestino Mutis tumbaban árboles para mandar cortezas a Europa; ese es el esquema que estamos cambiando. Es una nueva forma de ver los sistemas productivos porque no se trata únicamente de exportar materias primas, sino también de incluir procesos de transformación e industrialización para basar la economía de Colombia en su biodiversidad”, agrega.

Ese es el caso de Edwin Chamorro, un ingeniero químico que en 2015 dejó su carrera en el sector petrolero para dedicarse a un negocio más alineado con sus valores personales. “Ya eso no iba con mi concepto de la vida, con mi visión de lo natural y lo ambiental. Decidí dejarlo todo para dedicarme exclusivamente a trabajar los productos e ingredientes naturales de nuestra biodiversidad”, explica el CEO de Inzunai Cosmetics, empresa dedicada a la cosmética natural con productos como un hidratante para el contorno de ojos hecho a partir del aceite de cacay. Según sus proyecciones, entre este y el próximo año terminará las gestiones administrativas que le permitirán exportar su marca a Estados Unidos y Europa.

La historia de Chamorro no es solo una muestra de que los PFNM pueden proveer solvencia material para las familias colombianas: su cambio de los hidrocarburos a los bienes del bosque, además, refleja la voluntad de validar científicamente el conocimiento que lo rodeó al crecer entre Putumayo y Nariño.

“Creo que el ser humano tiene que volver a sus raíces ancestrales, consumir lo natural. Por eso, quise escuchar a nuestras comunidades y utilizar el método científico para demostrar efectivamente los beneficios que cada planta ha prestado históricamente”, afirma.

“Por eso, es un riesgo la pérdida del lenguaje verbal de varias comunidades. Ahí hay un sinnúmero de conocimientos que, como humanidad, necesitamos recuperar, valorar y guardar”, señala Ríos. En este punto, converge la mirada de los tres: los bosques colombianos son un inventario que continúa en construcción, y que convoca a volver la mirada a la raíz ancestral del pasado para caminar hacia el futuro.