Rafael Ortega Ryberg

¿Puede el dinero comprar la felicidad?

Investigaciones recientes sugieren que la manera en que gastamos nuestro dinero tiene un impacto sobre nuestra felicidad. Opinión de Rafael Ortega Ryberg.*

7 de abril de 2014

Las implicaciones son relevantes para la toma de decisiones tanto a nivel personal, como a nivel organizacional y gubernamental.

Durante los últimos años, la felicidad ha cobrado gran relevancia como una variable clave en la formación del capital humano. Puesto que varios estudios realizados por psicólogos sociales y por economistas comportamentales sugieren que las personas felices son más productivas y exitosas, el entendimiento de cómo se construye o se destruye la felicidad no solamente es del interés de las personas. También lo es de las organizaciones que buscan ser más efectivas, al igual que de los gobiernos que procuran alcanzar un crecimiento responsable y sostenible.

En un libro publicado recientemente (“Happy Money: The New Science of Smarter Spending, Oneworld, 2013), dos científicos sociales, Elizabeth Dunn de la Universidad de British Columbia en Vancouver y Michael Norton de la Universidad de Harvard, identifican la relación que existe entre la felicidad y la manera en que gastamos nuestro dinero. Podríamos preguntarnos por qué en lugar de enfocar el estudio en el entendimiento de esta relación, los científicos no lo enfocaron en la relación que existe entre la felicidad y sencillamente, el tener más dinero. La razón es que investigaciones anteriores sugieren que una vez el nivel de ingreso de las personas sobrepasa un umbral en el cual sus necesidades básicas son satisfechas, tener mayor riqueza no necesariamente se traduce en mayor felicidad. Al enfocarnos más en cómo gastar mejor nuestro dinero en lugar de como acumular más del mismo, nuestra perspectiva es más realista y nos aleja de nuestra obsesión por obtener una mayor riqueza en pro de ser más felices, la cual pareciera estar infundada.

Si bien tener más dinero permite el acceso a cosas maravillosas como vivir en vecindarios más lujosos y comer en restaurantes más elegantes, también existen algunos costos asociados a una mayor riqueza y que irónicamente, podrían terminar por hacernos menos felices. Por ejemplo, el dinero podría convertirnos en personas más egoístas y menos dispuestas a ofrecer y recibir ayuda de otros. También podría hacernos menos sociables y a dudar más acerca de las verdaderas razones por las cuales otras personas (Incluyendo cónyuges y familiares) buscan nuestra cercanía y amistad. También podría hacer que terminemos maleducando a nuestros hijos, al brindarles una excesiva abundancia con bajos niveles de apreciación y esfuerzo.

No obstante, las conclusiones a las cuales llegan los autores en relación con las maneras en las que deberíamos gastar nuestro dinero para ser más felices, podrían ser contra intuitivas. Se resumen en cinco principios:

Comprar experiencias: Las cosas materiales, desde los lápices ordinarios hasta las mansiones extravagantes, terminan por darnos menos felicidad que las compras experienciales, tales como viajes, conciertos y cenas especiales. Mientras que la novedad y la satisfacción que obtenemos de las cosas materiales tienden a desaparecer con el tiempo, los recuerdos de nuestras experiencias memorables tienden a ser más valiosas y satisfactorias con el tiempo, especialmente cuando involucran sentimientos de conexión con otras personas.

Hacer del consumo una ocasión especial: Cuando algo que es maravilloso está siempre disponible, con el tiempo tendemos a apreciarlo y a valorarlo menos. Limitar el acceso a las cosas que nos gustan hace que cada vez que la consumimos se convierta en una ocasión especial, renovando nuestra capacidad para disfrutar de ellas. Cuando disfrutar de algo que nos gusta no es una experiencia de todos los días, lo apreciamos y valoremos más.

Comprar tiempo: Al liberar tiempo de aquellas tareas que nos generan aburrimiento e insatisfacción para dedicarlo a hacer cosas que nos gustan y nos interesan, aumentamos nuestra felicidad. Por ejemplo, podríamos utilizar nuestro dinero para obtener ayuda en la realización de cosas que tenemos que hacer y que no disfrutamos. Podríamos también preguntarnos cómo una compra específica cambiaría el uso de nuestro tiempo. Por ejemplo, al mudarnos a una casa o un apartamento más grande, quizás podríamos terminar permaneciendo más tiempo y de manera recurrente en congestiones de tráfico.

Pagar ahora y consumir después: Si bien vivimos en un mundo en el que la era digital y las tarjetas de crédito nos llevan a hacer exactamente lo contrario, pagar primero y consumir después nos permitiría ser más felices. Demorar el consumo nos permite disfrutar del placer de la anticipación, tal como sucede con nuestras vacaciones antes de que ocurran, sin tener la carga de las deudas por las cuales tendremos que responder más tarde. Realizar el pago de manera anticipada y a la vez distanciada del momento del consumo, no solo nos ayuda a excedernos menos con nuestros gastos, sino que cuando llega el momento de consumir, se siente como si este fuera gratis, lo cual nos hace aún más felices.

Invertir en otros: Quizás una de las conclusiones más significativas de este estudio, es que gastar nuestro dinero en otras personas, nos hace más felices que cuando lo gastamos en nosotros mismos. Y la investigación sugiere que este principio se mantiene bajo una gran variedad de circunstancias, tanto en los países ricos y desarrollados, como en países pobres y emergentes. Invertir nuestro dinero en otros hace que nos sintamos mejor, que nos sintamos más saludables, y que irónicamente, sintamos en nosotros una mayor riqueza.

Las implicaciones que tienen estos principios en nuestra búsqueda de la felicidad van desde la manera en que decidimos gastar nuestro dinero a nivel personal, hasta la manera en que las organizaciones y los gobiernos deciden gastar el suyo. A nivel personal, este estudio nos invita a pensar si la manera en la que estamos gastando nuestro dinero, nos ayuda a ser más felices en el corto y en largo plazo. También nos invita a tener expectativas más realistas en cuanto al impacto que una mayor riqueza podría tener sobre nuestra felicidad, y quizás a ser menos obsesivos al respecto. Finalmente, refuerza la consciencia de que el invertir nuestro dinero en otros, bien sea a través de regalos, invitaciones, o donaciones a causas importantes para nosotros, tienen un impacto positivo sobre nuestra felicidad.

A nivel de las organizaciones, estos principios refuerzan la importancia que tiene para las personas el poder acceder a experiencias interesantes y variadas, no solo desde el punto de vista de su desarrollo profesional, sino también de su felicidad. También refuerzan la importancia que tiene para sus integrantes el sentir que la organización tiene un sentido genuino de responsabilidad social y que al formar parte de ella, hacen cosas significativas por otras personas. Finalmente, a nivel del gobierno, refuerzan la importancia de que en primer lugar, toda la población goce de un ingreso disponible sobre el cual se pueda pensar en cómo gastarlo para ser más feliz. Por otra parte, su aplicación llevaría a los gobiernos a pensar en acciones tales como brindar una mayor oferta y acceso a experiencias culturales y recreativas, al igual que mayor tiempo disponible, quizás en la forma de más días festivos, para poder disfrutar de ellas. Al fin y al cabo, al ser más felices, todos seremos más productivos.

* Managing Principal LTC,
Korn Ferry International
Región Andina