JUAN MANUEL PARRA

La polarización y la conciencia

¿Realmente creemos que la polarización política es responsabilidad exclusiva de Petro y Uribe? Quizás nos hemos hechos sordos, ciegos, dogmáticos y polarizados, porque rehusamos abrir espacios de agenda y de mente, para entender desapasionadamente otras visiones del mundo.

Juan Manuel Parra, Juan Manuel Parra
18 de julio de 2018

Uno debe asumir libremente la responsabilidad de elegir a la persona que le servirá de consejero. Imagine que usted es un Ministro alemán a comienzos del régimen nazi, y tuviera dudas de conciencia sobre qué criterios de decisión seguir en temas de alto impacto público. ¿A quién pediría consejo sobre si las órdenes y decretos del Führer son correctos? Uno de los que renunció al subir Hitler el poder, le habría dicho que las órdenes eran ilegales e inmorales, pero el Ministro de Propaganda, Goebbels, le insistiría en que la ley las avalaba y que el jefe lo ordena. Si además en su casa solo recibiera los boletines y periódicos adscritos al Partido Nazi, su opinión tarde o temprano se alinearía con lo que nutre su intelecto.

Hace un tiempo, Eduardo Posada Carbó escribió una interesante columna en El Tiempo sobre la importancia de los columnistas de prensa en la formación de la opinión pública. Decía que los columnistas son como “los psiquiatras de la sociedad”, a los que acudimos para que nos ayuden a resolver nuestras dudas. Los lectores llegan a ellas tratando de salir de su incertidumbre en medio de un ambiente caldeado, dado que los medios de comunicación nos dan “su visión” de los hechos, con noticias a veces sesgadas por su línea editorial o por los propósitos económicos y políticos de sus propietarios. ¿Quién fija qué noticias saldrán y cuáles no? ¿A cuáles se dará más tiempo al aire en el noticiero? ¿Cuáles van o no con testimoniales, de quiénes, con qué duración y en qué orden? ¿A quién se le dará predominio? ¿Cuáles irán o no como parte de los titulares principales? ¿Con qué términos describirán los hechos y con qué imágenes las acompañarán?

Uno de mis profesores de periodismo, a quien de cariño llamábamos “el colega”, nos enseñó que quien no lee las columnas de opinión, se queda con la visión de la realidad del medio que escoge. Esto porque el columnista de opinión, en principio, no adhiere a una línea editorial, sino que da su opinión personal sobre temas muy diversos y desde ópticas y lógicas también distintas, sean académicas, empresariales o políticas. El sesgo de cada autor es inherente al oficio de ser columnista, pero la óptica con que leemos es la que nos da nuestro respectivo sesgo como parte de la opinión pública.

Visite: De candidatos y polígrafos

En la labor de seleccionar a “nuestros columnistas”, formamos el tipo de opinión que queremos tener ante la realidad que presenciamos. Si uno decide escuchar el programa radial de Fernando Londoño y leer solo columnas de opinión de José Obdulio Gaviria, y otros similares, no puede esperar tener una visión imparcial de la realidad, pues nos atenemos al sesgo combinado de esas fuentes no muy diversas. El consecuente ejercicio libre de su voto por el partido de Uribe está antecedido por una visión de país que ha decidido hacer propia. Lo mismo sucede con quien hace lo propio, leyendo todo lo que se alinee con la pura izquierda, al estilo de Alfredo Molano o Enrique Santos Molano, y luego votando por Petro. ¿Por qué va usted a sus fuentes? ¿Para formar una opinión más fuerte y menos sesgada, o para que solo le digan lo que quiere oír?

Hace un par de años daba clases sobre liderazgo y confianza a un grupo de veteranos empresarios. Ante ciertas preguntas sobre la percepción de confianza frente a las instituciones, salió el tema. Les cuestionaba de dónde surgía su percepción frente a lo que pasaba. “¿Están seguros de que sus ideas son suyas?”, les pregunté. No hubo respuesta. Esto porque tenemos una información mediada por otras fuentes, donde, si acaso, podemos seleccionar a quién leer y a quién no, asumiendo la responsabilidad por la opinión que surja de dicha tarea.

Posada Carbó decía que hoy, cuando proliferan los medios digitales, el poder se dispersa “en un periodismo de opinión diverso en temas, actitudes y enfoques”. En este “ejercicio de deliberación es posible disentir en forma civilizada, contraponer argumentos y contribuir al debate informado que exige la toma de decisiones públicas en toda democracia”. Y ciertamente no hay un solo tipo  de columnista, ni debemos buscar solo a uno.

Pero sí veo el problema de que radicalizamos posturas fácilmente por falta (o exceso) de información. ¿Hay algún columnista que exprese el 100% de su pensamiento en 800 palabras? ¿O uno que identifica el suyo como lector en el 100% de lo que escribe? Es más realista pensar que un ciudadano moderadamente informado pueda estar de acuerdo, por ejemplo, con el 65% de las columnas de María Isabel Rueda; el 80%, con las de Ricardo Silva; o el 70%, con las de Daniel Coronell. Pero primero debe leerlas y pensar sus argumentos con la calma.

Recomendado: Hacia el voto útil otra vez

Por mucho que a uno le encanten las columnas de Héctor Riveros o Mauricio Vargas, puede que esté totalmente de acuerdo con ellos una semana, para nada de acuerdo la siguiente, y con todo menos un párrafo en las de ayer. Pero leyéndolas confrontará opiniones que divergen y será más proclive a ver la realidad con unos ojos menos apasionados que quien, por ejemplo, sólo lee columnistas de izquierda antiuribista o de derecha radical.

Asunto aparte es decidir libremente no leer a algunos que –por su tono apasionado, tendencia poco conciliadora, extrema y enceguecida a un solo lado- nos disgustan por su incapacidad de validar algo del contrario. Hay columnistas que actúan como políticos de oposición radical, que ven su rol como una forma de bloquear todo lo que ellos y su partido no propongan.

Si buscamos enriquecer nuestra opinión sobre un tema debatible, sea sobre la presidencia de Santos o el proceso de paz, y buscamos entre escritores de corrientes diversas que encuentran de pronto una visión común, podríamos abrir los ojos a aquello que por nuestros sesgos personales no reparamos, e iluminar puntos donde lo debatible también se nos hace más patente.

Si queremos una sociedad menos polarizada, que no reaccione y actúe desde juicios temerarios y sin fundamento, asumamos que nuestras propias pasiones sectarias nos convierten en fanáticos de ideas obtusas y nos ciegan a entender el trasfondo de realidades complejas y diversas, para verlas como galletas sacadas del mismo molde. Quizá la polarización la llevamos por dentro.