JULIO ANDRÉS ROZO

La moda de las sembratones: cuándo dar like y cuándo no

Recientemente, junto con varios colegas del sector ambiental hemos publicado imágenes de carreteras que cruzan las selvas del Guaviare, atraviesan parques naturales nacionales como La Macarena y Tinigua en el Meta, e incluso incursionan en Chiribiquete.

Julio Andrés Rozo Grisales, Julio Andrés Rozo Grisales
22 de octubre de 2020

Estas imágenes se suman a las noticias que día a día registran diversos medios de comunicación y evidencian que la deforestación en Colombia es un reto de marca mayúscula.

A medida que esta se acentúa, crece el interés por parte de personas y empresas de apoyar, compensar o encauzar acciones orientadas a la reforestación. Eso está bien y es necesario, pero tenga en cuenta los siguientes aspectos a la hora de determinar qué tanto impacto generará usted con su contribución o aporte a la siembra de un árbol.

Más allá de la foto de Instagram

El impacto que usted busca generar con su aporte va más allá de la reforestación. El acto de tomar un árbol, ponerlo en un lugar, tomarse la foto y subirla a Instagram, a la espera de varios likes, es solo la primera parte de esta historia.

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En mi columna pasada senté la punta de lanza para maximizar el impacto. La llamé “Ciencia: la base para ponerle freno a la deforestación”. En síntesis, la columna sugiere: identificar el servicio ecosistémico que se busca restaurar (un cauce, recuperar un suelo, conectar especies, entre otros) y, a renglón seguido, indagar sobre la especie de árbol que, además de ser nativa, también cumple la función para el fin que se busca. Esta reflexión es importante pues lo último que queremos es que regiones como la Amazonía se conviertan en un tapete de monocultivos, de un par de especies de árboles, gracias al tsunami que se avecina por la venta de oxígeno y/o bonos de carbono.

Mi asesor de cabecera en este tema es don Elí: una biblia en lo que se refiere al conocimiento de las especies de árboles amazónicos. Este caqueteño, infortunadamente poco escuchado, cuenta que en una sola hectárea de selva-selva pueden existir entre 1.000 y 1.200 individuos de árboles de cerca de 200 especies, en promedio. Si don Elí está en lo cierto, entonces: ¿por qué reforestar con tan solo unas pocas especies, si el objetivo es emular el ecosistema original? En otras palabras, cuando usted participe en o promueva una iniciativa de reforestación, pregúntese si le están aplicando ciencia o no. Comparto de nuevo mi columna que habla al respecto:

Poner el árbol en el hoyo es la primera parte de todo este cuento. Para mí, a pesar de su complejidad, es la parte más sencilla de toda la historia de impacto. Lo que sigue es aún más retador pues, que un árbol crezca y desenvuelva sus atributos y funciones depende, palabras más, palabras menos, de que alguien se comprometa con su cuidado.

Sin comunidades no hay reforestación ni restauración

Los árboles estarán en un terreno que le pertenece a alguien: un resguardo indígena o una familia campesina. El tamaño de los mismos puede variar ampliamente: en predios colectivos podemos hablar de 10.000 hectáreas o más, o podría ser una parcela familiar de 15 hectáreas. Independientemente de los dueños y del tamaño, las personas que habitan en ellos cuidarán y conservarán los árboles sembrados con mayor ímpetu y ahínco cuando tienen incentivos para hacerlo (resulta que el mejor incentivo termina siendo económico).

¿Cómo lograr que una familia campesina cuide su bosque? Hay dos caminos: se le puede pagar con un esquema público llamado Pagos por Servicios Ambientales (PSA) o se les puede apoyar para que generen ingresos a partir del desarrollo de proyectos productivos. Una vez sucede el PSA o el proyecto productivo, es más sencillo lograr un acuerdo de conservación con la familia. Por el contrario, de no existir el incentivo económico, se incrementa la probabilidad de que aquel árbol sembrado termine siendo un chamizo o, peor aún, que sea retirado para volver a poner en su lugar dos vacas o un manojo de cultivos de pancoger con muy baja productividad.

Sin consumidores, no hay incentivos para cuidar los árboles

Para finalizar, de manera muy escueta, la historia de impacto concluye con usted y con la persona con la que usted almorzará hoy o mañana. Los consumidores somos, en últimas, quienes posibilitamos que un árbol termine creciendo y cumpliendo su función. Cuando nosotros integremos en nuestras dietas los productos de estas comunidades o familias, o elijamos destinos de turismo de naturaleza en las regiones más degradadas por la deforestación, entonces sus proyectos productivos serán viables, así como el acuerdo de conservación y cuidado de los árboles sembrados tendrá mayor probabilidad de éxito. Al respecto, quiero desempolvar esta columna que habla sobre el poder del mercado para lograr la sostenibilidad de procesos como la restauración (lea aquí).

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En conclusión, como consumidor inteligente e informado, busque que su dinero se dirija hacia proyectos de restauración que procuren el mayor impacto: ambiental (recuperar los servicios ecosistémicos) y socioeconómico (mejorar el bienestar de los habitantes locales). Si usted se aproxima a esta premisa, cada like que reciba en su publicación de Instagram será un reconocimiento muy bien merecido.

¡Hasta el próximo jueves!