MARIO VALENCIA

La codicia domina

Quienes defienden la idea del éxito individual como fundamento principal de la sociedad, ignoran el desarrollo histórico de la humanidad y están llevando al mundo a una catástrofe económica y ambiental, de proporciones inconmensurables y de manera irreversible. Explicaré.

Mario Valencia, Mario Valencia
15 de abril de 2019

La codicia y el egoísmo son unas de las características del comportamiento humano que han sido consideradas parte fundamental de la naturaleza y motores del avance, en una sociedad en la cual la ley de la selva y el sálvese quien pueda se ha erigido como norma del éxito. Este enfoque, basado en una lectura sesgada del pensamiento de Darwin, es falso. Investigaciones recientes demuestran que la generosidad y la cooperación han jugado un papel más importante del que se consideraba antes y explican en mayor grado los enormes avances de la que goza actualmente buena parte de la humanidad. Así lo describen Christopher Ryan y Cacilda Jetha en el libro ´En el principio era el sexo´. Nada que hacer, estamos programados para cooperar.  

Quienes defienden la idea del éxito individual como fundamento principal de la sociedad, ignoran el desarrollo histórico de la humanidad y están llevando al mundo a una catástrofe económica y ambiental, de proporciones inconmensurables y de manera irreversible. Explicaré.

Cualquier especie requiere usar una determinada cantidad de energía y recursos naturales para sobrevivir y reproducirse. La inteligencia humana, la más compleja y con mayor consciencia de cualquier especie conocida, inevitablemente transforma su entorno en mayor magnitud. Hasta aquí no hay ningún misterio: las sociedades antiguas egipcias, chinas, mayas, incas y aztecas eran asombrosamente trabajadoras, productoras y mineras. Las ruinas de sus ciudades, acueductos, plazas y pirámides así lo demuestran.

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Las necesidades humanas se resuelven, en una muy buena medida, con mercancías. La cuestión, entonces, está en la forma como se producen y al servicio de quiénes. Es preocupante la sostenibilidad ambiental, la necesidad de cambiar las lógicas absurdas de consumo infinito y la creación de necesidades artificiales. Pero, es la opresión sobre decenas de poblaciones y las políticas de dominación política y económica, que han reducido sustancialmente las posibilidades y capacidades de países subdesarrollados como Colombia de satisfacer sus necesidades. Paralelamente han surgido farsantes académicos que, con grandilocuencia, promulgan un pensamiento erróneo de que es mejor dejar que los países desarrollados produzcan para que los consumidores les compren barato. De este modo se priva a la nación de la posibilidad de usar su propio trabajo para el desarrollo social y la producción material.

La verdad es que no hay consumidor más afectado económica y ambientalmente, que el que no tiene trabajo en la producción de su país. De los 22 millones de personas ocupadas que tiene Colombia, solo 6,3 millones trabajan en la producción agrícola e industrial, cada vez más afectada por las importaciones del comercio desleal que quiebra a sus empresas y los arroja al rebusque.

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La situación para sectores como el de textil y confecciones, por ejemplo, es desesperante. Las mercancías que llegan desde los países con TLC y China, en donde sí protegen a sus productores, están acabando con este renglón de la economía. La única salvación que tienen tanto empresarios como trabajadores, es que el gobierno tome la decisión política de imponer restricciones a estas importaciones por la vía de aranceles. No existe ninguna otra forma de frenar su ruina. Ningún empresario es capaz de competir bajo las condiciones actuales, pero no hay quien los defienda. El gremio de los exportadores, como no se exporta algo que valga la pena, se convirtió en el de los importadores. Es el típico ejemplo de grupos, como el financiero, a los que les va bien cuando al país le va mal.

El deber de la intelectualidad no puede ser engañar con logros individuales, intentar convencer a quienes actúan contra la producción y el trabajo nacional, y menos hacer proposiciones para lavarles la cara. El deber patriótico y colectivo es desnudar la codicia, como ocurrió durante miles de años para proteger a la sociedad.

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