ALEJANDRA CARVAJAL

El poder en el siglo XXI

Las diferencias entre superpotencias como China o Estados Unidos podrían aumentar por la disminución en el consumo mundial de energías fósiles. El proceso de descarbonización puede ocasionar turbulencias importantes geopolíticamente hablando.

Alejandra Carvajal, Alejandra Carvajal
22 de septiembre de 2020

Mucho se habla de la guerra tecnológica entre distintos actores mundiales por cuenta del 5G, lo que, de hecho, hizo parte de la guerra comercial desatada el año pasado entre Estados Unidos y China. Fuimos testigos de una primera batalla por el liderazgo mundial en esta área, pasando desapercibido otro campo determinante que toma cada vez más relevancia: las energías renovables como pilar fundamental de la economía futura.

En medio de la pandemia, pudimos observar la caída del petróleo a niveles nunca antes vistos. El precio del WTI llegó a cotizarse a -US$37 el barril, convirtiéndose incluso para varios países en una carga económica. De hecho, algunos pagaron a sus clientes para que se llevaran los excedentes de petróleo, pues no tenían dónde guardarlo.

Para dimensionar la situación, la Exxon, que se ubicó desde 1928 dentro del Dow Jones Industrial Average (índice que mide el desempeño de las 30 mayores sociedades anónimas que cotizan en el mercado bursátil de los Estados Unidos), fue completamente desterrada de este. Ya nada volverá a ser como antes.

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La pandemia ha traído consigo una serie de reflexiones por parte de gobiernos y organizaciones en materia energética, no solo por lo anteriormente planteado, sino porque de continuar las emisiones de combustibles fósiles como están hasta ahora, el daño ocasionado por el cambio climático y el calentamiento global serán definitivos.

Contra la covid-19 tendremos a futuro una vacuna. Sin embargo, los desórdenes ambientales y a nivel climático no tendrán una jamás. Esto puede no solo convertirse en un problema de salud pública, que de hecho ya es fruto de la cantidad de decesos y enfermedades ocasionados por la contaminación, sino una gran hecatombe económica a nivel mundial de proporciones jamás antes vistas. La crisis económica ocasionada por el coronavirus le quedaría en pañales, de no tomarse acciones a tiempo.

China, la principal fábrica del mundo, lo tiene claro y, a pesar de ser el país que más contamina (produce el 30% de las emisiones, con aproximadamente 10.065 millones de toneladas de CO2 emitido), está desplegando acciones al respecto. Los clientes de los productos producidos allí son cada vez más exigentes con la huella de carbono que deja este país, por lo que los chinos se han convertido en líderes mundiales en el desarrollo de energía solar, además de crear buena parte del andamiaje de la cadena de suministro verde (green supply chain) del mundo.

De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, se prevé que China represente casi la mitad del crecimiento fotovoltaico distribuido mundialmente,  superando a la Unión Europea para convertirse en el líder mundial en capacidad instalada a partir de 2021. Este país fabrica, además, componentes clave para el desarrollo de energías renovables, no solo en el área fotovoltaica y eólica, sino para todas las demás.

Para no ir muy lejos, la OPEP siempre ha sido un cartel con capacidad de generar desequilibrios (o equilibrios, depende como se vea) en el mundo. Estamos ahora frente al advenimiento de un nuevo cartel, el de las energías alternativas, que sería eventualmente liderado por China. El cambio geopolítico a nivel mundial es inminente.

Otro asunto al que no se le debe restar atención es que el 8% del PIB mundial es generado por países petroleros, más conocidos como petroestados, en los que habitan 900 millones de personas. La transición hacía una economía descarbonizada deberá ser, además, paulatina pues países como Arabia Saudita con ocasión de la pandemia este año vieron reducidos sus ingresos en casi un 50% para el segundo trimestre, de acuerdo con The Economist. Si se realiza una descarbonización abruptamente, el desbalance a nivel mundial sería brutal; por lo que, de no hacerse una transición paulatina, varias naciones estarían en riesgo. Entre ellas Colombia.

El candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado un paquete de US$2 billones durante su eventual mandato para impulsar la creación y utilización de este tipo de energías. El desarrollo de alternativas y renovables parece equipararse a lo que fue la llegada a la luna o la conquista del espacio, que en su momento fueron un hito en medio de la Guerra Fría.

Colombia es un país que no puede quedarse rezagado y que está advertido. Un reciente estudio de la Universidad de los Andes muestra cómo el Colcap (compuesto por las 25 empresas de mayor capitalización bursátil del país) se encuentra altamente carbonizado. El mercado accionario colombiano tendría enormes dificultades al momento de hacer una transición a las energías limpias, lo que nos pondría en la cola de atrás del desarrollo: simplemente no seríamos competitivos. Esto aunado con los altos niveles de deforestación y nuestra dependencia del petróleo hacen que de manera urgente se replantee el tema. Estamos a tiempo de generar cambios importantes en materia de regulación y de políticas públicas y privadas en esta área.

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Como diría Nikola Tesla hace más de un siglo: “Todo es la Luz. En uno de sus rayos está el destino de las naciones, cada nación tiene su propio rayo en esa gran fuente de luz, que vemos, como el sol”.