PABLO LONDOÑO

¿Colombia: El país del nunca jamás?

“El que rechaza el cambio, es el artífice de su propia decadencia. La única institución humana que rechaza el progreso es el cementerio” – Harold Wilson, exprimer ministro Británico

Pablo Londoño, Pablo Londoño
14 de junio de 2018

Somos sin duda un país adolescente. Un país en donde la violencia, el sectarismo, la desigualdad, la falta de migración, la miopía institucional y la corrupción, para mencionar solo algunos de nuestros bien arraigados problemas, nos dejó en ese doloroso limbo sicológico que significa ser adolescente.

Un país que por momentos se cree adulto y asume poses de grande pero cuando lo miramos en detalle sigue siendo ese ser amorfo, egocéntrico, frustrado, intolerante y mediocre, carente de auto crítica que siempre le echa la culpa de sus males a los demás, a sus ancestros, incapaz de asumir sus responsabilidades de cambio, sus obligaciones de adulto.

Es el país de sueños delirantes de grandeza y de riqueza típicos de un joven soñador, que cuando se mira al espejo se descubre el acné en la cara echándole la culpa de su voz de gallo y de su colorida y salpicada tez a unos mayores que hicieron lo que pudieron o no, y que a su turno, en su momento, hicieron lo mismo: echarle la culpa a los de atrás, a los que ya se fueron, a los que nada ya pueden hacer por el futuro.

Le puede interesar: Liderando desde los valores

Este, el país de los extremos, que esta semana elegirá, para que nos digamos la verdad, entre el “menor de dos males”, proyecta en esta elección las características típicas de su inmadurez, las dudas propias de su ignorancia, las justificaciones típicas de sus temores, de esos miedos de ser mayor, de hacerse cargo.

Y es que este vacío existencial propio de quien todavía no se encuentra porque aún no se conoce, se llena fácilmente delegando su irresponsabilidad hacia arriba. Es la irresponsabilidad del que se queda en lo trivial, en lo aparente. Es el que sabiéndose ignorante se justifica con frases grandilocuentes, aprendidas para defender causas ajenas, generalmente causas de aquellos que se sirven precisamente de la inmadurez prometiendo un bienestar que generalmente es pasajero.

Esta campaña no es sino un retrato más de lo que somos como sociedad: un grupo de adolescentes con las hormonas alborotadas, temerosos de ser, apegados al lenguaje que nos impone la tribu a la que queremos pertenecer, recitando en ‘Do mayor‘ arengas extrañas que se gritan a todo pulmón como barra brava dispuesta a matar por causas ajenas, olvidando las propias y evitando asumir nuestra responsabilidad en momentos vitales de cambio.

Es una campaña en donde el centro no pegó (como el Iva en la Guajira) y en donde le entregamos al caudillo, al macho alfa de la manada, nuestros anhelos, nuestro futuro, claudicando nuestros valores en defensa de esas mínimas conquistas ya conseguidas que nos da pavor perder.

Le sugerimos: La abolición del trabajo

Y es que al carecer de modelos positivos de emulación moral que nos inviten a la defensa de valores superiores, transformadores, esos que generan riesgos y rupturas drásticas con lo que hemos sido, preferimos seguir a esa manada sin forma que se pone en una de las dos esquinas como si de partido de futbol se tratara.

Dejamos pasar una linda oportunidad de construir un cambio radical, transformador, de modificar esta cultura tramposa del todo se vale. El domingo nos debatimos entre el progresismo barato, utópico, de culebrero de pueblo que vende pócimas que todo lo arreglan, frente a la institucionalización de la política corrupta, del pasado matón, de las alianzas “programáticas” alrededor de un botín burocrático corrupto que se ha robado muchas veces los impuestos de todos nosotros.

Me queda una esperanza. La de que esa generación joven, descontaminada, romántica que no le tocó crecer como a nuestra generación entre bombas y secuestros y que no se come el cuento (después de los 50.000 votos de las Farc) de que caeremos en las fauces del castrochavismo, se rebele, se declare libre y se empeñe en coger esa pequeña semilla de esperanza que tuvimos para construir un movimiento de cambio real, definitivo.

En esa generación, la denominada “de los Héroes” por Howe y Strauss, llamada por los ciclos de la historia a sustituir el orden cívico viejo por uno nuevo, está nuestra esperanza. Una generación rebelde y combativa que se desmarque de las glorias militares del pasado y proponga esquemas de justicia social, de libertad, de igualdad, de emprendimiento.

Me queda una mínima esperanza. Que el candidato de la derecha, que seguro va a ganar, y que generacionalmente es más cercano a ese grupo de jóvenes Héroes, sea capaz de desmarcarse del yugo que le impone su alianza y pase a la historia una vez más como el traidor de la manada, pero como aquel que fue capaz de erguirse íntegro para proponer un modelo de país ajeno a todo lo que hoy, desafortunadamente, representa a quienes saldrán en las fotos de su fiesta de triunfo. 

Mientras tanto, me declaro en rebeldía y votaré en blanco. Me da la libertad para auditar desde esta humilde tribuna.

Recomendamos: Trampas comunes al escoger un líder