JULIO ANDRÉS ROZO GRISALES

Agricultura: El campo en Colombia envejece y al consumidor no le importa

Siempre que recorro los campos del país, encuentro respuestas por parte de los jóvenes que evidencian una gran desmotivación y desapego hacia actividades como la agricultura y peor aún, un desapego y hasta vergüenza por sus tradiciones culturales como el vestir una ruana, por ejemplo.

Julio Andrés Rozo Grisales, Julio Andrés Rozo Grisales
2 de agosto de 2018

Cuando leí el Tercer Censo Nacional Agropecuario del 2015 y las opiniones de los expertos que lo analizaron, quedé sorprendido con el siguiente dato: “Mientras que en 2005 el 64,2% de los hogares rurales dispersos tenían niños menores de 15 años, hoy la cifra es apenas del 50%”.

Me pareció alarmante esta cifra si el análisis lo ampliamos en una línea de tiempo: ¿A qué porcentaje disminuirá la cantidad de jóvenes residentes en las zonas rurales para el año 2050, cuando yo tenga 70 años? ¿Cómo será el modelo de desarrollo agrícola para ese entonces? ¿Qué comeremos y quién, o qué sistema será el encargado de cultivar los alimentos? ¿Presenciaremos acaso un modelo en donde los jóvenes migran como cardúmenes a las ciudades justo después del parto?

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Son muchas preguntas que corren por mi cabeza y que invito a que hagan mella en la suya. No como para quitarle el sueño, pero sí para pensar cuál es el rol suyo y mío para evitar varias cosas, entre ellas, las siguientes:

  • ¿Quién producirá los alimentos en el futuro y al hacerlo será un modelo de producción en donde muchos pueden actuar, o se trata de la génesis de los macro-monopolios agrícolas?
  • ¿Cuáles son las aspiraciones de los jóvenes que migran del campo a la ciudad? ¿Acaso están condenados a hacer lo que les toca o vienen motivados a venir a las urbes debido a los imaginarios de éxito que se venden en las redes sociales?

Estas preguntas que se mezclan entre lo filosófico y lo pragmático denotan varias oportunidades para construir políticas públicas más decididas para las zonas rurales HOY.

Siempre que recorro los campos del país, encuentro respuestas por parte de los jóvenes que evidencian una gran desmotivación y desapego hacia actividades como la agricultura y peor aún, un desapego y hasta vergüenza por sus tradiciones culturales como el vestir una ruana, por ejemplo.

Y lo consulto con colegas y expertos y la respuesta está dada, para qué buscarla más: “hay que hacer del campo una actividad sexy, atractiva que corresponda con las nuevas necesidades de los jóvenes rurales y adicionalmente millennials”. Sí, ¿pero cómo?, ¿será cuestión de motivación y/o también de definir las aspiraciones que ellos tienen?

En el último año he preguntado a más de 800 jóvenes en las zonas rurales qué es lo que ellos quieren para sus vidas, cuál es su propósito de vida. Y bien, al hacer mis propias estadísticas, sus pasiones están indefinidas y casi el 60% de estos adolescentes hiperconectados anhelan los estereotipos de los jóvenes que caminan Unicentro un sábado en la tarde.

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Es cuestión de darle oportunidades de ingreso a los jóvenes para que no engorden las estadísticas de desempleo en las ciudades, coinciden muchos de los expertos o quienes opinan sobre el tema. Y sí, pero hay factores que lo condicionan y en lo cual la tarea está rezagada (empezando por una presencia más sólida por parte del Estado con todo lo que ello conlleva: educación, salud, emprendimiento, trabajo, vías, infraestructura, crédito, etc.).

Hasta este punto del artículo las preguntas le otorgan la responsabilidad a las entidades públicas, ¿y usted, y yo, y los consumidores? Coincido con que la mezcla para que nos reenamoremos del campo radica en la existencia de oportunidades económicas, con la posibilidad que tienen ellos de recrear nuevos imaginarios de vida y éxito personal.

Lo paradójico del asunto es que cuando uno habla con los jóvenes en una conversación más profunda, en una charla que va más allá de un par de respuestas que denotan la idolatría hacia una ciudad desconocida, uno puede identificar que sí aman su tierra, que sí quieren materializar oportunidades en su territorio, pero no quieren pasar la dureza de vida por la cual atraviesan muchos de sus padres.

Apoyar las economías familiares y campesinas con la compra de productos campesinos no solucionará el problema de tajo, dentro de un escenario de ausencia del Estado. Pero sí ayudará a cambiar en algo las realidades que viven los hogares rurales DESDE EL CONSUMO. Así pues, permítase como consumidor responsable hacer más turismo rural y entrar en contacto con realidades que trascienden la carrera séptima en Bogotá, desde la oportunidad de preferir una fruta a un snack tradicional, que si bien, estas últimas también dan empleo a otra persona, puede transformar el enfoque del impacto que una compra puede generar.

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