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Camilo Granada.

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País dividido

El proceso electoral en los Estados Unidos muestra las consecuencias nefastas de la polarización y la necesidad de reformas para garantizar la prevalencia de las reglas democráticas, incluso en repúblicas consolidadas.

Camilo Granada
5 de noviembre de 2020

Al cierre de esta columna, pasadas casi 24 horas del cierre de la jornada electoral, todavía se desconoce quién será el próximo presidente de los Estados Unidos. El escrutinio de todos los votos, en particular los votos enviados por correo, puede demorarse algunos días. El resultado final no se conocerá sino mucho más tarde pues ya la campaña de Trump anunció que interpondrá recursos legales para impugnar los resultados y –en algunos casos—solicitar que se suspenda el conteo de los votos, aduciendo fraude y violaciones de las leyes electorales. Por lo tanto, la disputa se dará no solo en las urnas sino en los estrados judiciales.

Sin embargo, hay dos grandes conclusiones y lecciones que se pueden sacar del proceso, independientemente de quien gane.

Primero, los Estados Unidos está hoy más polarizado y dividido que nunca. Según una amplia encuesta adelantada por el Pew Research Center entre 11.000 personas en agosto de este año, las diferencias de opinión sobre grandes temas de sociedad entre partidarios de Biden y de Trump son radicales. Solo el 9 por ciento de los republicanos considera que los afroamericanos enfrentan mayores dificultades en la vida que los blancos, mientras que el 74 por ciento de los demócratas reconoce el racismo sistémico prevalente en los Estados Unidos. Las mismas diferencias se ven en materia de equidad de género: 79 por ciento de los demócratas dice que las mujeres están en desventaja frente a los hombres, pero solo 26 por ciento de los republicanos está de acuerdo. En materia de inmigración las diferencias son igualmente claras: 84 por ciento de los demócratas, pero solo 32 por ciento de los republicanos consideran que la llegada de migrantes fortalece a la sociedad. Más relevante aún, estas diferencias se han acentuado en los últimos cuatro años de la administración Trump. Algo similar pasa con el peligro que representa el coronavirus: a pesar de que los Estados Unidos tiene el más alto número de muertes por covid en el mundo, mientras la mayoría de los demócratas lo considera una amenaza seria, muchos republicanos piensan que su impacto ha sido exagerado por los medios.

La polarización genera también una creciente desconfianza frente al adversario, o hacia quien piensa diferente, y en últimas esto fragiliza las instituciones. Antes de que se cerraran las urnas muchos republicanos estaban ya convencidos de que los demócratas iban a cometer fraudes electorales y que el sistema no es confiable. La erosión en la democracia puede convertirse en un caldo de cultivo de extremismos y violencia. No en vano la venta de armas se disparó en las últimas semanas y los comercios de las grandes ciudades cerraron sus puertas y protegieron sus vitrinas por temor de que se produjeran disturbios y actos de vandalismo, algo sin precedentes en el proceso electoral estadounidense.

La polarización y la desconfianza llevan a la parálisis. Todo lo que proponga el partido contrario debe ser vetado y atacado, por principio, lo cual cierra toda posibilidad de alcanzar consensos en temas cruciales. El mejor ejemplo es el segundo paquete de ayudas económicas para enfrentar la recesión causada por la pandemia, el cual quedó en el limbo por cuenta de las diferencias entre demócratas y republicanos en el senado. Ambas partes se acusaron mutuamente de querer usar el tema con fines electorales. Y al final los damnificados son los ciudadanos más necesitados y la economía.

En estas elecciones, sin importar el resultado, el discurso populista y extremista sale fortalecido. La estrechez del resultado demuestra que muchos estadounidenses se movilizaron más por el discurso incendiario de Trump que por el llamado a la moderación y la conciliación de Biden.

Segundo, a pesar de que los Estados Unidos fueron pioneros en la construcción de la democracia, su sistema electoral sigue teniendo problemas sistémicos que se agravan en la polarización. La elección indirecta de los presidentes por la vía del Colegio Electoral está en contradicción con el principio democrático mayoritario. Si Trump es reelegido, será la tercera vez en este siglo que un presidente es escogido a pesar de haber recibido menos votos que su contrincante. La primera vez fue Bush en el año 2000, y la segunda fue el mismo Trump en 2016. A finales de los años sesenta se buscó eliminar este paso intermedio y establecer una elección presidencial directa. El intento, si bien contaba con apoyo de ambos partidos, fracasó por cuenta de las tácticas obstruccionistas de tres senadores republicanos.

Aún si no se quiere cambiar la Constitución, proceso largo y complejo, este obstáculo podría eliminarse si cada Estado decidiera nombrar sus delegados al Colegio Electoral de manera proporcional y no por el sistema de “el ganador se lleva todo”, que hace que todos los votos electorales de un Estado, sin importar qué tan dividido esté, deban sumarse en su totalidad al candidato de la mayoría. Al final, lo que termina ocurriendo es que esos votos electorales solo representan a una parte de los ciudadanos. Con el voto proporcional, el veredicto de las urnas traduciría de manera más transparente el sentir de todos los ciudadanos.

Tendremos que seguir esperando para conocer el vencedor de estas elecciones. Pero lo que está claro es que apostarle a la polarización y la división puede ser rentable en el corto plazo para los populistas, pero debilita las democracias y bloquea la posibilidad de resolver los problemas más importantes y los más urgentes. Lección que deberíamos aprender en Colombia antes de que sea demasiado tarde.

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