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Para este año, el DANE proyectó 533.000 habitantes en Soacha, que en realidad podrían ser el doble.

CRISIS

Soacha: el karma de crecer a la sombra de un gigante

El DANE dice que tiene 533.000 habitantes pero en un censo casero, allí contaron un millón. La ciudad sería una de las cinco más pobladas del país. Es un caso único de explosión demográfica, detonada por Bogotá, que los tiene al borde del colapso.

Jaime Flórez
23 de septiembre de 2017

Antes de entrar a la ciudad, el río Bogotá está vivo. Cerca al Club Pueblo Viejo, donde comienza su tránsito por la capital, todavía se puede pescar. Pero en su recorrido recibe los desechos de 8 millones de personas y para cuando entra a Soacha, llega muerto, sin oxígeno y en el nivel VIII de contaminación, el peor posible, el que indica que sus aguas son casi tóxicas. 

Esa imagen está cargada con algo de la esencia de esa relación entre la capital y el pueblo que creció a su sombra sin estar preparado, como un niño que se vuelve adulto sin pasar por la adolescencia. Y esa influencia, ese flujo entre Bogotá y Soacha, tiene a esa población a punto de desbordarse.

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La rutina casi sagrada del burócrata se rompió para los 700 funcionarios de la alcaldía municipal hace dos meses, cuando salieron como una horda a las calles. El ejército de oficinistas recorrió Soacha, palmo a palmo. Deseperados por no tener certezas frente a la sencilla pero vital pregunta “¿Cuántos somos?”, el alcalde Eleázar González les dio la orden de contar, casa por casa, a los habitantes de su pueblo. No eran demógrafos ni expertos estadistas, pero sabían lo necesario: sumar, dice Andrea Rozo, la secretaria de Planeación. Y ese acto simple lo ejecutaban como si en el mismo se jugaran el futuro de su pueblo. 

Hace dos semanas terminaron. Aunque aún están depurando el registro, ya tienen una cifra: un millón tres mil. Esos serían los habitantes de Soacha, un municipio que en 1973 tenía 40.000 pobladores; en 2005 fueron censados 393.000 y para este año, el DANE proyectó 533.000, que en realidad podrían ser el doble.

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Esos números convierten a Soacha en un fenómeno único de crecimiento demográfico explosivo. Si el conteo casero que se hizo este año es acertado, ese municipio, aún tan pueblo en muchas de sus formas y actitudes, sería la quinta urbe más habitada del país. Con el doble de pobladores de Bucaramanga, por ejemplo, y apenas con la mitad de su presupuesto. 

Con la proyección del DANE, para la pena de Soacha, se planifica su orden, se determinan sus transferencias presupuestales, se define su futuro. Pero es un número extraído de análisis científicos a los que se les escapan, como es natural, algunas variables imprevisibles. En este caso, no tienen en cuenta que la bomba demográfica que por décadas se fue inflando en Soacha ya explotó.  

Así creció el gigante

La plazoleta de Soacha parece la de un pueblo pequeño. Se escucha por igual la música popular que sale de las tabernas y el grito de los vendedores de helados que circulan sin tregua. Alrededor hay almacenes para comprar cada cosa, y los edificios no tienen más de tres pisos. En su centro hay una estatua de Luis Carlos Galán, la figura que puso al municipio en el foco de la atención por primera vez, cuando lo asesinaron allí en 1989, en la antesala de las elecciones presidenciales en las que era favorito.

Pero lo que la hace distinta a una plaza común de pueblo es que allí no se percibe la sensación del paso lento del tiempo. Con el bullicio y el movimiento de la multitud de un domingo en la tarde, cuando la gente desocupada sale a relajarse y se concentra por montones, se siente algo más parecido a la claustrofobia.

Esa plaza fue el centro del municipio desde que era territorio muisca, hasta los años sesenta, cuando el crecimiento desmesurado de Bogotá empezó a desequilibrar el orden  espacial, y se quebró esa vieja norma heredada de los españoles de que las ciudades se expanden desde su centro. Entonces, Soacha empezó a tener otros polos y a tambalear.

La clase media es la que más perdura en una ciudad. La alta y la baja son las primeras en ser expulsadas de un territorio cuando el crecimiento urbano explota, explica el arquitecto Fernando Montenegro, que por más de 10 años ha estudiado el fenómeno de Soacha. Los ricos se van buscando exclusividad, y en Bogotá se fueron al norte, a municipios como Chía o Cajicá. 

Los pobres se van espantados por el incremento del precio del suelo, que aumenta a la par que aumenta la demanda de vivienda. Y en Bogotá se fueron hacia el sur. Pero fueron tantos y sucedió tan rápido que pronto se chocaron con la frontera. Ciudad Bolívar y Bosa atravesaron el límite y siguieron su expansión hacia Soacha, donde se formaron entonces los altos de Cazucá, la Ciudadela Sucre y La Despensa. Hoy, la frontera no se distingue. Son las mismas casas precarias y pequeñas de lado y lado.

Esos territorios, los del lado de Soacha, rápidamente se convirtieron en un lugar de acogida para miles de desplazados del conflicto que llegaban a buscar refugio en Bogotá pero solo podían pagarlo en Soacha. Entonces, esos sectores se transformaron en nuevos polos de crecimiento que jalaban mucho más que el centro. Pero no fueron los únicos. 

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Con ese descubrimiento del potencial de acogida de Soacha, ubicada más cerca de la Plaza de Bolívar que sectores de la misma capital, como Cedritos, los constructores entraron al negocio. Apareció entonces un tercer polo de crecimiento en la década del 70: el sector de Compartir.

Cada uno de esos nuevos ejes siguió en creciendo desordenado durante las dècadas posteriores, impulsados por los precios del suelo y de los arriendos, que hoy siguen siendo una ventaja. Mientras en Bosa un apartaestudio cuesta alrededor de 600.000 pesos, en Ciudad Verde se puede conseguir un apartamento de tres habitaciones por 450.000.

Todos los días salen de Soacha 250.000 personas hacia Bogotá.

Así llegó el censo oficial de 2005 y contabilizó 393.000 habitantes. Y dos años después, el Gobierno de Álvaro Uribe promovió una ley que vivió por tiempo efímero y que, en la práctica, pese a tener alcance nacional, solo alcanzó a ser aplicada en Soacha y Cartagena. El Gobierno Nacional podía planear y ejecutar megaproyectos de interés social en los municipios, sin la autorización de sus administraciones. Así nació Ciudad Verde, pese a que el Concejo y casi toda Soacha se negaban a la construcción de otro foco de crecimiento demográfico.

En 2010, la Corte Constitucional tumbó la norma, pero ya era tarde. Ciudad Verde iba tan adelantada que el tribunal permitió que continuara su construcción. El resultado fue un nuevo polo de crecimiento al noroccidente, con 42.000 hogares y alrededor de 150.000 habitantes extras para el municipio.

El nuevo sector urbanizado fue un hito, pues allí se construyeron viviendas de mejor calidad, mejor dotadas y más bonitas que las que hasta ahora había en Soacha. Pero como todos los crecimientos previos, este no estuvo acompañado de los recursos ni la infraestructura (hospitales, colegios, escenarios deportivos, vías) para atender a esa marea de gente nueva, explica Juan Carlos Nemocón, para entonces concejal del municipio del que luego fue alcalde.

Además, la construcción de Ciudad Verde y de toda una oleada de urbanizaciones recientes no alcanzaron a entrar en los cálculos demográficas del DANE sobre la población que tendría la ciudad en los años posteriores.

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 Así fue como en cuestión de cinco décadas, la ciudad dejó de tener un solo centro desde donde se expandía para tener cinco ejes distintos desde donde creció en descontrol, explica el arquitecto Montenegro. La falta de planificación era tal, cuenta, que llegaron a haber nomenclaturas repetidas. Cada sector tuvo su propia calle cuarta, o su carrera quinta.

Mientras en Bosa un apartaestudio cuesta alrededor de 600.000 pesos, en Ciudad Verde se puede conseguir un apartamento de tres habitaciones por 450.000.

La factura 

Todos los días salen de Soacha 250.000 personas hacia Bogotá, según un estudio de la Universidad de la Sabana y la Secretaría de Planeación de la capital. Es el mayor flujo de uno de los municipios de la Sabana hacia la ciudad. En promedio, cada uno de esos viajeros se toma 3 horas diarias en ir y volver. Lo que al año significa que pasa entre un mes y medio y dos meses dentro de un vehículo.

Imagínese ser una de esas personas. Levantarse a las 4 de la mañana para salir de casa alrededor de las cinco. Tomar un bus, un mototaxi o un bicitaxi por las vías destapadas de Soacha (que son alrededor de 200 kilómetros en el municipio) para llegar hasta Transmilenio. Antes de las 6 de la mañana podría llegar a la estación San Mateo, por ejemplo, para encontrarse con un panorama desalentador. Las filas para entrar al sistema suelen armarse desde el puente peatonal que sirve de acceso.

A esa hora pico, cuando pueda tomar el K43, la ruta que inicia recorrido en ese punto, le tocará un bus atestado, en el que viajará alrededor de una hora para llegar al centro o al norte de Bogotá, donde trabaja la mayoría. 

Cuando cumpla la jornada laboral, hacia el anochecer, tendrá que enfrentar un viaje similar, de una hora y media o dos para volver a casa. Ese tiempo que gasta moviéndose, es el que un padre que trabaja casi todo el día tiene que restarle a su convivencia familiar, explica Ricardo Rodríguez, personero de Soacha.  “Los menores pasan mucho tiempo solos y eso los hace vulnerables a la criminalidad”, agrega.

De las ciudades con más de 400.000 habitantes en Colombia, Soacha es la tercera con la mayor tasa de homicidios del país. La mayoría de estos ocurren por revanchas entre bandas criminales que no superan los veinte integrantes, y que se disputan el microtráfico en cada sector. Algunas tienen conexiones o vienen desde Bogotá, pues Cazucá, por ejemplo, es una de las rutas por donde entra la droga a la capital, que llega desde el sur del país. 

Apenas hay 355 agentes para toda la población, incluyendo a los de tránsito.

Esas bandas se han dedicado a reclutar jóvenes en los colegios y a inducirlos al consumo, explica William Mayorga, secretario de Gobierno. De hecho, uno de los esfuerzos en materia de seguridad está conducido a desmantelar esos grupos que tienen injerencia en los planteles educativos La misión es difícil para la Policía, que tiene un deficiente pie de fuerza allí. Apenas hay 355 agentes para toda la población, incluyendo a los de tránsito.

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Ahora, luego de las jornadas laborales, el trabajador se encontrará casi confinado en su hogar. Soacha tiene un déficit alto de espacio público: alrededor de 0,5 metros cuadrados por persona, cuando la recomendación de la Organización Mundual de la Salud es de 10, y Bogotá, por ejemplo, tiene 4.

La falta de espacio público se suma a los problemas de intolerancia entre vecinos, y a los altos índices de violencia intrafamiliar que tienen preocupadas a las autoridades por la convivencia en el municipio. Un coctel que desemboca en un estado de ánimo marcado por el poco optimismo, que es el que ve el personero Rodríguez entre los pobladores.

Soacha tiene un déficit alto de espacio público: alrededor de 0,5 metros cuadrados por persona, cuando la recomendación de la Organización Mundual de la Salud es de 10, y Bogotá, por ejemplo, tiene 4.

Pero las carencias por los excesos demográficos de Soacha no paran allí. En el municipio hay dos hospitales privados y uno público. Juntos, suman 250 camas para atender a la población, cuando se estima que debería haber 1.000 disponibles. Los indicadores de la calidad de vida son críticos. Y las perspectivas de cambio están embolatadas por la falta de recursos. 

Estirando billetes

En 2016, Soacha tuvo un presupuesto de 471.000 millones de pesos. Es decir, con las cuentas del censo ordenado por el alcalde, 471 mil pesos por habitante y poco menos del doble si se divide con las proyecciones del DANE. Bogotá, en contraste, tuvo para ese mismo periodo más de 2 millones por habitante.

De ese dinero, alrededor de 400.000 millones los aportó la Nación y estuvieron amarrados a destinaciones obligatorias, como la salud, la educación o la alimentación de los niños en los colegios. Solo 10.000 millones fueron (y son) para libre destinación. Es la plata que, en teoría, podría usarse para construir colegios, parques o arreglar vías. Pero ahí aparecen los líos de las cuentas de la población.

Algunos rubros de las transferencias que hace la Nación están basados en las proyecciones del DANE, como el que se destina a la salud o el dinero girado para agua potable y alcantarillado. Es decir, Soacha recibe el dinero que le correspondería si tuviera los 533.000 habitantes proyectados, y no el millón que estiman. 

Y para tapar esos huecos - y otros más como la atención de las 55.000 víctimas registradas en el municipio- se terminan usando esos recursos de libre destinación. Es decir, de esa plata para mejorar el municipio no queda nada. 

Ahora, los otros 71.000 millones son los que recauda el municipio de sus rentas propias: las imposiciones al comercio y los prediales. De esa plata, alrededor de 40.000 millones se invierten en el funcionamiento de la administración y otros 6.000 están amarrados, por obligación, al pago de las deudas de Soacha. Lo que queda es escaso para tanta gente y se va tapando huecos en los rubros vitales, explican en la Secretaría de Hacienda.

La esperanza de la administración es aumentar la recepción de impuestos. Y ahí tienen más inconveniente. Por un lado, todo el municipio está ubicado en los estratos 1,2 y 3 , por lo tanto, en general se paga un predial mínimo. Además, todavía hay muchas viviendas ilegales que no contribuyen y algunas urbanizaciones siguen registradas en catastro sobre suelos rurales, así que lo que pagan montos más bajos aún.

Frente al comercio, Soacha creció en el siglo pasado como una zona industrial, atractiva para empresas que podían generar empleo y tributar Pero con el deterioro y la ausencia de las vías, las dificultades de movilidad y lo atractivos que se han vuelto municipio con zonas francas, como Tocancipá, las organizaciones han ido abandonando el municipio. 

Así, Soacha parece atrapada en un círculo vicioso del que difícilmente podrán salir por su cuenta, creen en el municipio. Por eso piden ayuda urgente al gobierno nacional. En algunos sectores de la ciudadanía, incluso, ya se habla de un para cívico como el que tuvo lugar en Buenaventura en mayo pasado como la vía para hacerse escuchar.

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El río Bogotá atraviesa Soacha muerto. Pero antes de salir del municipio y seguir su trance hasta el Magdalena, ocurre el milagro. Llega al majestuoso Salto del Tequendama y las aguas sufren una caída de 157 metros en la que recuperan oxígeno y se descontaminan parcialmente. La leyenda dice que Bochica partió una montaña y creó el Salto para desinundar la Sabana. Soacha necesita intervención urgente y casi milagrosa para no desbordarse.