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Finanzas

¿Qué secretos (verdes) se esconden en su cartera de inversión?

Muchos bancos de Latinoamérica y el Caribe tienen el potencial de hacer inversiones regionales en proyectos responsables con el medioambiente.

Fred Seifert, socio director para Latinoamérica y el Caribe de NINT
13 de febrero de 2023

Algunas dudas comunes de las instituciones financieras (IF) acerca de la ola ASG y las presiones de reguladores, inversionistas y fondeadores internacionales en este sentido son: ¿tengo que dejar de financiar muchos de los sectores que ya tengo en cartera? ¿Hay que enfocarse en nuevos tipos de proyectos? Mucho de la respuesta está en las propias carteras de las IF, que esconden un secreto: hay varias operaciones verdes.

Eso se verifica empíricamente al trabajar con IF alrededor del mundo, pero especialmente en Latinoamérica y el Caribe (LAC). Por el contexto económico de la región, muchos bancos tienen sus carteras expuestas a sectores sensibles a temas ambientales, como energías, agricultura, ganadería, actividades forestales y construcción.

Al mismo tiempo que eso trae riesgos, también crea oportunidades para el desarrollo de actividades más verdes, lo que es muy demandado para productos de exportación (p.ej., madera, carne y palma) y por financiadores de grandes proyectos (p.ej., hidroeléctricas e infraestructura). Es absolutamente común verificar que hay operaciones financieras con agricultores y productores ganaderos con (buenas) certificaciones socioambientales -no solamente los más grandes-, así como que se ha concedido financiamiento a proyectos de diferentes portes que siguen las mejores prácticas internacionales, como las Normas de Desempeño de la IFC y se alinean a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

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Asimismo, en muchos de los países LAC, hay una regulación ambiental muy bien establecida -y Colombia es uno de los mejores ejemplos regionales-, lo que favorece una cadena de producción más verde. Pero, ojo: el cumplimiento de la ley no es considerado un impacto positivo, es solo un tema de cumplimiento. Por otro lado, cuanto más fuerte es una regulación en este tema, más incentivos existen no solo para cumplirla, sino para ir más allá y crear diferencial de mercado -como a través de las ya mencionadas certificaciones.

En muchos casos, estas operaciones no son etiquetadas por las IF como verdes, ya que ellas las consideran como business as usual. Y la palabra clave acá es etiquetar: hay muchos potenciales impactos positivos relacionados con temas ambientales que pueden ser atribuidos a sectores, actividades o activos; por lo tanto, es importante que las IF tengan metodologías para reconocer aquellas operaciones que generan y/o tienen potencial de ser ambientalmente sostenibles. Con eso, puede ver cuan verde es su cartera y cuánto le favorece financieramente.

Es con esta información en las manos que la IF podrá tomar decisiones estratégicas en cuanto a las oportunidades verdes: dejar de financiar sectores/actividades con potencial impacto fuertemente negativo y/o muy expuesta a riesgos ambientales; enfocarse más en determinados tipos de operaciones potencialmente o efectivamente verde ya existentes en cartera; ampliar la participación de operaciones consideradas verdes, que aún son poco representativas en la cartera y que tienen amplio potencial de retorno; entre otros.

Hay retos en este proceso de etiquetado. En primer lugar, ¿cómo definir qué es verde? En este caso, las taxonomías son fundamentales. Dichas taxonomías identifican las actividades económicas que pueden ser consideradas como ambientalmente sostenibles.

Existen referencias importantes de mercado, como la de Climate Bonds Initiative, la única certificación internacionalmente reconocida para bonos verdes. Algunos gremios bancarios, como Febraban, de Brasil, también desarrollaron taxonomías voluntarias para apoyar a las IF en sus procesos de inversión verde.

Lo que es cada vez más discutido, a su vez, es la implementación de taxonomías nacionales/regionales, establecidas por autoridades locales. La más reconocida es la de la Unión Europea, pero la taxonomía verde de Colombia es otro ejemplo muy relevante -y la única de este tipo en LAC.

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Aun así, la existencia de una taxonomía no soluciona “automáticamente” el etiquetado de las operaciones. Las IF deben tener metodologías y/o herramientas para revisar sus operaciones con base en los parámetros de la taxonomía definida. Acá está un reto también identificado en la práctica en los bancos LAC: falta de información detallada sobre el destino del crédito y los impactos (potenciales y reales) de los proyectos financiados en los documentos de las operaciones crediticias.

Sin esta información, lo máximo que un banco puede hacer es revisar en detalle el impacto de las operaciones que potencialmente se alinean a una taxonomía, con base en un muestreo -ya que revisar a toda la cartera sería probablemente un trabajo demasiado largo y complicado.

Otra posibilidad es revisar el alineamiento de la cartera con la taxonomía por encima, o sea, basado en sectores y/o actividades financiados potencialmente en línea con la referencia establecida, sin verificar en la práctica si las operaciones individuales cumplen con los criterios verdes. En ambos casos, la cuantificación del tamaño de una cartera verde no sería más que una mera aproximación.

Para superar esta barrera, diferentes instituciones vienen trabajando en ofrecer guías y herramientas para facilitar el etiquetado de la cartera. Además de los esfuerzos individuales de IF privadas, bancos multilaterales vienen ofreciendo asistencia técnica para revisión de cartera y etiquetado climático. De hecho, algunos de ellos ya tienen metodologías y herramientas definidas que posiblemente se tornarán públicas en algún momento.

Hay ventajas claras de la identificación de estos “secretos verdes” en cartera: estimación del potencial y de la viabilidad para la creación o consolidación de líneas financieras enfocadas en sostenibilidad ambiental; análisis de viabilidad para la emisión de bonos verdes; comprobación de capacidad para gestionar proyectos verdes, lo que les puede servir para acceder a recursos de fondeadores internacionales; establecer una correlación más precisa entre impacto ambiental y desempeño financiero; etc.

Pero, el principal secreto de todo esto es que la ola ASG va a seguir creciendo, y aquellas instituciones que no entiendan cómo pueden aprovechar las oportunidades que ella trae van a quedarse por detrás en el mercado.