David Barguil, representante a la Cámara.

Coyuntura Especial

Urge darle valor agregado a la producción nacional para enfrentar desafíos económicos

Es claro que no podemos continuar con un modelo económico tan dependiente del petróleo y que no hay sobre la mesa una propuesta para diversificar nuestro aparato productivo.

David Barguil Assis
28 de julio de 2015

Para nadie es un secreto que las perspectivas económicas del país se vienen deteriorando y que se han encendido varios signos de alarma que plantean serias dudas acerca del futuro de la economía colombiana y de la capacidad del Gobierno Nacional de hacerle frente a este nuevo escenario económico.

A las revisiones a la baja de la meta de crecimiento, que han hecho carrera en lo que va corrido del año, se suman las estimaciones acerca del impacto fiscal de la caída de los precios del petróleo, el desplome de la inversión extranjera, el déficit de nuestra cuenta corriente y una inflación por encima de la meta prevista.

El FMI aseguró en abril que el crecimiento del país en el 2015 sería del 3,4% mientras que el Gobierno Nacional indicaba en su momento una cifra mayor al 4%. Con el nuevo marco fiscal de mediano plazo publicado hace unas semanas, el gobierno revaluó su meta al 3,6%. Sin embargo el FMI, que ya probó ser más acertado y realista que el Gobierno, y reubicó la meta en 3%.

La desaceleración económica también asociada a la reciente caída de los precios del petróleo, ha tenido consecuencias muy severas sobre nuestros ingresos fiscales y cuya verdadera dimensión aún está por verse. Ecopetrol venía generando entre impuestos y dividendos un poco más del 15% de los ingresos de la Nación. Según la Comisión de Estudio del Sistema Tributario Colombiano y estimaciones de Fedesarrollo, los ingresos de la actividad minero-petrolera dejarán de representar el 3,5% del PIB para ser algo menos del 1% del PIB en los años que vienen.

Como si esto no fuera suficiente, la crisis del sector petrolero ha afectado otros indicadores clave de nuestra economía. El Banco de la República anunció recientemente que la inversión extranjera neta se desplomó en un 94%. En el mes de junio la balanza cambiaria nacional tuvo flujos netos por US$166 millones mientras que en el mismo mes del año pasado estos flujos llegaron de us$ 2.988 millones. En el primer semestre, estas inversiones bajaron un 47% interanual. De otra parte, nuestro déficit de cuenta corriente se sitúa en niveles cercanos al 6% del PIB, siendo el más alto de América Latina.

Ante este panorama es inevitable no sentir preocupación. Si bien, las políticas de respuesta de autoridades como el Banco de la República marchan en la dirección correcta y el Gobierno Nacional ya ha anunciado una serie de estímulos para la generación de empleo enfatizados en la industria manufacturera, es claro que no podemos continuar con un modelo económico tan dependiente del petróleo y que no hay sobre la mesa una propuesta para diversificar nuestro aparato productivo.

No es seguro que los estímulos sean suficientes, los empresarios están inconformes con el aumento de los impuestos y de los costos de producción. Además están preocupados por la inminente entrada en vigencia de una nueva reforma tributaria y el alcance de los recortes presupuestales que han sido anunciados.

¿Qué sucederá con el empleo?


La paradoja que implica la desaceleración económica sumada a una inflación alta -que sigue estando por encima de la meta planteada por el Banco de la República- puede indicar que las políticas del gobierno han llegado a un límite de reducción de desempleo.

Las últimas estimaciones realizadas por investigadores del Banco de la República mostraban que la tasa de desempleo mínima permitida antes que se produzcan presiones inflacionarias es muy cercana a las tasas de desempleo que se han observado en los últimos tiempos. Bajar este límite es mucho más difícil, pues implica una transformación productiva del país, aumentos en productividad y cambios estructurales.

Las tasas de crecimiento económico por encima del 5% y el pleno empleo que el país necesita no provendrán de la recuperación de los precios del petróleo o de más gente trabajando en vías públicas. Necesitamos sectores comerciales e industrias innovadoras que generen nuevas y mejores condiciones para los empleados. Nuestra economía debe aprovechar una tasa de cambio más competitiva y volcarse a exportar.

Colombia demanda una transformación estructural, con mayor tecnología, un sector real innovador, una agroindustria pujante, mejores condiciones laborales, y definitivamente un sistema tributario más equitativo.
Solo así logramos reducir sustancialmente y definitivamente la informalidad que afecta a más del 48% de los colombianos en áreas metropolitanas. De esta forma podremos darle valor agregado a la producción nacional para ser competitivos ante desafíos económicos como los que vamos a vivir en el mediano y largo plazo.