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La incógnita latinoamericana

Cuando todo parece demasiado bueno para ser verdad, se cumple el principio de Peter. Se avecina una nueva crisis, pero menor que la de 1982.

José E. Gonzales
1 de agosto de 1995

Un aire de incertidumbre reina en las calles de Wall Street. Confundidos por el rompecabezas financiero internacional, banqueros, comisionistas y fund managers han visto como uno de los rallyes

más agresivos en las bolsas de New York ha ido a la par con un mercado norteamericano de bonos débil, y precios de commodities internacionales - especialmente minerales-en niveles históricamente altos. Para colmo de bienes, la reciente reducción en las tasas de interés de la reserva federal augura una economía estable.

En teoría tal cantidad de buenas noticias, a pesar de ser absolutamente lógicas, es poco probable y tal percepción ha llevado a cuestionar la veracidad de los mercados: "Alguien debe estar equivocado", sostienen los inversionistas veteranos. Probablemente, tal escepticismo originó la corrección entre los stocks de compañías especializadas en tecnología de mediados de julio. Luego de haber registrado espectaculares ganancias desde que iniciaran su rallye en febrero, las acciones de compañías como Microsoft e Intel cayeron dramáticamente, luego que sus resultados corporativos fueran ligeramente inferiores a lo esperado.

El cuestionado Bull de las bolsas en New York debería reducir, de alguna manera, el optimismo en la economía norteamericana, dirección a la que apuntó la reciente reducción en las tasas de interés que buscaba ahuyentar la amenaza recesiva. La combinación de ambas debería, a su vez, despertar a los mercados latinoamericanos de su marasmo que deberían, en turno y según lo hicieron en el pasado, representar una alternativa para la ausencia de retornos en los mercados norteamericanos. El hecho que eso no suceda, aun por lo menos, ha mantenido a inversionistas y analistas financieros en el limbo de la incógnita latinoamericana.



ENTRE TEQUILA Y TANGO

Desde que la economía mexicana llegara a su punto de inflexión en diciembre de 1994, la Bolsa de Valores de México ha sido el mejor indicador de los niveles de (des) confianza del capital internacional. En constante caída desde la devaluación de fines del año pasado, el IPC se mantenía en 25% negativo hacia finales de junio, cuando un inesperado rallye compensó parte de las pérdidas para mantenerlo en menos 18% hacia fines de julio. La recuperación ha dejado mucho que desear, sin embargo, si se toma en cuenta que los precios de la bolsa son los más bajos desde 1991.

La debacle bursátil mexicana, que inversionistas norteamericanos y europeos equipararon a "déficit en la cuenta corriente", afectó a la bolsa Argentina, que hacia fines de junio había recuperado la mayor parte de sus pérdidas para cerrar en 11.9% negativo para la primera mitad del año. Lo reducido de las cotizaciones generó una subida en el mercado, que para fines de julio tentaba lo plano para cerrar con pérdidas de menos de 1%.

La única bolsa en recuperarse del "efecto tango" era la de Lima, que en una impresionante recuperación cerró el semestre en 0.3% positivo, avanzando penosamente para querer culminar julio con ganancias escasamente superiores al 3%.

Los otros mercados, relativamente inmunes a los "efectos", han sufrido de males propios que, combinados con la resistencia de inversionistas extranjeros, han mantenido los niveles de ganancias, con excepción de Chile, francamente reprimidos.

Lo que hace solamente un par de años hubiera sido interpretado como una "ganga" es considerado hoy en día como parte de un "Tire sale" (remate de incendio). El síndrome del "déficit en cuenta corriente", y la amenaza de la consecuente devaluación, han mantenido a los inversionistas en extrema cautela, a pesar del entusiasmo de corredores y autoridades de gobierno que sostienen, con inusual vehemencia, que lo peor ha sido superado. Las condiciones de las economías locales parece querer demostrar, sin embargo, lo contrario.

La percepción del potencial peligro que ofrecen los déficit en cuenta corriente es fundamentalmente correcta, pero particularmente errónea. No es casual que los tres países que aplicaron el modelo de reforma económica en forma más o menos similar sean los mismos que enfrentan los problemas más urgentes. México, Argentina y Perú tuvieron que implementar los ajustes más drásticos en la región y ahora encaran las consecuencias de un modelo que privilegió la sobre valuación de la moneda nacional.

En México la devaluación fue inevitable cuando la cuenta del capital se tornó en negativa acabando con la única fuente de financiación para la balanza de pagos. Hoy el país se prepara a enfrentar las consecuencias de la depreciación. El consenso en Wall Street indica una caída en el PIB de 2.5% y una inflación de por lo menos 34% (50% entre los pesimistas). El problema mayor, sin embargo, sigue residiendo en el aspecto social: agobiadas por pérdidas financieras las compañías mexicanas enfrentan posibles quiebras o, en la mayor parte de los casos, reducciones de personal. El costo de mantener la inflación "bajo control" agrava tal escenario, que amenaza con disparar el desempleo y por ende, el descontento popular. La posibilidad de una crisis financiera, por otro lado, aún no ha sido descartada.

En Argentina la situación es "menos negativa". El gobierno, luego de un respaldo mayoritario en las elecciones de mayo, ha decidido apostar a la convertibilidad, aunque tenga que enfrentar sus consecuencias. Rechazando la devaluación como salida, Cavallo ha optado por deflacionar la economía en lugar de incrementar la masa monetaria. Ayudado por el Fondo Monetario Internacional, el ministro de Economía ha decidido comprar tiempo para estimular el retorno de capitales argentinos, que son los únicos que pueden salvar la precaria posición en la balanza de pagos. La apuesta por el retorno de capitales fugados es arriesgada si se toma en cuenta que la falta de fondos ha mantenido el ambiente político caldeado. Los trabajadores públicos de Córdoba se encuentran en pie de lucha luego de no haber recibido compensación alguna por más de dos meses, y el gobierno está considerando privatizar lo poco que queda en manos estatales en el menor plazo posible, mientras recauda impuestos por adelantado.

En Perú las cosas son aún positivas, pero los cuellos de botella ya se anuncian. Una de las piezas clave del esquema peruano es la renegociación de la deuda comercial externa que involucra unos US$8,000 millones. Los desembolsos peruanos, que deberían bordear los US$340 millones anuales, se han limitado a US$120 millones por falta de fondos. De firmarse un Brady hacia fines de este año, y la firma es indispensable para no seguir acumulando intereses, los desembolsos obligatorios involucrarían aproximadamente US$400 millones que, sumados a los pagos por deudas con el "Club de París" y los organismos multilaterales llegarían a US$1,200 millones por año, generando un déficit en la balanza de pagos en 1996. Tal posibilidad forzaría el gobierno a aumentar la recaudación tributaria, reduciendo las posibilidades de crecimiento sostenido. Devaluar, sin embargo, no es tarea fácil en Perú. Una de las herencias de los años hiperinflacionarios es la abundancia de dólares, los que representan aproximadamente 60% de la masa monetaria. Una devaluación significativa requeriría por ende de una inflación significativa.

En el caso de Brasil los problemas son de fondo: reformas constitucionales que permitan un cambio estructural al mismo tiempo que una solución a problemas urgentes. Cardoso ha ganado la primera batalla, pero aún le quedan varias por conquistar. En Colombia las cosas presentan mejor cara aunque no la ideal: los inversionistas extranjeros han decidido ignorar el problema del narcotráfico y la guerrilla, para enfocar su atención en las tensiones entre el ejecutivo y el Banco Central que han desatado la "guerra de las tasas de interés" y el progresivo declive de las bolsas. En Chile el panorama es de nubarrones, el de un ejército reacio al poder civil (léase caso Contreras) y un peso sobrevaluado.

En Venezuela el caos ha venido adquiriendo matices de provocación. Envuelto en la peor crisis de su historia republicana, el futuro de la nación venezolana depende de las decisiones de una sola persona: el presidente Caldera. Presionado por la crisis y la apertura internacional, que impide el sostenimiento de viejos proteccionismos, Caldera deberá tomar por el camino de la flexibilización a menos que opte por subsidiar la crisis con el ingreso petrolero.



LAS NECESIDADES DEL MERCADO

Analistas y vendedores de papel en Wall Street insisten en la continua validez de los valores 'Tundamentales" del mercado y de su excesiva subvaluación por parte de los inversionistas. Estos, a su vez, están confundidos por algo que parecen entender pero no reconocer, al menos no del todo. Son pocos los inversionistas de portafolio que entienden las violentas variaciones de las economías latinoamericanas y menos aún los brokers que entienden la lógica del dinero". Son menos aún, inexistentes por decir lo menos, quienes entienden los vaivenes de la economía internacional. No es para menos: hace diez años nadie invertía en papeles emergente y pocos habían visitado lugares tan "exóticos" como Medellín o Arequipa; la mayoría de brokers no saben lo que es arriesgar dinero ajeno en mercados tan cambiantes; y la globalización es absolutamente nueva.

Latinoamérica - Indicadores macroeconómicos 1995E (%)

PieArgentina(1.0)3.4Brasil5.079.0Chile5.58.7Colombia5.520.2México(2.5)34.0Perú6.511.9Venezuela(0.4)69.8Los análisis financieros tienden a mantener las mismas premisas que hace algunos meses. Esas premisas, sin embargo, se han visto modificadas por los eventos desatados por México y el mercado se da cuenta de ello -o al menos "lo siente". Para "hacer un mercado" se necesitan los fundamentales y el dinero, los unos sin los otros no valen nada. Su encuentro en la bolsa es lo que genera la noción de valor y es esta última la que está siendo cuestionada.

En el caso de México la sensación no es de que los problemas se hayan acabado, sino que están entrando en una nueva fase que no es necesariamente positiva. En Argentina la lógica económica del gobierno parece no serlo tanto y en Perú, los cuellos de botella estructurales están cuestionando el optimismo oficial. En Colombia y Chile la institucionalidad está mostrando sus beneficios y dificultades aunque los niveles de inflación y desigualdad en el ingreso aún son lo suficientemente altos como para eludir la estabilidad deseada. Venezuela es el mercado de los audaces: todo parece indicar que lo peor está por llegar, que a partir de allí se darán las oportunidades.

Y en el atosigante verano del hemisferio Norte el único sentimiento que prevalece es el de una apática incertidumbre, que contrasta con la invernal vulnerabilidad de los países en el Sur.



EL FUTURO

En la década de los setenta América Latina creció con base en los rezagos del auge de las materias primas, petróleo y deuda externa hasta que la crisis de 1982 acabó con el espejismo del auge prestado. La "crisis de la deuda" inició una de las etapas más críticas en la historia de la región, que vio mejorar sus destinos con los ajustes iniciados por el propio México en 1988. Para 1994 el nuevo modelo de "reforma económica" -nacido de la ortodoxia del FMI y la heterodoxia de los populismos de los ochenta- parece haber llegado a su propio punto de inflexión. La crisis desatada por la devaluación, nuevamente mexicana, parece liderar una nueva etapa de crisis, menos pronunciada que la de 1982 pero no menos penosa. Su origen apunta a las aún injustas divisiones en el ingreso, que impiden el sostenimiento del desarrollo con ahorros domésticos forzando la dependencia del ahorro externo. Las posibles soluciones, de las que dependerá el destino de las Américas en el próximo siglo, deberán atender a esta necesidad sin recurrir a fallidos proteccionismos, consolidando mas bien los mecanismos de apertura y las instituciones democráticas y apuntalando el desarrollo de un sector privado que sea capaz de compartir los beneficios del progreso.

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