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El cañón Amstrong

Las corporaciones autónomas regionales son una rueda suelta.

RODOLFO SEGOVIA
1 de mayo de 1995

El caciquismo siempre latente en el Congreso, donde rara vez da puntada sin dedal, le metió un gol a los ecologistas legítimos

y de buena voluntad, en la expedición de la ley que oreó el Ministerio del Medio Ambiente. Ahora las implicaciones de ese sutil ejercicio parlamentario están saliendo a relucir y la doctora Cecilia, ministra de arrestos, y opiniones vehementes y sesudas, está hecha una hidra. Tiene razón. Se está frente al proverbial "pegarse un tiro" de la expresión popular cuando alguien se autoflagela, por bobo o por imprevisivo. El país disparó el cañón Amstrong.

¿Cómo es esa historia? Pues bien, Filósofos, un griego emprendedor y dotado de finas habilidades mecánicas, vivía en Cartagena de Indias a finales del siglo pasado. Se jactaba de haber prestado su concurso como artillero durante las interminables guerras libertarias de su patria contra los turcos. El mismo poseía un acendrado amor por la libertad; con novia vestida y en la puerta de la iglesia se esfumó un día, rumbo a Panamá, para no verse atado por dulces lazos conyugales. Pero eso fue más tarde. En los albores de este siglo, Filósofos hacía parte todavía del renaciente conglomerado cartagenero que se aprestaba a luchar, con el denuedo de siempre, por la Regeneración, legado político de Rafael Núñez, el hijo epónimo de la ciudad. En un osado gesto, los rebeldes de los Mil Días se aproximaron a la plaza fuerte para bombardearla desde la cubierta de El Rayo, frágil embarcación a la que le quedaba grande el nombre.

Alarmadas las autoridades cartageneras, decidieron desempolvar un oxidado cañón Amstrong, que el mismo Núñez había comprado en Inglaterra y que por su tardío arribc no había alcanzado a influir en la derrota de Gaitán Obeso, durante e sitio de quince años antes. Era un cañón virgen. Se apeló entonces a los talentos de Filósofos, quien lo armó en el baluarte de San Ignacio aceitándolo y brillándolo diligentemente. El Rayo entretanto merodea ba amenazante. Apenas quedó a alcance y en la mira, se dio la orden de fuego, pero con tan mala suerte que el Amstrong, al recular, descendió por la rampa del baluarte y fue dar hasta los edificios vecinos, causando estragos en la Plaza de San Pedro.

Cosa peligrosa es la gran artillería. El cañonazo disparado con gran estruendo para entregarle a la comunidad el manejo del medio ambiente por intermedio de las corporaciones regionales está reclutando que es un sálvese quien pueda. Hasta ahora no se había notado porque el primero de los ministros del Medio Ambiente, hombre eficaz y discreto, concentró su atención en lo foros internacionales y en los dineros que allí podían obtenerse para h defensa del entorno en Colombia. E poco se ocupó de darle vida a las corporaciones.

Ellas surgen al conjuro del mandato legal, aquí y allí, como disparatados entes, ruedas sueltas que a me. nudo son territorialmente el calco de algún departamento. Sus límites, por lo tanto, poco tienen que ver con la lógica protección de una cuenca, o con accidentes geográficos que con forman un ecosistema digno de con sentir y estudiar. Y en cambio, muy clientelista del cacicazgo local, al que la dimensión departamental le cae de perlas, tanto más si se sabe que las corporaciones cuentan con rentas y patrimonio propío.

Pero eso no es lo más grave. A los gerentes de

las corporaciones los designan juntas directivas de variada composición, con altísima injerencia política. Se han convertido en codiciados institutos descentralizados -de los jugosos- donde la rebatiña es tan feroz que hasta puede provocar suturas de varios puntos en la delicada sien de distinguidas primeras damas departamentales. Los gerentes le responden a Dios y los tribunales. Sus resoluciones son en gran parte inapelables, puesto que no

existe autoridad superior. El Ministerio del Medio Ambiente puede abocar los asuntos y aconsejar, si así lo desea, pero no posee facultades para revocar.

Disuelto el Inderena, muchos de sus ex funcionarios, generosamente indemnizados, se han ido a enquistar en las nuevas corporaciones. Cualquiera podría creer que eso es bueno, puesto que aportan experiencia, pero en la realidad no lo es tanto. El fenecido instituto era un ejemplo mundial de caos administrativo -digno de Tanzania- y lo que es peor, la corrupción crecía silvestre, especialmente a nivel regional. Al lado de la admirable devoción de algunos de sus servidores, imbuidos del amor a la naturaleza y poseedores de amplios conocimientos científicos, se daba cada pícaro -con consultor propio y obligatorio para redactar estudios de impacto ambiental-, rémoras que entorpecían sanas iniciativas de crecimiento.

Otra femera de los pseudocultores del medio ambiente refugiados en las corporaciones recoge el ideologismo. De tiempo atrás el Inderena se había convertido en un instituto izquierdista y oportunista para abusar del glamour de su causa. Hoy abatido el Muro de Berlín, algunas corrientes neo marxistas han comenzado a pregonar no la lucha de clases, sino las contradicciones del hombre con su medio ambiente. Para quienes han sido seducidos por la dialéctica hegueliana, esta interpretación, que siembra dudas sobre el sostenimiento de la vida humana con los recursos teóricamente disponibles, es maná del cielo. Nada más apto para el dulce no dejar hacer nada. Son ejercicios dialécticos que ignoran, otra vez -como en su tiempo el Club de Roma- el poder de la inventiva humana, sin que ello quiera decir que no deban refrenarse sus excesos.

De todo esto resulta que el cañón Amstrong está, por estos predios, todavía reculando. Detenerlo significa consumir en el Congreso capital político para corregir las más flagrantes deficiencias en los códigos que regulan las corporaciones. Es lo que está proponiendo -hasta ahora sin eco- la ministra Cecilia López. Ella tiene por qué saber que el leviatán hay que domesticarlo antes de que se vuelva anfibio. Sin alarmismos, vale recordar el "regeneración o catástrofe"; las corporaciones son como los quisquillosos Estados Soberanos de la angélica República Radical del siglo pasado y podrían transformarse en los Estados Unidos Colombo-Ecológicos. Con esa letal combinación de amenazas venales e inocencia ambientalista amordazarán el crecimiento económico y por ese camino nunca se saldrá de pobre. La reforma se impone sin retardo. Es preferible dejar que El Rayo se acerque de vez en cuando a la plaza fuerte, y que se extinga el bio pariente de algún mamut, a morir aplastados por la reculada del Amstrong.

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