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Simón Echeverry desde los 11 años ya tomaba clases de astrofísica en la Universidad de Antioquia. | Foto: Archivo Semana

Reportaje

El karma de ser ‘superdotado’

Tener altas capacidades intelectuales en Colombia no es un buen negocio como se pensaría. Invisibilizados, estigmatizados, y aún lejos de recibir la atención integral que necesitan por parte del Estado. El mejor panorama para quienes se ubican sobre el promedio se encuentra fuera del país.

Manolo Villota B
16 de junio de 2012

Santiago Amaya, ingeniero químico con treinta años de edad, desde muy pequeño demostró una sorprendente capacidad intelectual: “a los cinco años me sabía las tablas de multiplicar hasta el 30, desarmaba las cosas de la casa para ver cómo funcionaban”.

Él, fue diagnosticado con un coeficiente intelectual de 170, sin embargo, ser catalogado como excepcional no le representó en Colombia ningún tipo de beneficio. Aunque se empeñó en golpear cada puerta que pudo dentro del Estado solicitando una beca o crédito, fue totalmente ignorado.

A su pesar abandonó la idea de ser astrofísico. Culminó su carrera de ingeniería química, luego de previamente  haberla suspendido tres años, tiempo en el que le tocó vender minutos de celular para poder sostenerse.

Santiago hace parte de ese pequeño grupo de persona que poseen altas capacidades intelectuales, llamados también ‘superdotados’, y que según la OMS equivale al 2,5% de la población de cada país, pero en su mayoría no son detectados.

En la legislación colombiana existen normas como la ley 115 de 1994, o el Decreto 2082 de 1996 las cuales determinan como deber del Estado procurar las mejores condiciones a personas con necesidades educativas especiales, entre las que se encuentran las altas capacidades; sin embargo, llevar las palabras a los hechos no ha sido tan claro como se esperaría.

La situación de los “superdotados” es mucho más complicada de lo que parece por varios factores, entre los que se encuentran la ausencia de un panorama educativo claro para su desarrollo pleno, la falta de detección temprana y el estigma que les impone la sociedad.

Matías Martínez vive en Envigado (Medellín) y tiene 10 años de edad. Tiene un alto desempeño para su edad en áreas como la matemática, las artes y las ciencias naturales entre otras, además de contar con una memoria prodigiosa que se convierte en ayuda para el oficio de sus padres, la marquetería y elaboración de cometas.

Su rápido aprendizaje le hacía perder interés en las clases ya que estas iban a un ritmo demasiado lento para él, “acababa la tarea antes que los demás y se ponía de inquieto”, comenta Federico su padre, quien se opuso a que lo promovieran del segundo al quinto grado de primaria, porque quiere que su hijo lleve un ritmo escolar de acuerdo a su edad.

Debido a que fue catalogado como un niño “problema”, fue objeto de gritos y regaños por parte de profesores, generándole temor dentro del aula. Sus padres decidieron retirarlo cuando el colegio no quiso recibirlo a menos que se le haya suministrado una medicina llamada Ritalin. Matías estuvo sin colegio dos años y debido a este incidente hoy apenas está cursando tercero de primaria.

Según María Caridad García especialista en la temática y docente de la Universidad Javeriana: “debemos preguntarnos si las condiciones ambientales que provee nuestro sistema educativo, favorecen las capacidades de esos estudiantes que están más avanzados, muchos son invisibilizados y si no se detectan a tiempo sus habilidades pueden opacarse, ahí radica la importancia de encontrarlos y ayudarlos”.

Colombia tiene factores clave para definirlos como un puntaje mínimo de 130 puntos en un examen de coeficiente intelectual o C.I. (el promedio de la población  está sobre 100 puntos) en la escala de Wechsler, además de una alta creatividad y motivación hacia el trabajo respecto al resto de personas.

Cansados de pedir ayuda

Simón Echeverry tiene 15 años de edad. Demostró sus habilidades a muy temprana edad: aprendió a leer a los tres años; maneja dos idiomas: inglés y mandarín el cual aprendió por su propia cuenta; a los 11 años ya tomaba cursos de astrofísica como extensión en la Universidad de Antioquia y actualmente la Universidad Eafit le brinda tutorías gratuitas para fortalecer sus aptitudes.

Sin embargo, Simón nunca ha recibido ningún tipo de apoyo por parte del Estado, a pesar de estar incluido en una base de datos del Ministerio de Educación. Martha Navarro su madre dice que se cansó de escuchar como respuesta “no hay nada para él” cada vez que solicita ayuda al Gobierno. Ella no sabe cómo irán a financiar la educación superior de Simón, porque sus recursos son muy limitados y por ahora su única esperanza es que consiga una beca por fuera del país.

Otro caso es el de Santiago Correa, tiene nueve años de edad cursa sexto grado, desarrolla matemáticas de séptimo, tiene un coeficiente de 142  y aprendió a leer a los dos años por si mismo a través de un teclado de computador que se encontró en la basura.

Ha tenido problemas de adaptación por lo cual ha tenido que pasar por ocho colegios, su padre se cansó de solicitar ayuda a las instituciones estatales en busca de apoyo educativo. “con los recursos que tengo, a futuro si acaso podré pagarle una universidad pública, pero espero no se desperdicie el potencial que posee mi hijo y que aportaría tanto a este país” expresa.

Hasta antes del 2009 la detección por parte del Estado de personas con altas capacidades era prácticamente inexistente, fue por la sentencia T-294/09 de la Corte Constitucional que se ordenó al Ministerio de Educación identificar y brindar todas las garantías necesarias a este nicho de la población.

Según cifras del Ministerio, en el año 2011 fueron detectados y atendidos 115.112 niños y adolescentes con capacidades o talentos excepcionales y discapacidades como un solo grupo. De ese total apenas 1.977 se encontraban en el 2,5% por encima de la población, en el grupo de ‘superdotación’. Representando un altísimo grado de invisibilización teniendo en cuenta los estimados de la OMS.

Por su parte el Icetex, apenas otorgó 47 y renovó 50 créditos educativos condonables para personas que demostraron altas capacidades intelectuales durante 2011.

Otros países como España, tienen un panorama nada alentador al respecto, se estima que la población con capacidades intelectuales por encima del promedio es de 350.000 de los cuales han sido detectados y atendidos aproximadamente 7000.

Mientras tanto en Estados Unidos, los ciudadanos identificados en este grupo de la población no solo tienen un apoyo más visible de las instituciones, sino también resultados efectivos en su desempeño, el 90% alcanza la más alta cima profesional.

Programas como el GATE (Gifted and Talented Education), financiado por el gobierno estatal buscan fortalecer el aprendizaje al nivel que requiera cada caso. Igualmente en Alemania, quienes demuestren un alto nivel intelectual tienen derecho a estudiar en las mejores universidades del país gratis, buscando el posicionamiento global de la nación como de sus instituciones.

Cuando encajar se vuelve una obligación

La adaptación al entorno tiende a ser uno de los peores viacrucis que estas personas deben afrontar. Alessandro Morelli puede dar fe de lo difícil que es adaptarse a un ambiente totalmente distinto. Con 13 años de edad se encuentra becado estudiando Ingeniería mecatrónica en la Universidad Militar Nueva Granada.

Alessandro, terminó la primaria y bachillerato en tiempo récord, aprendió a hablar japonés en veinte días y según su padre la diferencia de edad con sus compañeros solía prestarse para que estos lo molestarán incluso agredieran. Igualmente nunca sobraron roces con profesores a los que de vez en cuando corregía en sus propias clases.

De forma parecida transcurrían los días de Simón Echeverry quien se sintió fuera de lugar durante el colegio por lo fácil que le resultaba, además la relación con sus compañeros no fue la mejor, era molestado continuamente debido a su excelente desempeño, además de sentirse en muchas ocasiones excluido ya que sus intereses nunca coincidieron con los del resto.

Martha su madre dice: “no fue fácil, él se sentía rechazado, maltratado, pero a pesar de todo se mantuvo firme”. Simón hace tiempo se retiró del colegio y se considera más feliz, no se tiene que molestar en cumplir horarios ni ignorar a sus compañeros de clases, maneja su propio tiempo y estudia lo que le interesa en su justa medida.

La fuga de cerebros y el no retorno

En un país donde, según cifras oficiales más de 15 millones de colombianos se encuentra en la pobreza, y por ende el acceso a la educación superior se limita, no son pocos los que optan por salir del país en busca de mejores oportunidades, en el caso de quienes tienen altas capacidades, la “fuga de cerebros”, permite que el máximo potencial de estas personas quede al servicio de otros países.

Camilo Trujillo presidente de Mensa Colombia la asociación internacional que agrupa y sirve como una red de contactos a este sector de la población, comenta: “De quienes han ingresado a Mensa desde el año 91 más del 60% se han ido del país, porque afuera ofrecen muchas mejores posibilidades a gente en sus condiciones”

Nicolás Coronado, ingeniero multimedia con 26 años catalogado con altas capacidades irá a trabajar con la mejor compañía de efectos visuales de Europa. Espera volver ya que hace poco fundó su propia empresa de efectos visuales la cual quiere impulsar a nivel de Latinoamérica. Según él, cuando se sale del país es difícil regresar “Mi prima es Ingeniera aeroespacial, otro amigo es arquitecto de software en IBM con maestría en neurociencia computacional… ¿qué harían ellos en Colombia?”, se pregunta.

Igualmente Simón y Alessandro tienen sus metas puestas fuera del país. El primero cansado de ser ignorado por el Estado durante quince años, quiere estudiar física pura en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) confía que sus aptitudes le permitan acceder a una beca. Mientras que Alessandro quiere irse a Japón a especializarse en robótica cuando termine la carrera de mecatrónica.

El panorama de quienes se denominan excepcionales, aún está lejos de ser el ideal. Este capital humano tan importante para un país debe ser cuidado y potenciado de la manera adecuada. Tal y como dijo alguna vez el famoso Psicólogo Carlos G. Jung figura clave en los inicios del psicoanálisis: "Los niños superdotados son los mejores frutos del árbol de la humanidad, pero a la vez son los que corren más peligro. Cuelgan de sus ramas más frágiles y pueden romperse fácilmente".