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Poder y preferencias personales: El desazón de los actuales políticos del país

En Colombia son numerosos los casos de preferencias personales en el uso del poder. La ministra Gina Parody y el procurador Alejandro Ordoñez muestran claramente que sus decisiones como funcionarios públicos obedecen más a sus preferencias personales que a buscar el bien común.

Gonzalo Gómez Betancourt
31 de agosto de 2016

En esta cuarta entrega del especial “¿El Poder para qué?”, más allá de la definición de lo que significa preferencia, que es la elección por inclinación favorable del que elige y ventaja de una persona o cosa sobre otra, vamos a mostrar con ejemplos del mundo político lo que significa tener preferencias personales en el poder y sus graves implicaciones en la administración pública o en la empresa privada.

Con todo y sus mejores intenciones de cumplir con el proyecto del Gobierno Santos de convertir a Colombia en el país más educado, la ministra Gina Parody ha demostrado tener dificultades en el uso del poder que empañan un poco su gestión.  Sin querer entrar en la polémica generada en el debate de control político al que fue citada recientemente en el Congreso de la República por su decisión de elaborar nuevas cartillas de convivencia para los colegios en las que se explicara de manera detallada temas como identidad de género y orientación sexual, evidencia que por el tema de discriminación sexual ella tiene una preferencia personal. Aunque trate de explicar que es un asunto de interés público, pocos le creen, porque es evidente la influencia que ha generado en ella su propia condición y la tendencia natural a querer influir hacia unas mayorías de padres de familia en la educación de los hijos.

Exactamente lo mismo le ocurre al Procurador, todas sus decisiones y opiniones son sesgadas desde su posición de católico a ultranza . Y si vamos a cada uno de los personajes del mundo político del país hoy, la mayoría de ellos refleja sus preferencias personales en el uso del poder, como el Expresidente Uribe y su gran odio por los grupos narcoterroristas, al igual que el marcado interés del Presidente Santos por pasar a la historia y tratar de lograr el premio Nobel de la Paz. Lo más cuestionable de esta práctica es que todos caen en mentiras o verdades a medias tratando de justificar que no son preferencias personales cuando en realidad lo son y son las que conducen a un mal uso del poder.

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En la literatura de la dirección de empresas hay muchos autores que han hablado de la influencia de estas decisiones personales para Cáceres (1981) : “Las personas responsables de las empresas están influidas en el ejercicio del poder por sus inclinaciones favorables y tendencias o propensión hacia determinados fines.  Para Barnard (1938) “…Su influencia es tan fundamental como la de los motivos económicos, aunque raramente somos conscientes porque son el resultado de factores psicológicos”. Para Simon “el problema central de la organización es el acoplamiento entre las metas racionales y los límites cognitivos de las personas”, y según Christensen: (1982) “No es posible una estrategia económicamente pura, ya que están contaminadas por la personalidad y objetivos de quien decide”.

En la historia del management existe un reconocimiento de la existencia de intereses económicos en la toma de decisiones pero también de tener preferencias personales, debido a que nuestra racionalidad es limitada y sesgada. En la empresa resulta difícil una estrategia económicamente pura, siempre está contaminada dicen los autores. La racionalidad de las personas está influida por sus apetitos, aspiraciones, deseos, inclinaciones, valores y preferencias personales. Wojtyla (2010) menciona al respecto “Por el fuerte compromiso afectivo que tengo conmigo se me hace difícil llegar a una visión objetiva. Sucede que otra persona entiende mejor que yo mismo mi situación, mis posibilidades y deberes que yo mismo”. Por todo esto la racionalidad es por lo tanto limitada, y los linderos son el conocimientos y la voluntad”.

Las definiciones anteriores nos llevan a entender que para ser un buen gobernante y/o directivo es necesario utilizar adecuadamente el poder para lo cual necesitamos mayor conocimiento, mayor voluntad y autoridad reconocida por el saber hacer. Además de buscar las formas más adecuadas de reconocer la existencia  de este sesgo de racionalidad limitada, el directivo magnánimo es aquel que sabe dirigir y emplear los órganos de gobierno como mecanismos para reducir sus sesgos personales ante las decisiones.

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Todos dejamos evidentes nuestros sesgos en el quehacer diario, es muy poco probable evitarlos. Como lo hemos venido diciendo desde el inicio de este especial, el uso del poder tiene una responsabilidad social sobre las mayorías, que es otorgada por otras personas. La única manera de lograr que en el uso del poder no primen las preferencias personales, es la de conformar en la empresa Órganos de Gobierno con personas que piensen diferente a usted, porque uno suele rodearse de gente que piensa como uno, con lo cual sigue ratificando usted que lo que piensa es lo que és y que los que piensan diferente están en la oposición. Cuando usted se rodea de personas como usted incrementa su racionalidad sesgada y sus preferencias personales aumentan.

Creo que ahora es absolutamente claro para todos los lectores que en el país estamos asistiendo hoy a uno de los momentos de racionalidad sesgada más notorios en la historia del país, cada bando con su discurso y por lo tanto un gran desazón en el uso del poder. En el fondo lo que pasa es que los órganos de gobierno de esos partidos políticos están conformados por gente que piensa de una misma manera con lo cual acrecienta su racionalidad sesgada.

A nivel empresarial, muchos propietarios están empezando a ver la importancia de tener órganos de gobierno con personas de otros sectores que piensan totalmente diferente a ellos, de manera que den puntos de vista totalmente diferentes, frente a problemas similares y que nos dan ese espacio de reflexión. Lo más cómodo es que todo el mundo piense como uno para no esforzarse en tener que explicar más allá de lo necesario, pero el buen gobernante es el que logra escuchar a los demás y poner en tela de juicio al menos por un momento su forma de pensar y en lugar de escuchar lo que diferencia, escuchar lo que puede unir.

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Muy pocas personas tienen esas competencias y habilidades, pero estas se pueden desarrollar porque son hábitos. Si tengo la costumbre de no escuchar, esto es un hábito, pero si hago el ejercicio de escuchar, pues escucho y si lo voy haciendo regularmente, puedo escuchar a los demás, aprender de ellos y ejercer autoridad en los demás. Les propongo a todos los directivos que si no tienen órganos de gobierno los creen, un consejo asesor de personas que piensen diferente a usted, contribuirá a que usted ejerza su autoridad con más elementos de juicio.

Los políticos como los directivos se rodean de personas iguales a él. Les molestan tanto los que no piensan como ellos, que terminan por aislarlos o sacarlos. Cuando lo valioso no es que le digan lo importante que uno es, sino hasta donde puede o no tener razón. Existe un sistema de gobierno que en las empresas le llamamos el gobierno colegiado, desde mi experiencia, he comprobado que pocas personas lo saben usar (incluso los que lo promueven), pero resulta ideal para un buen uso del poder. El gobierno colegiado exige que el responsable de una decisión tenga que consultar previamente a su grupo de alta dirección, independientemente si es de su propia autonomía. Por ejemplo, cambiar el precio de un producto o servicio, dentro de los límites normales, primero se debe escuchar a la alta dirección, ojalá en un comité gerencial, y después de hacerlo  empáticamente con la convicción de querer cambiar si fuera necesario, posteriormente el responsable toma la decisión.

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