Home

Empresas

Artículo

Paulina Jaramillo, cronista. | Foto: Paulina Jaramillo

Comercio

El otro lado de la piratería

Cómo ven piratería los vendedores de esos productos. Una crónica con tres historias reales de personas que negocian con productos ilícitos.

Paulina Jaramillo
3 de abril de 2010

Jenny, una negra alta, joven, bonita, está detrás del mostrador lleno de carátulas con las películas mas recientes, incluidas aquellas que están en cartelera. Al fondo, un poco menos evidentes, están las de los juegos de X-box, Nintendo y Play Station, lo último en videojuegos. Con una sonrisa cálida me recibe y me saca un par de hojas de folder donde aparecen impresas las carátulas de toda la mercancía que ofrece. Lo último. no hay nada relativamente viejo y por viejo me refiero a mediados del año pasado.

Por $3.000 puedo comprarle a Jenny un DVD quemado y ver lo que está en este momento en cartelera, que en un cine de precio moderado puede costarme $6.000. Esto si no pago parqueadero ni como nada durante la película.

Hay que comprar algo si quiero información, así que me dispongo a explorar la lista de películas y comienzo a entablar una conversación con ella.

No supe si Jenny era separada o no, pero sí que tiene dos hijas que saben a qué se dedica su mamá y que aunque ella se siente mal por vender productos piratas, sabe que después de haber vendido periódicos en la calle ahora está en un mejor lugar. Me confiesa que ella hasta pagaría impuestos si le ofrecieran una manera de legalizar su forma de ganarse la vida.

Según Jenny, la falta de educación la llevó a este negocio y aunque tiene un local y responde por las películas que vende, sabe que es contra la ley y se mantiene en una zozobra constante al saber que puede ser capturada por la policía. El negocio no es malo, pero depende de muchas circunstancias para funcionar de manera óptima. Al quedar ubicado en San Andresito del norte temas como el Pico y Placa, los paros de transporte y la crisis económica afectan muchísimo el negocio. Por lo que pude averiguar le alcanza para pagar el arriendo del local y mantener a sus hijas con educación, no sé si educación apropiada, pero educación la fin y al cabo.

La venta de películas y videojuegos piratas es su labor. Jenny no se siente culpable del todo porque, dice, ella es sólo una vendedora. No es quien las copia o las quema de forma masiva. ¿Quién lo hace? Por las evasivas de Jenny y de otros vendedores del sector, no hay una respuesta clara. Sólo se sabe que es un tipo de mafia de la que la gente no quiere, o no puede hablar.

Programas sin marca
Descifrar el mundo del software pirata no es fácil. Hablé con mucha gente de la que nunca supe sus nombres. Primero intenté hacerme pasar como estudiante haciendo investigación para su tesis de grado y nadie quiso decirme nada. Según ellos, muchos periodistas y policías utilizan la misma técnica para obtener información y después denunciarlos

Con el primer intento fallido, decidí comprar algún producto como lo haría cualquier transeúnte. Escogí uno poco común para hacer tiempo y ver cómo funcionaba la cosa. Supuse que si preguntaba por el Office de Microsoft me despacharían rápido.

Así que me monté en el papel de quien va a comprar el paquete de Adobe para Mac y conseguí que de la calle aledaña a Unilago (el centro comercial de venta de computadores de la calle 77 con carrera 15 en Bogotá), me llevaran a una oficina ubicada en un edificio contiguo. Luego de esperar un poco me ofrecieron el programa. El programa original, según la página web de Apple vale US$1.000, es decir casi $2 millones y aquí en Unilago y sus alrededores lo venden a unos $400.000, en esta oficina me lo ofrecían pirata por $80.000. Me dijeron que era mejor que ellos me lo instalaran para que no me fuera a fallar y que yo no pensara que me habían vendido algo “chimbo”.

El hombre que estaba allí, arreglando un computador, me contó que ellos lo hacen así porque la policía y las leyes contra la piratería están cada vez mas firmes y que como son legales reparando computadores, pueden ganarse un extra con la venta de programas.

Le pregunté si se sentían mal por vender programas piratas y me respondió que no. Que por el contrario, ellos le dan trabajo a muchos hackers y que además, lo que hacen no es terrible porque estos programas se consiguen muy fácil. Por lo general se los ofrecen - todos los programas que uno puede necesitar - a quienes llevan sus computadores para arreglar. Me contó también que pueden vender mas barato porque no tienen que mantener una vitrina en Unilago y que es mejor negocio tener a un señor que ofrezca los programas en la calle.

Una vez fuera de esta misteriosa oficina, comparé las condiciones de mis cotizaciones con las de una mujer que me ofrecía el programa por el mismo precio. Ella sólo vende en la calle. No me ofreció instalarlo, pero me aseguró que en caso de que no funcionara me llevaba donde un tipo que me podía arreglar el problema. Le pregunté si no le temía a la policía y tranquilamente me respondió que no porque ellos ya la conocen. Con esa respuesta y con la del hombre que me habló sobre lo estrictas que están las leyes antipiratería, pude suponer que hay plata de por medio que le permite a esa mujer y a muchos más, estar en la calle vendiendo software pirata libremente.

Para seguir con la averiguación, entré de nuevo a Unilago. Encontré una tienda autorizada de Apple, o por lo menos eso decía el aviso en la entrada, en donde me ofrecieron el programa por $600.000 y la opción de instalármelo por $80.000. La señora me advirtió que se trataba de una versión pirata, y que lo único que no se podía hacer con él era actualizarlo. Al actualizarlo les daño el negocio porque pierden el numero de serie y no lo pueden seguir vendiendo.

Allí en Unilago, a diferencia de San Andresito, la gente es reservada, mira con sospecha y lo hace sentir a uno nervioso y vigilado. Nadie dice de donde salen estos programas, ni quién los distribuye, ni cómo funciona el negocio hacia adentro. Esta mafia es aún más cerrada y probablemente más peligrosa que la primera.

“Ellos ya tienen todo el billete”
Christian atiende su negocio en la avenida Suba con 128, al norte de la ciudad. Tiene una mesa cubierta por un plástico y un pequeño banco, en un lugarcito protegido por un saliente en la pared de un local. La mesa contiene toda la música de moda. No hay nada rebuscado, más bien ofrece lo que se oye en radio y algunas recopilaciones de música por géneros. Hasta bien impresas son las carátulas y las colecciones de vallenato y salsa contienen muy buenos temas.

Christian es joven, no le pongo más de 25 años y cuando hablo con él compruebo que no puede ser mayor. El tono de su voz y las expresiones que utiliza me lo confirman. Le pregunto por qué se dedica a esto, mientras hago el amague de buscar un par de canciones y me contesta que para ganarse unos pesos de más. Que la situación está muy difícil y que esta es una manera honesta de ganarse la vida. Que no le hace mal a nadie.

Entonces le pregunto por los derechos de autor, por el daño que le hace a todos los que trabajan en la industria de la música y me dice que ellos ya tienen todo el billete que quieren, que unos cuantos CD piratas no los van a volver pobres. Le pregunto si le tiene miedo a la policía y me dice que sí, pero que por eso se cubre con el muro y que tiene amigos que le informan en caso de que llegue a pasar.

Le pregunto dónde consigue la música y me dice que por Internet. Le pregunto entonces si es un buen negocio y me dice que como hay tanta gente que no tiene Internet en su casa o MP3, sí. Que todavía es un buen negocio pero él no cree que dure, así que lo aprovecha mientras puede.

Vendedores, solo vendedores
Con mis indagatorias en el mundo de la piratería entendí muchas cosas. La idea siempre fue verlos comos vendedores y tratar de mirar el negocio desde su lado. Entendí por ejemplo que Jenny, Cristian, el experto en computadores y la mujer que pasa sus días vendiendo en las calles, saben a ciencia cierta que están infringiendo la ley. No obstante, todos se consideran vendedores y sienten que a pesar de ser piratas no le están haciendo daño económicamente a nadie.

También percibí una gran diferencia entre la venta de software pirata con los demás productos susceptibles de ser pirateados como los libros o las películas. El primero requiere habilidades y conocimientos especiales mientras que los demás no. Quizás la mafia detrás de este tipo de piratería es mucho más secreta e infunde más temor, pues de alguna manera su trabajo es más fácil de rastrear. Pero además, los vendedores de software ilegal sienten que venden su conocimiento más que un producto pirata.

El negocio el de la piratería en saca a algunos de problemas mientras condena otros. Es innegable que es un negocio que le hace daño a muchas personas involucradas en el proceso y que crea mafias como todo lo ilegal, pero también es difícil no contemplar la idea de que muchas de estas personas que ahora se consideran vendedores podrían estar metidos en otras actividades más siniestras para vivir.

Vuelvo a casa pensando en ellos, en estos personajes que han hecho su vida gracias a la piratería. Vuelvo pensando en qué se necesita para solucionar el problema y para sacar a esta gente de lo ilegal. Me pregunto si necesitamos más educación, si necesitamos compradores más honestos, o más opciones de trabajos limpios. Ya no me parece un negocio tan simple. Ahora me preocupan las hijas de Jenny: quién sabe cual puede ser la suerte de su mamá. Ahora me pregunto, realmente qué de todo esto vale la pena.