La encrucijada

Puede sonar melodramático, pero Venezuela y Estados Unidos son dos “tanqueros en rumbo de colisión” y no resulta viable, imitando al avestruz, pretender meter la cabeza en la tierra e ignorar la situación.

11 de septiembre de 2006





Pablo R. Enciso Pinilla*

En un país como Colombia, históricamente carente de una visión de largo plazo, hablar de temas como la situación geopolítica puede resultar poco menos que una vil pérdida de tiempo. A pesar de ello, y de esa tendencia cultural a hacer de la improvisación una constante y dejar todo para última hora, bien podría decirse que está muy próximo otro de esos momentos, al estilo de 1903, en el que se hace imperativo dejar de pensar por un rato en la puja de los intereses locales y privilegiar el análisis prospectivo y serio sobre lo que está pasando en el vecindario: para dónde vamos, qué papel estamos llamados a jugar en el escenario en gestación y, en particular, cómo el posible devenir de los acontecimientos puede eventualmente, tener un impacto importante en la propia casa.

La realidad nos sitúa en medio de un impredecible escalamiento del “conflicto” entre nuestros dos principales aliados comerciales, y la situación con el paso del tiempo, parece irreversiblemente orientada a complicarse. Puede sonar melodramático, pero Venezuela y Estados Unidos son dos “tanqueros en rumbo de colisión” y no resulta viable, imitando al avestruz, pretender meter la cabeza en la tierra e ignorar la situación. No es tampoco un secreto la vocación protagónica de nuestro vecino, que no oculta su pretensión de ejercer el liderazgo en América del Sur y el Caribe, y de manera paralela, ampliar el espectro de su influencia geopolítica a otros continentes.

A pesar de que hay quienes piensan que el tema es más retórica populista que otra cosa, no es una locura pensar que la idea de suspender el suministro de petróleo al hegemón, ronda la mente de Chávez. Medida que por supuesto, podría terminar propiciando la entrada de nuestro vecino al inefable club del “eje del mal”, cuya membresía, bien podría decirse, el mandatario se esmera por adquirir, haciendo cada día más evidente su alineación y estrechando sus lazos de cooperación con aquellos países que representan el enemigo dentro de la concepción de la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush.

El asunto se torna de otro tenor cuando se comienza a especular sobre Venezuela como fuente de abastecimiento de uranio para el programa de enriquecimiento que Irán se rehúsa a abortar. Y cuando se especula en el sentido que el territorio venezolano podría estar siendo usado como ruta del narcotráfico, bajo la mirada indiferente de las autoridades locales.

¿Qué tan dispuesto estaría Chávez a jugarse la carta del suministro? Solo el tiempo lo dirá. La decisión no es de poca monta y requiere de un “plan B” bien estructurado. Es importante tener en cuenta que la revolución bolivariana requiere del impulso que le dan los petrodólares; en este caso particular, el poder de la chequera resulta definitivo, después de todo, los venezolanos no están muy acostumbrados a los “sacrificios ideológicos” y, eventualmente, si el dinero no viene de Estados Unidos, será prácticamente indispensable que siga llegando de alguna parte. Para el oro negro clientes no faltan y la diplomacia venezolana parece estar trabajando en estos nuevos destinos (la tarea no resulta tan complicada…… “y a este respecto el Coronel sí parece tener quien le escriba”).

La salida de Venezuela de la CAN y su posterior inserción en el MERCOSUR parece también marcar un derrotero claro en la subregión. Con el paso del tiempo, podrían llegar a consolidarse en Sur y Centro América y el Caribe, dos ejes político-económicos: el “oriental” con Buenos Aires, Brasilia, La Habana y Caracas a la cabeza; y el “occidental”, con Bogotá, Lima, Santiago y Ciudad de México al otro lado de la balanza. Ambos, en abierta competencia y con alianzas comerciales de muy distinta orientación. A este respecto, acontecimientos recientes como la elección de Alan García en Perú y la derrota de López Obrador en México, han resultado, bien podría decirse, favorables a la posición colombiana en su área inmediata de influencia.

El nuevo Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, ya en el pasado como diputado, había hecho aseveraciones en el sentido que desde Colombia se promovía la contrarrevolución y que el principal problema de seguridad de su país era el traspaso de los paramilitares desde Colombia. Paradójicamente, ambos países comparten la preocupación de que desde uno u otro lado se confabulen intereses desestabilizadores. Después de todo, la afinidad de la política de la Seguridad Democrática de Uribe, con la Guerra contra el Terrorismo de Bush, por una parte, y la afinidad del discurso bolivariano de Chávez y las FARC, por la otra, dan espacio suficiente para las dudas razonables.

Desde Bogotá se perciben con mucho escepticismo temas como la inusitada sed armamentista del gobierno venezolano: la adquisición de más de U$3000 millones en armas a Rusia, la apertura de una fabrica de fusiles AK 47, cuya producción podría eventualmente tener un destino indeseable, etc.

A pesar de que estas inquietudes son en cierto sentido razonables, el tema no debía tampoco causar excesivo trasnocho a los colombianos, después de todo, algo que Venezuela no puede comprar en el mercado es la experiencia de sus Fuerzas Armadas, y en este orden de ideas, lecciones del pasado como Vietnam, e incluso más recientes, como lo acontecido hace solo unos días en el Líbano al ejército Israelí (sin duda uno de los más poderosos del planeta), son dicientes en el sentido que una enorme superioridad tecnológica y logística no son garantía alguna de victoria total en el nuevo escenario de las confrontaciones bélicas.

La disponibilidad de recursos para modernizar las Fuerzas Armadas venezolanas no es algo que pueda darse siempre por descontado, Chávez, sin embargo, ha tenido la suerte de contar con la bonanza petrolera en los momentos mas críticos de su consolidación en el poder, y a pesar de que nadie puede pronosticar por cuánto tiempo más el precio del barril se mantendrá en los niveles actuales, es quizá factible decir que la cotización del crudo seguirá siendo lo suficientemente interesante, para aceitar apropiadamente la maquinaria de la revolución.

En una reciente entrevista, tras su nombramiento, el tono de Nicolás Maduro parece un tanto más moderado. Aseguraba que la agenda con Colombia está claramente definida: integración energética, intercambio comercial y el correcto tratamiento de la situación fronteriza.

Echando mano de otro de esos términos de moda, en las actuales circunstancias, parece imperativo definir una “hoja de ruta” que permita navegar de la mejor manera posible, los probables temporales, que en materia de relaciones internacionales, resulta positivo prever y poco paranoico vislumbrar. El lujo de ir al vaivén de las olas, mirar los toros desde la barrera, no es una opción, pues en este caso no somos un espectador más, somos definitivamente parte interesada.

Sin que sea necesario emplear una bola de cristal, ni utilizar herramientas sofisticadas de proyección de escenarios, es factible decir que la situación en Venezuela no va a cambiar, al menos por un buen rato. Chávez esta ahí y ahí se queda. Con el paso del tiempo, su poder se ha consolidado y expandido a otras ramas del poder; y dentro de la oposición, a pesar de que ésta acuda unida a las próximas elecciones, no parece haber el suficiente carisma para revertir el actual status quo. A este respecto, es bueno tener los pies bien puestos sobre la tierra.

De cierta manera, en un análisis prospectivo, dentro de los futuros posibles el que habría que tratar de evitar es el de eventualmente quedar en la posición de “tener que escoger bando”. El futuro deseable a construir pasaría por eliminar los factores de desconfianza mutua entre Venezuela y Colombia y hacer de elementos como la identidad histórica y cultural, y la integración económica, un proceso demasiado costoso de reversar para ambas partes.

Las relaciones con Estados Unidos y Venezuela son, desde la perspectiva política, económica y de seguridad nacional, una prioridad para Colombia. En medio de un posible temporal, paradójicamente, las amenazas percibidas podrían terminar convertidas en interesantes oportunidades. Después de todo, tanto para Venezuela como para Estados Unidos, en la actual coyuntura, la estabilidad de las relaciones a futuro con Colombia resultan también especialmente relevante.


*Pablo R. Enciso Pinilla
Ingeniero Naval
Oficial ® Armada Nacional
Master en Ciencias Políticas Universidad Javeriana
Especialista en Negociación y Relaciones Internacionales Universidad de los Andes

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