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La Calle Real, uno de los puntos de encuentro y comercio más representativos de Salento, hoy luce desolada. | Foto: Rodrigo Grajales

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Salento: la cuarentena en el pueblo sin casos de covid-19

El coronavirus ha golpeado la economía de Salento, que dependía en 95% del turismo. Surgen propuestas desde diferentes sectores, que le apuestan a retomar la vocación agrícola o a crear un modelo turístico sostenible.

25 de junio de 2020

Un dibujo advierte el peligro de Danger, el perro de los vecinos del otro lado del guadual y que, según el pequeño Juan Pablo, se come hasta la cola de los alacranes. Óscar Julián Londoño, su papá, nos ofrece del alcohol y del gel antibacterial que están en la recepción. En broma, nos dice que su niño habla más que él. “¡Váyase a hacer la tarea!”, le dice.

Bigote negro, sombrero, poncho alrededor del cuello, machete al cinto y botas de caucho negras, Londoño creó Cabalgatas San Pablo, su empresa, en enero de 2005, pero aclara que lo que él hace no son precisamente cabalgatas, sino “tours de caballos ecológicos” por las veredas y los caminos tradicionales de Salento, Quindío, por donde transitaron, entre muchos otros, Simón Bolívar o Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, quienes en 1801 caracterizaron la Palma de Cera, hoy Árbol Nacional de Colombia.

Ante la coyuntura del coronavirus, que lo forzó a sacar a sus cinco empleados, ya está preparando un lote para sembrarle zanahoria, tomates, arveja y cebolla. Son cultivos que le llaman la atención y en los que ya tiene experiencia; y que, asegura, salen rápido, para generar un ingreso y compartirles a sus amigos.

También planea aprovechar un espacio en las pesebreras de los caballos para criar pollos de engorde.

Tiene experiencia en la agricultura y en el manejo de pollos. Ha trabajado en el campo desde los 6 años. A los 10 consiguió sus primeros zapatos. A los 15 usó por primera vez pantalones largos. Manejó ganado. Cultivó café, plátano, papa, yuca. Alguna vez fue mesero.

Quiere hacer todo lo posible por mantener a sus caballos, el sustento de la familia hace 30 años, cuando compraron los dos primeros: Muñeca y Rocillo. En la cuarentena, él les pica el pasto y les prepara el cuido o el concentrado. Nos invita a ver los diez que tiene en la pesebrera. Bajamos.

Allí, saca a Cariñoso, uno de sus caballos preferidos, para unos retratos. Nos explica que está listo para aplicar protocolos de bioseguridad. Que en los tours ecológicos la distancia entre los animales es de dos o tres metros. Que cuenta con rutas sanas. Que los únicos peligros, dice con sorna, son las ballenas y los cocodrilos de esos ríos tan grandes que toca atravesar. “Si me cierran una puerta, yo me les salgo por la ventana”, asegura para dejar claro su talante.

Subimos a la casa y Juan Pablo está jugando con dos niños (adivino que son los dueños de Danger) al lado de un columpio, un deslizadero y un burro que Londoño les construyó con guadua durante esta cuarentena.

Por la mañana

En la plaza principal, una señora abre el despacho parroquial. Desde una casa se escuchan trabajos de construcción. La niebla cubre parte de la cordillera. Diana Patricia levanta la reja de la agroveterinaria El Hato, que abrirá hasta las 12 del mediodía. Algunas personas entran y salen del SuperGiros. El mercado Supercocora ya está en actividades. Eduar brilla un Jeep rojo, a la espera de gente del pueblo que necesite desplazarse a diferentes veredas.

Nos encontramos con Juliana Toro, secretaria de Turismo y Desarrollo Económico de Salento, quien explica que el municipio, cuya economía depende en un 95% del turismo, le apunta a la implementación de un protocolo para el ingreso de personas cuando se dé la apertura al turismo. “No nos podemos dejar de visibilizar. Salento tiene una posición a nivel nacional e internacional y queremos mostrar que nos estamos cuidando para que, cuando la gente regrese, se sienta tranquila y segura”.

La apuesta es a futuro: “Desde la administración pasada hemos estado trabajando en la parte del campo. El desarrollo turístico no tiene que pelear con el agropecuario. Le estamos diciendo al campo que produzca. Acá se abastecen del centro de acopio de Armenia, la producción no se hace interna y Salento sí posee la capacidad de hacerlo porque la extensión territorial es amplia”, complementa.

Eduar sigue brillando el Jeep. No hay turistas, solo han atendido a tres.

“El pueblo era así hace unos 40 o 50 años” dice Eduar. Esa frase la escucharemos recurrentemente a lo largo del día. Inicios de junio. No se habían registrado casos de COVID-19 en en el municipio.

En Salento no tiene sentido preguntar dónde queda, por decir algo, la calle 4ª con carrera 5ª. Lo mejor es preguntar dónde queda la tienda de frutas y verduras de Lorenzo. “Vaya a la Calle Real, y a la primera cuadra voltee a mano izquierda”, nos indica una muchacha que sale de un banco. 

Le hacemos caso. Allí, en el lugar señalado, está Lorenzo despachando un encargo. Tuvo que echar mano de sus ahorros personales para mantener a sus dos ayudantes y responder por sus propios gastos. No ha podido pagar el arriendo del local, pero llegó a un acuerdo con el dueño. La mayor parte la vende a domicilio.

Tengo que agradecer mucho a los del pueblo que me han dado la mano comprándome. Ellos saben que uno les da favorable, sin tirarles duro. Hoy hay mucha competencia porque dicen que este es el machete, pero la gente no ha dejado de venir a colaborarme”, comenta.

Llega una señora y le pide 2.000 de ahuyama.

Nos despedimos de Lorenzo, quien nos obsequia dos granadillas, y regresamos a la Calle Real, donde, nos indicó un comerciante, hay un negocio que antes era de artesanías y que hace tres semanas se convirtió en uno de frutas y verduras. Es Alicanto, de Paula Andrea y Néstor, esposos. Se demoraron un mes en hacer los trámites necesarios para reiniciar. Se asesoraron con un tío de Paula, que trabaja en el mercado de Armenia y le presentó sus contactos allí, además de enseñarle cómo escoger las mejores frutas a un precio favorable. Si todo volviera a la “normalidad”, Paula ha pensado en mantener este negocio, al que le ha cogido el ritmo. Y cariño. 

Una señora pregunta por manzanas.

Por la tarde

Unos expresan su preocupación por los negocios cerrados. La población vulnerable. El desempleo. El hambre. Otros porque no han llegado las ayudas del gobierno para los empresarios. Unos apuestan por una mayor apertura interna, con implementación de protocolos de bioseguridad. Otros recalcan la importancia de la prevención.

Desde diferentes sectores, algunas perspectivas y respuestas se plantean ante la crisis.

Dahiana González, joyera. Va a adaptar su espacio de Taller Infinito, enfocado en chocolatería, joyería, decoración y libretería, y donde trabaja de la mano de 30 diseñadores en todo el país, al ámbito de una tienda virtual.

Adrián Baquero, gerente del Café Bernabé Gourmet (nombrado así en honor a su abuelo). Está adaptando la propuesta del restaurante a un público local para vender a domicilio y está incursionando en la panadería artesanal. “Hoy, voy a hacer dos panes solo por una cosa, como diría mi madre, en los negocios: por oírlo traquear. No me importa decir, hoy perdí. Voy a preparar los dos panes porque, de lo contrario, se acaba el ritmo o se apaga el tizón”, afirma.

“El futuro del turismo está en los lugares que representan lo natural, lo sano. Salento apunta muy bien para eso. Pero necesitamos tiempo”, afirma Baquero.

Beatriz Zapata, comerciante. Planea invertir en cría de cerdos. Nos dice que su hermana, Gladys, ya está haciendo una huerta en su casa donde cultiva zanahoria, tomate, papa criolla, ajo y pimentón.

Alberto Palacio, Luz Ángela Salazar y Camilo Palacio Salazar, de la Finca Hotel El Rancho. Están adaptando protocolos de bioseguridad. Uno de ellos, por ejemplo, es un sistema que aísla las entradas a las habitaciones (respetando la arquitectura de la casa, de la colonización antioqueña), las cuales están conectadas por un corredor externo.

Nos despedimos de Londoño y su hijo Juan Pablo, que juega con sus vecinos. Subimos por una loma. Luego otra, en una calle que lleva a la plaza principal. En esa calle nos volvemos a encontrar con una escultura cuyo significado no hemos podido descifrar y que es el ícono de la entrada de uno de los cafés más tradicionales del municipio, el Café Jesús Martín.

Allí nos encontramos con Jesús Armando Bedoya, el propietario. Nos cuenta que el café fue uno de los primeros establecimientos en cerrar y también uno de los primeros en abrir para operar a domicilio. Internamente están preparando los protocolos de bioseguridad para aplicar en la apertura.

Bedoya lidera a un grupo de comerciantes en la concepción de un modelo económico de reapertura que acate las normas de bioseguridad. Uno de los objetivos es desarrollar un plan de movilidad pública que garantice el cumplimiento de dichas normas en los espacios públicos y contemple la capacidad de carga de Salento en relación a la cantidad de vehículos y visitantes que puedan llegar un día o un fin de semana o un puente festivo.

Se plantea como un proceso gradual, que empiece por responder las demandas locales y a partir de allí se proyecte a los visitantes.

“Queremos ser el municipio que lidere un plan de seguridad y de movilidad públicas, para poder continuar con los proyectos económicos de muchas familias de Salento”.

Otro de los objetivos consiste en crear una aplicación que caracterice los negocios y los servicios del municipio (“unas páginas amarillas virtuales”) para facilitar la movilidad. Si alguien quiere, por ejemplo, una hamburguesa, puede encontrar diferentes opciones y pedir un servicio a domicilio.

Le preguntamos por la escultura de la entrada. Dice que es un buhonero irlandés. Unos personajes que prendían las lámparas en Europa. Pero la lámpara de esta escultura se perdió. Por eso es que le pusieron un manojo de llaves.

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