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Covid-19. / Foto: Associated Press. Fernando Vergara. | Foto: Fernando Vergara/AP

ANÁLISIS

Aplausos a las enfermeras... con respeto

El director de Cuso Internacional en Colombia, Alejandro Matos, habla de la labor de la enfermería desde las condiciones laborales actuales en Bogotá y ante la crisis por la covid-19.

23 de mayo de 2020

La enfermería, a nivel mundial, es una profesión relativamente reciente, pese a que el género humano se enferma desde sus orígenes. Se considera que Florence Nightingale, estadística de profesión, con conocimientos matemáticos aplicados a la epidemiología, fue la primera enfermera profesional, atendiendo a los heridos de la guerra de Crimea en 1853/56. En 1857 llegaron a Colombia, procedentes de Francia, las primeras Hermanas Vicentinas que se dedicaron de un modo no profesional, pero admirable, al ejercicio de la enfermería. 170 años después, la enfermería sigue siendo asunto principalmente de mujeres. También en Colombia donde son más de 300.000 las auxiliares de enfermería y enfermeras que cuidan al pie de la cama de nuestra salud y bienestar.

Cuso International y la Universidad de los Andes, con el apoyo del Gobierno de Canadá, realizó el año pasado un estudio sobre la situación laboral de las enfermeras en Bogotá, en el marco de un programa sobre precarización del trabajo. El puesto de enfermera se encuentra en el eslabón más bajo del escalafón profesional del sector salud. A medida que subimos en esa jerarquía profesional sanitaria encontramos mayores sueldos, más reconocimiento y más hombres, y a medida que bajamos, más facturas sin pagar, más madres cabeza de hogar, menos respeto y más mujeres. Hace unos años, en el centro médico “más prestigioso” de Colombia, la pregunté a la enfermera que me atendía por su situación laboral. Me respondió que a partir del 20 de cada mes debía pedirle dinero a su madre para el transporte y siguió sacándome la sangre.

En el periodo 2014-2017, el 63,8% del total del personal de enfermería de Bogotá reportaron ser trabajadoras por cuenta propia, bien sea porque la relación laboral con el empleador/a se desconocía, se ocultaba o se disfrazaba. De ahí que el 54,5% de las trabajadoras de la salud en Bogotá no contaban con un contrato de trabajo formal. Obviamente, esto afecta la protección social y los ingresos, pues en el caso de las mujeres con menor formación su sueldo promedio no llegaba a 0.89 salarios mínimos. Estas cifras no son un dato particular de Bogotá. Uno no quiere pensar cómo será la situación de las enfermeras en María la Baja, por decir un municipio entre cientos.

A raíz de esta pandemia, las enfermeras han adquirido una presencia social y mediática inesperada. En varias ciudades del país, a las ocho de la noche no son pocas las personas que salen a aplaudirlas por el trabajo que llevan a cabo en esta situación de peste. 

La antropología señala múltiples factores para explicar el impulso de las sociedades occidentales a aplaudir. Pero hay un elemento que se repite: el respeto. Nadie alza su cuerpo y bate las palmas ante alguien que no respeta. En la cultura popular anglosajona el uso de la palabra respect es de suma importancia: la usa Michael Jordan cuando quiere resumir todo su sentir por Kobe Bryant, la usan muchos gobernantes cuando relevan a su sucesor, la usan grandes científicos para referirse a sus colegas y competidores. Y es que usan respect para manifestar el alto sentimiento por lo que el otro piensa o hace, para reconocer el honor, admiración y cierta sumisión que el otro le produce en su interior.

Debemos seguir saliendo a aplaudir todas las noches, pero con más sentido del respeto por las enfermeras. Con el sentimiento de que se les paga una miseria y que merecen un sueldo acorde con las responsabilidades que asumen: el cuidado de vidas humanas. Con el reconocimiento de que la mayoría de nosotros no correríamos esos riesgos a cambio de esas condiciones laborales. Y sí, con cierta sumisión, humildad y arrepentimiento porque mañana cualquiera de nosotros podríamos poner nuestros cuerpos infectados de coronavirus en manos de mujeres que ganan apenas un sueldo mínimo. Y ellas nos seguirían atendiendo con la misma profesionalidad, entrega y compromiso, al margen de los decibelios de nuestros aplausos y la veracidad de nuestro respeto.

*Análisis de Alejandro Matos, director de Cuso International en Colombia