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Eric Pearl, sanador, autor del libro La reconexión: sana a otros, sánate a ti mismo. | Foto: Santiago Gutiérrez Viana

El sanador Eric Pearl en Bogotá

Eric Pearl es autor del libro ‘La reconexión: sana a otros y sánate a ti mismo’, que va por la novena edición y ha sido traducido a 33 idiomas. Tiene 60.000 personas instruidas en su método. Una extraña crónica sobre su técnica y sus poderes de cura.

Santiago Gutiérrez Viana
14 de agosto de 2010

Eric Pearl, pidió un vaso de agua. Su aventura andina en Bogotá se había limitado hasta ese momento a un tour por salas de redacción de medios de comunicación, acompañado de su entourage de seis o siete personas. Por eso tal vez, cuando empezamos la entrevista para Dinero.com, no tenía ni idea dónde había llegado.

Afortunadamente fue así porque de esa forma entrevistado y entrevistador estaban en el mismo nivel de ignorancia. Distinto de su nombre, de que era autor de un libro de sanación y de que estaba invitado a la Feria del Libro, yo tampoco sabía mucho de su historia.

Mi primera pregunta que tenía algo que ver con sanación y alguna otra cosa de gente de negocios lo dejó completamente desubicado.

Su primera respuesta me despistó a mi. Dijo algo sobre que todos nos enfocamos en hacer mejor las cosas. No había más que hacer. Volvimos a empezar. Yo le expliqué qué era Dinero y él me soltó algunas cifras para mostrar su estatura en el mundo de la sanación.

Eric Pearl es autor del libro ‘La reconexión: sana a otros y sánate a ti mismo’, que según dice, va por la novena edición y ha sido traducido a 33 idiomas. Tiene 60.000 personas instruidas en su método de cura y dice tener reportes de sanaciones espontáneas de pacientes con cáncer, sida, epilepsia y parálisis cerebral.

Con un toque de orgullo personal asegura que sus seguidores no usan camisetas rotas, ni llevan tarritos con tierra que luego se comen con palitos, sino que el 55% (con número preciso) eran gente del establishment, desde electricistas hasta gerentes y financieros, 20% médicos e investigadores y el resto, personas con conocimiento de sanación con energía.

Con esa introducción, entramos en la técnica. Me comenzó a explicar los rudimentos de la sanación con un pequeño discursito sobre el apego y las limitaciones.

Pero yo dejo ver en la cara casi todo lo que voy pensando. Soy un pésimo jugador de poker. Por eso Pearl, o el Dr. Pearl como aparece en todos sus boletines de prensa y en muchos de los artículos de sus seguidores, se cambió de asiento para sentarse a mi lado. “Vamos a hacer un juego”, dijo, tal vez decidido a convertir al evidente incrédulo.

Me pidió que levantara la mano. La puse delante de mi, de canto, con la palma a la misma altura del hombro. Sin tensión, tal como me lo pidió.

Pearl puso sus manos a unos veinte centímetros a cada lado de la mía y poco a poco las empezó a mover. Lento. Más en la forma de pases de mago que en la de masajes de quiropráctico, que fue su profesión anterior durante doce años.

Me preguntó si sentía algo. A los pocos segundos, los músculos del anular y del dedo del corazón empezaron a moverse solos, con unos pequeños espasmos. Se movían hacia los lados, en una forma que no se puede hacer voluntariamente.

Me siguió preguntado por lo que sentía. Tal vez sentí pesadez en la mano. Pensé en un programa de televisión maravilloso en el que muestran los trucos con los que se hacen los actos de magia y, confieso, traté de ver dónde estaba el electroimán. Pero no vi nada.
Alejó las manos. “Usted sabe por física que la energía disminuye con la distancia”, dijo. Pero a pesar de que estaba casi a un metro, mis dedos seguían sus contracciones espasmódicas.

Entonces apabullado por la evidencia, me dejé contar más cosas.

Me explicó que la sensación eléctrica y de una cierta felicidad regresaría. Pero que la forma de usar esa energía para mi propia cura era la de transmitirla a los demás. ¿Entonces esto es contagioso?, le pregunté. “Sí, uno puede infectar a los demás”, contestó.

Con ese argumento, además de haber sido testigo de la prueba, había quedado sin querer graduado de sanador.

Desde el principio
Pearl descubrió su poder cuando encendió en su alcoba una lámpara que no funcionaba desde hacía años. Confirmó que había algo cuando empezó a sentir la presencia de gente en su casa. Era una sensación tan real, que una noche salió armado de un cuchillo a encontrar al intruso. Siete de sus pacientes esa semana le contaron que también habían sentido movimientos en sus casas.

Y ¿cómo curarse? Propone que eso se hace saliendo del círculo vicioso del temor y las limitaciones y entrando en la espiral virtuosa del amor, la unidad, la prosperidad y la abundancia. Sostiene que para curarse hay que entender el valor de dar y de estar en unidad con el amor o dios.

Curioso. No hay proceso, no hay práctica. Nada. Manos y la espiral virtuosa. Pero bueno, a lo mejor así es que la Sanación Reconectiva, como se llama su técnica, curó al niño de cuatro años de su parálisis como Eric Pearl lo relata.

Para aliviar, dice, hay que quitar bloqueos, recuperar el balance. “Cuando encontramos un problema de salud, nuestro método alopático es el de tratarlo con algo”, señala. “Es como si tuviéramos una deficiencia. Pero es que al cuerpo no le falta nada. Un dolor de cabeza no se produce porque tengamos un déficit de acetaminofén”, afirma. Entonces, dice, lo que se debe hacer es sacar con vibraciones eléctricas lo que nos afecta para devolver el balance.

¿Y qué quiere hacer con su técnica? Que se reconozca como una disciplina médica y que la gente la pueda practicar en consultorios en todo el mundo.

¿Creíble? Cada quién tendrá que sacar su propia conclusión. Yo cultivo mi agnosticismo con cuidado. Respeto los ritos y las creencias de todos, pero mantengo un escepticismo más bien marcado sobre los efectos terrenales de muchos ritos y muchas creencias.

Manos de alto voltaje
Voy a contar una pequeña historia. Como al comienzo no estaba muy entusiasmado por la entrevista, como tampoco lo hubiera estado con otras de este tipo, había decidido salir del paso rápido. Prendí mi computador portátil en mi oficina para tenerlo listo y abierto en el procesador de texto. Quería tomar apuntes en un archivo para no hacer notas a mano ni grabaciones que tuviera que desgrabar después.

Sin embargo, cuando llegué a la mesa de reuniones para comenzar, el programa de mi computador, que compré hace tres meses, estaba atascado. Lo apagué y lo encendí de nuevo. Nada. Seguía atascado. Ahora tengo siete páginas de apuntes de lo que conversamos.

El equipo de aire acondicionado de la sala es más nuevo aún. Tal vez tiene un mes desde que se instaló. En un momento de la sesión de movimiento de manos, resongó con un ronquido suave y sordo como el que tienen los motores con un corto. Cuando terminó el juego, el aparato volvió a funcionar bien, como le corresponde a un equipo nuevo.

Lo mismo le pasó a mi Lenovo, que funcionó a la perfección cuando lo llevé de nuevo a mi oficina.

Cada quién juzgará si se trata del electroimán, o realmente de manos de muy alto voltaje.