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Muchos cuestionan la decisión del Banco de la República, cuyo gerente es José Darío Uribe. La subida de las tasas le echa más candela a la revaluación del peso.

Coyuntura Nacional

Aquí mando yo

El Banco de la República aumentó nuevamente sus tasas de interés para impedir que la economía se recaliente, en medio del descontento del Gobierno y del sector empresarial. Los grandes ganadores: los especuladores de divisas.

3 de agosto de 2011

La principal autoridad monetaria cree que la economía colombiana está avanzando con exceso de velocidad y para evitar que se recaliente le está poniendo el freno de mano. Craso error. A la hora de ver los balances, no es tan claro que el aparato productivo realmente esté recalentado ni que las amenazas sean tan evidentes como las percibe el Banco de la República.

Primero, el país sigue creciendo a pesar de muchos fenómenos que juegan en contra como la revaluación, el aumento en impuestos y la crisis mundial. Eso demuestra que algo estructural pasó con la economía nacional en la última década, pues en otras oportunidades, un golpe de estas características habría significado varios puntos menos de crecimiento del PIB.

Dentro de las explicaciones a este fenómeno está que Colombia cuenta hoy con una cultura empresarial más moderna y eficiente y con una clase media más amplia, mejor capacitada y con niveles de consumo superiores a los de hace una década. En pocas palabras, el país realmente produce y consume más y mejor.

Las empresas han sido capaces en este tiempo de responder a duros choques, como por ejemplo el cierre de las exportaciones a Venezuela. Incluso han logrado hacer agresivos planes de expansión internacional. Los recientes casos de Nutresa, Inversiones Argos e Inversiones Suramericana así lo demuestran.

Además, se está generando empleo. En junio pasado se registró la más alta tasa de ocupación de la última década para ese mismo mes. Si se miran todos los meses de junio desde 2001, el país también registra la más alta Tasa Global de Participación (el porcentaje de la población que está demandando trabajo). Eso significa que realmente el mercado laboral está absorbiendo buena parte de la nueva mano de obra que sale a buscar empleo. Obviamente, todavía falta mucho para reducir la informalidad que sigue siendo alta. Pero eso no opaca el hecho real de que hay más puestos de trabajo disponibles para la gente.

El otro elemento de análisis es que una buena parte de la población ha incrementado sus niveles de consumo. El crecimiento en el mercado aeronáutico, las telecomunicaciones, los servicios turísticos y restaurantes y el vestuario, así lo reflejan: más personas están viajando en avión, comiendo y vistiéndose mejor. El consumo promedio de los colombianos hoy es más calificado.

Se debe concluir con toda claridad que no estamos frente a la misma economía de hace doce años y, en consecuencia, el umbral del recalentamiento se ha movido al alza. De hecho, hoy el consumo de los hogares y la inversión distinta a la de obras públicas son los rubros que vienen empujando la economía. En consecuencia, ¿por qué es necesario frenarlos? ¿Qué diferencia el recalentamiento del simple crecimiento natural de una economía más grande?

La otra razón por la cual cabe pensar que la economía no está creando desbalances preocupantes la dan las mismas cifras de vivienda, sector de donde provienen las principales preocupaciones de las autoridades. Si bien es cierto que hay segmentos donde las casas, los apartamentos y las oficinas están costosos, esta tendencia tiene relación con un problema de oferta, especialmente en Bogotá y otras grandes ciudades, en las que es más difícil encontrar tierras urbanizables. Si es un problema de oferta, no se resuelve castigando la demanda al encarecer los créditos hipotecarios. El Banco no puede desconocer el déficit de vivienda digna que tiene el país. Lo que más necesita toda la población que aún no tiene casa propia es un préstamo más barato para adquirirla.

Las alarmas sobre el sector financiero parecen no ser sensatas tampoco. Es claro que hay una parte de la población que se ha estado sobre endeudando. El mismo banco señaló que se trata al menos de 10% de los deudores. Allí, el consumo se ha dirigido hacia bienes durables como carros, televisores y otros electrodomésticos. Sin lugar a dudas a eso hay que ponerle cuidado. Pero si el sobre endeudamiento es un problema de apenas el 10% de los hogares, ¿por qué razón hay que encarecer las condiciones de crédito para el otro 90% que está buscando financiamiento para hacer inversión o mejorar sus niveles de vida?

Los indicadores de cartera muestran que no hay necesidad de alarmarse todavía. El gran agregado muestra que la cartera de Colombia hoy representa alrededor de 38% del PIB, mientras en países como Chile, con el cual hoy nos comparan, puede llegar a 80%. Además, la calidad de esa cartera en Colombia se mantiene en apenas 3%. Esto quiere decir que de cada $100 en créditos, apenas $3 están en mora, muy lejos del indicador durante la crisis de finales de los 90 cuando llegó a 16,15%.

El otro indicador clave es que el crédito al sector empresarial crece de manera importante. Hoy la cartera en este tipo de crédito aumenta cada año a 24%. Es evidente que buena parte de los préstamos que entregan los bancos está apalancando programas de inversión y expansiones del sector privado. Por el lado del crédito estamos aún lejos de la delgada línea roja del default generalizado, como ocurrió en Estados Unidos y Europa.

El Banco de la República parece no haber entendido que el crecimiento potencial de la economía es mayor hoy que hace una década. Por eso, prende sus alarmas demasiado pronto. Hay una clase media más representativa y con mejores ingresos, que explica buena parte del supuesto boom del consumo; es la misma clase media que resiente de manera importante cualquier alza en el costo de sus créditos y que acaba de recibir un duro shock de formalización provocado por el sistema de salud, que puso contra la pared a los trabajadores independientes.

El continuo aumento en las tasas de interés tal vez esté llegando a su límite de efectividad. Seguir por ese camino podría llevarnos a aplicar un remedio peor que la enfermedad. Una enfermedad que evidentemente no existe. O, por lo menos, está mal diagnosticada.