Política monetaria y libertad económica (II)

5 de octubre de 2007

En mi columna anterior, explicaba por qué considero que los estudios que miden la libertad económica enfrentan un problema conceptual: si bien dichos índices se construyen principalmente sobre un concepto de libertad económica definido como ausencia de coerción estatal en materias económicas, incluyen también variables que parecerían responder a otro concepto, a saber, la existencia de condiciones materiales efectivas para el ejercicio real de la acción económica libre. Sin embargo, tales estudios no incluyen todas las variables que podrían admitirse dentro del segundo concepto, por lo cual su elección resulta arbitraria.*

En el índice de Fraser Institute no hay una definición como tal de libertad económica, sino que se dice que ella se compone de varios elementos: libertad de elección personal, intercambio voluntario en el mercado, libertad de entrada y competencia, y protección de las personas y sus propiedades. Es la pura concepción negativa de libertad económica, aderezada con el elemento de la propiedad.

En el estudio de Heritage Foundation, conscientes tal vez de que todas las variables de su interés no encajan dentro del concepto negativo, introducen un matiz: definen la libertad económica como “autonomía material”, y dicen que es un concepto positivo, no meramente definido como ausencia de coerción, sino que incluye también condiciones efectivas, como la vigencia de los derechos de propiedad y la moneda sana. A continuación, sugieren que el tratamiento teórico más adecuado para tales conceptos positivos es el de verlos como “bienes públicos”, es decir, aquellos bienes, como la luz del sol, cuyo disfrute no impide el goce que otros puedan hacer de ellos. Sin embargo, vale aclarar que su selección de variables es mayoritariamente inspirada por el concepto de ausencia de coerción.

Tomemos el caso de la política monetaria, incluida como variable en los dos índices. En ambos estudios, de manera acertada, el criterio principal para valorar una política monetaria como buena es la estabilidad de los precios, es decir, niveles de inflación bajos y controlados. Tanto Fraser como Heritage introducen sub-variables de menor peso, ellas sí muy claramente pertenecientes al concepto negativo de libertad económica: posibilidad de tener cuentas en moneda extranjera (Fraser) y ausencia de controles de precios (Heritage).

La variable “política monetaria”, así definida, muy poco tiene que ver con ausencia de coerción. Por el contrario, mide la vigencia de ciertas condiciones reales que permiten un ejercicio efectivo de la autonomía económica. Por tanto, no es fácil justificar su inclusión en estos índices.

Signo de dicha dificultad es que, al intentar tal justificación, ambos estudios recurren a metáforas, una de ellas, la de Heritage, muy errónea e infortunada: “El dinero lubrica las ruedas del intercambio” (Fraser); “La libertad monetaria es a la economía de mercado lo que la libertad de expresión es a la democracia” (Heritage). Luego, cada uno explica, en sus propias palabras, que las actividades económicas resultan muy difíciles allí dónde no hay una moneda sana. Cosa muy cierta, pero, podría decir un crítico, nada tiene eso que ver con el concepto de “libertad”: una cosa es ser libre de salir en mi automóvil, y otra muy diferente es que las calles estén bien pavimentadas. Y el crítico podría ir más allá, y decir que, si se acepta que dentro del concepto de libertad económica puede haber variables que midan, no ausencia de coerción, sino posibilidad efectiva de ejercicio de la autonomía, deberían incluirse también otras como el nivel de ingresos, el nivel de educación, el acceso a salud y servicios públicos, etc. Si dentro de mi definición de “libertad de salir en automóvil” entra la variable “calles bien pavimentadas”, debería también entrar “posibilidad de adquirir automóvil”.

El matiz que introduce el índice Heritage no resuelve el problema, sino se limita a ponerlo en evidencia, pues, si allí mismo se reconoce que el concepto de libertad económica puede incluir derechos de orden positivo y bienes públicos, resulta más difícil aún explicar por qué se seleccionan algunos de estos y otros no. Un economista familiarizado con la iniciativa de las “Metas del Milenio”, por ejemplo, podría proponer un cierto ramillete de “bienes públicos” que escandalizarían a la Heritage Foundation. Todo el ejercicio queda entonces muy vulnerable a la crítica de que no es más que una construcción ideológica: es la ideología la que dicta qué conceptos positivos se admiten y cuáles se rechazan. El uso del concepto “libertad económica” queda entonces cuestionado en su legitimidad teórica.

En mi próxima columna, trataré de ofrecer mis opiniones sobre cómo construir un concepto sólido de libertad económica.

* Política monetaria y libertad económica (I): https://www.dinero.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=39765

* Instituto Libertad y Progreso
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