La polarización y otros mitos

29 de febrero de 2008

Existen ciertas palabras cuyo atractivo, derivado de tener una fuerte carga significativa, y de ser usuales para describir o nombrar situaciones dramáticas, seducen a muchos, quienes empiezan a utilizarlas de manera más bien irreflexiva. Otros las adoptan porque satisfacen sus propias teorías y visiones sobre la realidad social, así estas sean erróneas. Su uso se vuelve atractivo y se generaliza, y hasta se llega a volver incuestionable.

Eduardo Posada Carbó, el politólogo colombiano profesor de Oxford, es el mayor especialista que tenemos en la identificación y examen de estas fórmulas engañosas. Hizo un trabajo magnífico en dos ensayos, en los cuales examinó las muy generalizadas ideas de que en Colombia tenemos una “guerra civil”, y que el Estado colombiano es “ilegítimo”.

En los medios académicos y de pensamiento social, hace una década, cuestionar la idea de que el Estado colombiano es ilegítimo habría sido visto como una herejía. Para todos era evidente tal ilegitimidad, como era evidente que teníamos una guerra civil. Y como nuestra tradición intelectual se asustaba con el análisis y le huía a la tarea de hilar fino, nunca nadie se preguntaba cuál es el verdadero significado de conceptos como “ilegitimidad” y “guerra civil”, y nadie se tomaba el trabajo de analizar en detalle la situación colombiana para verificar si correspondía con estos conceptos.

Otro intelectual que ha hecho últimamente un trabajo similar es Eduardo Pizarro. El año pasado, en una excelente conferencia en la Universidad Nacional sobre la teoría de los “estados fracasados”, Pizarro cuestionó con hechos, y mediante un análisis muy fino, la idea generalizada de que Colombia pertenece a esta categoría. Incluso en sus peores épocas, como fue la de finales de los noventa, con una guerrilla fortalecida y desafiante, y una dramática recesión económica, el país siguió manteniendo una increíble fortaleza en su democracia, la cual, finalmente, proporcionó parte de la solución a esta crisis.

Además, durante todo ese tiempo la sociedad civil colombiana mostró una apreciable fortaleza, manifestada en la persistencia de sus actividades ordinarias, aun en medio de graves problemas y con esperanzas muy disminuidas.

La formulilla repetitiva y errónea que hoy por hoy está de moda es la de que somos un país “polarizado”. Se repite por todas partes. Es casi tan unánime, que ella misma es un testimonio de su falsedad. Creo que es justo decir que el uso de esa fórmula implica una gran ignorancia, o de la situación de nuestro país, o de lo que en realidad es una sociedad polarizada.

Ha habido en la historia sociedades fuertemente polarizadas, y las sigue habiendo. En ellas, las personas y los sectores de la sociedad se apegan de manera férrea a posiciones que los separan y bloquean su comunicación, su cooperación y su convivencia habitual, y los predisponen al enfrentamiento.

La mera existencia de desacuerdos, cosa propia de toda comunidad, y en particular de toda democracia, no es polarización, incluso si esos desacuerdos son fuertes. La polarización ocurre cuando los protagonistas del desacuerdo se separan por completo; cuando entre ellos es imposible la comunicación cotidiana que se da en cualquier sociedad. Cuando el azul no compra en la tienda del rojo, o el católico se niega a vivir en el barrio de los protestantes.

Tal vez el mayor caso de polarización que recuerde la historia occidental es el de las guerras religiosas posteriores a la reforma. Una foto que tengo en un libro aquí a la mano me recuerda otro caso: es un callejón en Berlín, en los años treinta; en las ventanas de los empobrecidos edificios ondean en número igual banderas nazis y comunistas.

Pretender que en Colombia vivimos una situación similar es, cuando menos, una cándida exageración. Hay posiciones fuertes, y sin duda en los extremos de estas se refugian los fanáticos, quienes entre sí mantienen una verdadera polarización, pero por fortuna son una minoría.

Las instituciones colombianas para nada están polarizadas. En los escenarios democráticos se enfrentan las diferentes tendencias, pero también allí conviven y para muchas cosas cooperan. Los medios de comunicación mantienen una sensata posición de centro y de moderación, incluso cuando declaran su apoyo a un partido o un candidato.

No conozco a alguien que se niegue a ir donde tal médico porque es uribista, o que no vaya a tal restaurante por ser de un simpatizante del Polo. Como decía, seguro los hay, pero son una minoría, la cual para nada perturba el hecho de que, como sociedad, convivimos a pesar de nuestras diferencias, y juntos soportamos por igual el embate de la violencia y otros problemas.

 


* Instituto Libertad y Progreso
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