JULIO ANDRÉS ROZO

¿Y qué tal si evolucionamos del servicio militar al servicio ambiental?

El debate sobre el servicio ambiental obligatorio toma cada día más fuerza en el país. No busca eliminar el servicio militar, sino una fórmula ambiciosa que equilibre lo que los jóvenes reclutas pueden aportar en términos de garantizar una seguridad nacional integral.

Julio Andrés Rozo Grisales, Julio Andrés Rozo Grisales
20 de agosto de 2020

En enero de 1998 empecé el servicio militar obligatorio. Llegué al Batallón de Infantería de Marina #12, lugar de donde salían algunas tropas para las misiones militares en la región de los Montes de María.

Durante los tres primeros meses fui un grillo (palabra que usábamos en el medio para llamar a los reclutas) a la espera de lo que se avecinaba, puesto que quería validar sí la carrera militar era lo que yo quería para los siguientes años de mi vida.

Hoy miro en retrospectiva y fue en el décimo mes de mi estancia en el Batallón cuando tomé una de las mejores decisiones personales que he tomado: no continuar con la carrera militar, sino seguir en la civil.

Con ello no pretendo desacreditar a aquellos que tomaron la decisión de elegir la vida militar por convicción. Por el contrario, se trata de una afirmación que reafirma la vocación y el propósito de vida que me acompaña desde hace 25 años: dedicar mi energía e ideas en labores que permitan conservar nuestra riqueza natural y proteger nuestro medioambiente.

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El servicio militar obligatorio de 1998 difiere en varios aspectos al de ahora. En aquel entonces tal y como ahora, los retos de seguridad en las ciudades, zonas rurales, selvas y mares del país son críticos; pero a diferencia de aquel entonces, hoy en día es más evidente la necesidad de unirnos en torno a la lucha contra la crisis climática o la deforestación, como para mencionar tan solo un par de retos ambientales que son cada día más evidentes en nuestro país.

Una evolución positiva para el país

La idea que transmite el título de mi columna me venía acompañando desde 1998. Sin embargo, avances alrededor de este debate y sobre todo, de la materialización del mismo, vienen dándose de tiempo atrás con el Decreto 1743 de 1994 en el que se estipula que “un 20% de los bachilleres seleccionados para prestar el servicio militar obligatorio, deberán hacerlo en servicio ambiental”, cifra que fue reducida al 10% en la Ley 1861 de 2017 que reglamenta el servicio militar obligatorio, y nuevamente reformada en el Decreto 977 de 2018 del Ministerio de Defensa en el que la implementación de acciones ambientales quedan expuestas como actividades básicas de apoyo. Como tal, yo no vi en 1998 que el 20% de mis colegas hubiésemos sido convocados a acciones ambientales, de haberse dado el anuncio, hubiese sido el primero en enfilar esa escuadra.

El debate sobre el servicio ambiental obligatorio toma cada día más fuerza en el país. No busca eliminar el servicio militar, sino una fórmula ambiciosa que equilibre lo que los jóvenes reclutas pueden aportar en términos de garantizar una seguridad nacional integral, lo cual significa también proteger nuestras aguas, bosques y biodiversidad.

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Además, este debate postula vincular o involucrar a la ciudadanía y orientar la ciudadanía hacia actividades de conservación y/o restauración de nuestros ecosistemas. No solamente lo exponen personas interesadas desde sus redes sociales en hacer de esta idea una realidad, sino también lo postulan personas expertas del sector ambiental que lo dicen categóricamente. Pero sobre todo, lo exponen los mismos jóvenes desde los territorios más ricos en biodiversidad como es el caso de Pipe en este video: 

Y sí, es que a la misión que tenemos como nación por procurar la conservación de nuestro entorno le hacen falta ideas, ganas, intenciones y más manos que nos ayuden como nación a conservar a los grillos de verdad y el resto de nuestra biodiversidad. Doy fe de que una gran cantidad de ciudadanos quieren poner su energía en función de la más que noble, es una causa necesaria.

A diario me escriben decenas de personas, la gran mayoría jóvenes, que felices dedicarían meses o incluso su proyecto de vida a enriquecer sus vidas en regiones como la Amazonía, por ejemplo. Estas ganas hay que aprovecharlas en favor del medioambiente y puede darle un viro a cómo hacer más partícipe a la ciudadanía en la meta nacional de conservación.

Los colombianos podríamos dedicar algunos meses a un servicio ambiental motivado por la fuerza interna de la voluntariedad. En otras palabras, los talentos y las ganas de tantos jóvenes deberían ser capitalizados y orientados mejor. Qué feliz y satisfecho hubiese sido para mí que aquel 1998 hubiese sido dedicado a aprender y a participar en procesos de restauración de zonas o cuencas degradadas, en lugar de haber estado plantado 12 horas al día sosteniendo un fusil que era casi de la mitad del tamaño de mi cuerpo.

La Ley 1861 de 2017 debería debatirse en función de sumar talentos a los fines ambientales. Sé que las fuerzas militares en algunos territorios, por medio de sus brigadas, lideran lo que se conoce como las burbujas ambientales. Ellas son una punta de lanza para evolucionar del fusil a la pala y del camuflado al overol. Al respecto y con el permiso de los legisladores y conocedores sobre la institucionalidad de las fuerzas militares y la conservación, ¿qué tal si abrimos este debate en el Congreso?

Estamos a tiempo para proteger lo que aún nos queda. Está en nuestra proactividad ciudadana y política hacer de nuestro propósito de vida, un instrumento para garantizar el buen vivir en medio de un entorno conservado y vivible.

Gracias a todas y todos los que aportaron a construir esta columna. Una prueba más de que somos muchos los adeptos a esta clase de ideas.

Hasta el próximo jueves.

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