JUAN MANUEL PARRA

¿Una vida lograda en medio del dolor?

Quien no sabe qué hacer con el dolor propio o ajeno, ni descubre su sentido, llevará una vida desgraciada.

Juan Manuel Parra, Juan Manuel Parra
26 de junio de 2019

El filósofo español Alejandro Llano, en su libro La vida lograda, señala cómo alguien que alcanzara un estado de virtud perfecta tendría gozo y amor, pero no por ello ausentes del dolor, el sacrificio y el esfuerzo, sino a pesar de estos, pues son realidades ineludibles de nuestra existencia. No es posible amar sin aceptar el sufrimiento por el otro; aceptarlo y vencerlo es el único camino; nos molesta, pero no nos derrota. 

Aristóteles ya lo observaba hace 25 siglos, cuando veía la felicidad no como una simple y efímera emoción, pues incorpora los sentimientos de alegría, pero no son lo mismo. La felicidad no la veía como algo meramente pasional y una perenne fuerza buscadora de placer, sino ante todo como una fuerza racional, buscadora de virtud y ordenada al bien. Así mismo lo vio Viktor Frankl, el psiquiatra austriaco que –debido a sus vivencias en un campo de concentración nazi- señalaba que quien no sabe qué hacer con el dolor propio o ajeno ni descubre su sentido, llevará una vida desgraciada. 

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La capacidad de sufrir –dice Llano- define la calidad del ser humano, pues le da conciencia de su limitación –en la medida en que nos hace humildes y nos muestra lo pequeños que podemos ser- y le ayuda a su autoconocimiento –nos muestra mucho de lo que llevamos dentro y del alcance de nuestra fragilidad-. La adversidad nos conduce a integrar la muerte como una realidad de la vida y vislumbrando su sentido en el curso de su existencia frente a una gran pregunta: ¿cómo alcanzar una profunda paz en medio de la pena? 

El filósofo español recuerda cómo el dolor es contrapunto del placer, pero no incompatible con la alegría. Saber vivir implica saber sufrir; el dolor purifica, remueve lo innecesario de la carga, nos sitúa en la realidad y nos ayuda a reflexionar con hondura, incluso a reconocer que somos dependientes. Viejos o enfermos, nos percatamos de que requerimos de otros más que nunca. 

Por eso –recuerda Llano- la felicidad no se logra ni se descubre, se construye. Lograr la vida plena no está tanto en la meta, sino en el camino. Si la mayor parte de lo que me pasa no lo decido yo, sino me viene dado por un sinnúmero de circunstancias incontrolables, lo que sí puedo decidir es qué hago con eso y cómo afronto lo que me pasa; no decido el placer ni el dolor, pero sí su manejo. Asimismo, no todo lo que hago me gusta ni debe gustarme, pero mucho lo debo hacer sin placer alguno, a veces por debilidad y con pereza y otras por imposición, pero aun así debo hacerlo, sea atender a un padre enfermo o cumplir con un informe que pide el jefe. 

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Saber vivir supone poder tomarse las cosas con calma, sacando partido a las pequeñas y grandes satisfacciones propias de la vida. Así, la felicidad solo se logra practicándola, pues no basta conocerla como si fuera un simple checklist. Otros pueden hacerlo mejor, pero no pueden hacerlo por mí, ni obligarme a hacerlo. Quiero buscarla yo, aunque no solo; tampoco me la pueden imponer, ni se gana sin mérito propio. Continuamente me pasarán cosas que no dependen de mí, y solo depende de mí cómo afrontarlas. Debemos aprender a hacer esto pronto, pues nuestros últimos compañeros de viaje en la vida serán el sufrimiento físico y la pérdida o disminución de muchos bienes que valoramos (la salud, los amores, el carácter virtuoso, el gozo de los bienes materiales). Estos, sin embargo, aun siendo fuente de felicidad, no la garantizan pues –como todo bien mundano- les falta la permanencia y habremos de vivir con esa realidad. 

Por el contrario, quienes refuerzan sus aprendizajes negativos pierden versatilidad en su autogobierno. La envidia, el engreimiento, el rencor y el resentimiento paralizan e impiden integrar el pasado en el curso vital, provocando disfunciones continuadas y sensaciones dolorosas que duran a veces toda la vida. De igual forma, a quienes se permitan debilitar su fuerza de voluntad, sea por la abundancia y el descontrol de placeres o por la intensidad de los dolores, les quedará muy difícil dirigir su propia vida. 

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Aun así, la rampa más empinada de la vida será la última, donde deberemos descubrir la razón del sufrimiento y el sentido del esfuerzo final. El dolor está ahí: en toda edad y condición. Para el dolor físico habrá cada vez más calmantes. Pero el dolor moral difícilmente desaparece a punta de fármacos sin volverse adicto para evadir la ausencia de paz interior. Por eso malograr la vida (herirla, dispersarla, empobrecerla, perder su norte sin esperanza de recuperarlo, vaciarla de sustancia, dañarla en aspectos esenciales) es algo que suele suceder más por una continua debilidad que por malicia. 

El heroísmo en nuestra vida estará en ser internamente ricos, en medio de una vida plena que supondrá el correcto ejercicio de la libertad para ser autores de nuestra propia biografía.