PABLO LONDOÑO

Un robot en la junta directiva

La adopción tecnológica es una actitud empresarial. Es algo que tiene que estar metido en el ADN de la organización. Su adopción no es una opción: es una obligación.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
22 de febrero de 2018

Sundar Pichai, el CEO de Google, sorprendió hace unas semanas al referirse a la Inteligencia Artificial y el Machine Learning, calificándolos como inventos del tamaño y el impacto que para la humanidad han tenido la electricidad o el fuego. Pichai no es propiamente conocido por sus exageraciones y está por demás en una posición privilegiada, por la empresa que dirige,  para observar lo que se está logrando y lo que se viene en esta materia.

A pesar de lo alcanzado hasta el momento, todavía estamos en una etapa embrionaria. Según una encuesta reciente de MIT, si bien el 85% de los ejecutivos considera la inteligencia artificial como una tecnología importante que permitirá construir ventajas competitivas, solo una de cada cinco empresas las ha incorporado a sus productos o procesos, y menos del 39% tiene una estrategia definida a este respecto.

La razón subyacente, ante la dimensión de las posibilidades y del cambio futuro, esta de una parte en la ignorancia y  el miedo a lo desconocido, y de otra parte a visiones de alguna manera apocalípticas que amenazan todos y cada uno de nuestros puestos de trabajo incluyendo,porque no, incluso los de alto nivel como el puesto mismo de miembro de junta directiva.

Ya existen aplicaciones que han venido siendo utilizadas para introducir la Inteligencia Artificial en nuestra vida diaria. Las hay que ayudan a detectar enfermedades, dirigir el tráfico en las ciudades, componer piezas musicales, dejar organizado nuestro funeral,o ayudarnos a salir de la depresión.

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Twitter, por ejemplo, acaba de presentar una tecnología capaz de recortar las imágenes que los usuarios suben a la plataforma de una manera que preserve la parte interesante. No es por supuesto una tecnología revolucionaria, es simplemente una pequeña mejora incremental. Otro algoritmo, en Canadá, examina perfiles en redes sociales e intenta prevenir posibles suicidios, la segunda causa de muerte en el país entre los jóvenes. Las hay para dejar nuestra última voluntad, para ayudarnos a negociar un descuento, para leernos un mail o para sacarnos de aprietos cuando vamos manejando (Siri es el mejor ejemplo por si creía que usted nunca lo había utilizado).

La adopción de estas tecnologías avanza a velocidad de crucero. Ingenuos los que piensan que de una parte no tocará su industria, y de otra que operamos en escenarios que poco o nada tienen que ver con su manejo. Sin excepción, la inteligencia artificial tocará nuestro que hacer.

En Colombia, sobre todo a nivel del grupo humano involucrado en los gobiernos corporativos de las empresas, el tema poco o nada se está estudiando. Se mira de reojo como si ciencia ficción se tratara, dejando este espacio para el cierre de las sesiones cuando ya relajados se habla igual de tecnología como de los chismes políticos del momento.

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La adopción tecnológica es una actitud empresarial. Es algo que tiene que estar metido en el ADN de la organización. Su adopción no es una opción: es una obligación. Los mayores cambios en el paisaje empresarial global los está habilitando la tecnología y los ganadores serán aquellos que se apalancan en ellos para modificar su plan de negocio para seguir vigentes antes que les revoquen su licencia para operar.

Las compañías que no inviertan en machine learning e inteligencia artificial perderán oportunidades para ser más competitivas, para facturar mas, para diferenciar su oferta de valor, y para atraer talento que aún no resulta fácil de encontrar. Mientras algunos se plantean ambiciosas reflexiones filosóficas sobre el futuro de la humanidad para las que nadie tiene aún respuesta, otros se dedican a extraerle partido. Los ganadores van un par de pasos adelante. Estamos ad portas de la mayor revolución que jamás haya sufrido la humanidad. Da miedo por supuesto, pero enterrar la cabeza es de lejos la peor estrategia: al menos la más ingenua.