OPINIÓN ONLINE

¿Son los productos Made in Colombia competitivos?

En un país maravilloso, con una cultura que fascina al mundo, todavía creemos que esconder nuestra colombianidad nos va a hacer mejores.

Nicolás Vergara
22 de mayo de 2016

En mi columna de esta semana quiero presentarle al lector mi visión sobre la importancia del producto (entendiendo producto también como servicio o experiencia) como núcleo de la estrategia de innovación de las empresas. De igual forma, pretendo darle un diagnóstico muy personal sobre la situación de nuestro país en cuánto a estándares en diseño, producción y consumo de productos. 

En varias ocasiones he expresado mi opinión sobre la importancia que veo en enfocarnos obsesivamente por lograr un producto tan especial, que comunicarlo sea una labor secundaria. De igual forma, he planteado que gracias al oportuno obstinamiento de los millennials por consumir experiencias significativas, ya no es viable ofrecer al mercado productos pobremente concebidos, aún si su comunicación es acertada.

Empecemos por responder a esta pregunta:  ¿Qué hace que un producto sea especial?

Con mi equipo de trabajo llevamos años desarrollando este tema y creo que hemos llegado a una respuesta interesante que puede ayudarle al lector, sea un ejecutivo de una gran corporación o un empresario actual o potencial, a plantear su estrategia de diseño de producto. 

Un producto realmente especial debe concebirse como una oferta que pueda ser competitiva en cualquier parte del mundo. Suena bastante ambicioso, lo sé, pero la economía mundial se está globalizando tan aceleradamente, que será cuestión de años para que el mercado colombiano esté saturado de marcas extranjeras. Ya hemos visto en varias industrias cómo marcas internacionales han borrado del mercado a cientos de industriales locales, con altísimos costos para nuestra competitividad y generación de empleo nacional.

Ahora, ¿qué requiere un producto para tener potencial de exportación?

Nuestra experiencia nos lleva a basarnos en dos premisas fundamentales:

1. Producto impecable

Para competir en los mercados de exportación no basta con tener un producto bueno, es indispensable que su apariencia, su funcionalidad y su usabilidad sea impecable.

Para lograr un producto impecable se requiere contar con equipos de trabajo interdisciplinarios, formados por personas apasionadas por lo que hacen, que dominen su industria y que incluso muchas noches no puedan dormir pensando en cómo crear algo que los enorgullezca. Asimismo, se requiere que el enfoque de la organización en su más alto nivel esté volcado hacia la pasión por el producto y tener la confianza de que un producto impecable traerá los resultados económicos deseados.

2. Producto auténtico

Teniendo en cuenta que para exportar tendremos que competir con alemanes y japoneses también obsesionados por crear productos perfectos, y con toda la herencia y las condiciones de país para lograr los mejores productos del mundo, nuestra segunda premisa para lograr ofertas competitivas radica en la autenticidad.

La autenticidad la entendemos como la capacidad de los empresarios y diseñadores de valorar sus raíces, de interpretar su cultura y emplearla como inspiración para crear productos únicos, que hagan honor a su historia.   

Permítame hacer a continuación un diagnóstico de cómo veo a Colombia en estos dos aspectos.

Nosotros somos un país de “gente berraca”. El empuje, la austeridad, la vocación por la producción, por la logística y por las ventas de nuestros empresarios nos ha permitido tener una industria fuerte, que no se rinde y que lucha en contra de las adversidades.

Sin embargo, somos un país históricamente con bajísimos estándares en la conceptualización, en el diseño, la producción y el consumo de productos, especialmente sensoriales. Nuestro énfasis como país ha estado en producir y vender grandes volúmenes de forma eficiente y no en crear productos impecables.

Debido a esto, nos hemos vuelto consumidores poco sofisticados. En efecto, hasta ahora, gracias al ingreso de marcas extranjeras y a la gran visión de algunos empresarios locales, estamos aprendiendo a apreciar el diseño, la moda, la buena comida, el vino, las cervezas artesanales y en general las experiencias de consumo sensoriales.

Cabe resaltar la triste historia de nuestro café. Muy orgullosamente decimos que producimos el mejor café del mundo. Sin embargo, durante décadas nos hemos dedicado a exportar en crudo lo mejor de nuestra producción, dejando para el mercado interno las sobras, aquello que ningún país recibiría: la famosa pasilla.

De esta manera, varias marcas locales, buscando disimular el incómodo sabor de la pasilla, han sobre-quemado el café y nos han acostumbrado a tomarlo con cinco cucharadas de azúcar; deteriorando así el gusto y la sensibilidad del consumidor local.

Y, curiosamente, ahora nos sentimos muy sofisticados tomando tasas de espresso y cappuccino de marcas italianas, las cuáles importan nuestro café, lo procesan y nos mandan de vuelta el producto terminado empacado en bolsas llamativas.

Es como si Francia exportara sus mejores uvas para que en Chile produjeran buenos vinos o que en México exportaran sus mejores pencas para que en China produjeran un mejor y más barato tequila y ambos países importaran el producto final para el consumo interno.

Afortunadamente, empresarios valientes y visionarios como son los de las marcas San Alberto, Amor Perfecto y Devotion, entre otros, se han obstinado por ofrecernos granos de café maravillosos, que crean tasas con aromas y sabores únicos, que nos hacen sentir orgullosos de ser una nación cafetera y nos permiten tener algo que ofrecer a tantos extranjeros que nos visitan actualmente.  

Otro caso desconsolador es el de nuestra industria licorera. Colombia, la capital de la rumba en las Américas, puede enorgullecerse de ser tal vez el único país del continente que no tiene un licor posicionado en los mercados internacionales.

Cabe rescatar el admirable esfuerzo de la familia Riasco y su Ron La Hechicera. Un licor que empieza a verse en diferentes bares alrededor del mundo y que lleva con orgullo la bandera de Colombia como país mágico en los mercados internacionales.

El empuje que históricamente han mostrado nuestros empresarios y ejecutivos nos ha permitido ser medianamente competitivos en el mercado local y gracias a ellos todavía tenemos una industria que con grandes esfuerzos aguanta la presión de las importaciones de China, Europa y los Estados Unidos.  

Sin embargo, este empuje que nos ha servido en el pasado, pienso que no es suficiente para enfrentar el futuro. Necesitamos concientizarnos de la importancia de crear productos impecables y auténticos.

La noticia regular es que en muchas de nuestras empresas se están concientizando de la importancia de crear productos con altos estándares de calidad. En efecto, ya son muchas las que cuentan con departamentos de innovación y que envían a sus ejecutivos a ferias en el extranjero para que conozcan los estándares internacionales, traten de copiar las mejores prácticas y se inspiren en los diseños más actuales.

La mala noticia es que esto no es suficiente. No es suficiente con traer fotos y catálogos para tratar de igualar lo que está en tendencia en el mundo. Puede ser un buen primer paso, pero de esta forma nunca llegaremos a ser una nación competitiva.

Puede también ser un gran avance que ahora en Bogotá tengamos más y tal vez más bonitos restaurantes tipo Brooklyn que en el mismo Brooklyn, mejores restaurantes tailandeses que en Bangkok y pizzerías tan sabrosas como las de Nápoles. Pero no es suficiente.

Ni es suficiente con que en el Éxito tengamos una interesante oferta de yogures nacionales que parecen franceses, de utensilios que parecen italianos y de prendas de vestir que parecen de Zara.

Tampoco es suficiente con que ahora nuestros hoteles parezcan muy elegantes con sus productos L’Occitane, sus pods de café de Nespresso y sus decoraciones europeas.  

No es suficiente, especialmente porque estamos hablando del país que vio nacer a Gabo, al maestro Botero, a Shakira, a Carlos Vives, a Juanes, a Fonseca y a tantos otros grandes artistas que nos representan en el mundo. No olvidemos que fue por medio de su autenticidad que ellos han llegado a conquistar el mundo.  

La buena noticia es que nacimos en uno de los países más maravillosos del mundo. Un país cuya creatividad florece en cada esquina de nuestro territorio.

Es una muy buena noticia que tengamos en nuestra cultura una fuente de inspiración para crear productos que hagan vibrar al mundo. Nuestro país tiene pasión, y pasión es lo buscan las nuevas generaciones en los diferentes países.

Nuestro reto como nación está en creer que sí podemos crear productos impecables y auténticos. Está también en no esconder nuestra colombianidad y en entender que lo que nos hace únicos es lo que nos puede hacer competitivos.

Esto por supuesto no es fácil. Requerimos subir nuestros estándares como nación.

Para lograrlo es indispensable que, por un lado, empresarios y altos ejecutivos tengan el coraje de correr riesgos, de permitir que jóvenes talentos colombianos expresen nuestra emotividad en productos que resulten atractivos para cualquier colombiano o extranjero.

Y por otro lado, el reto de nuestros jóvenes diseñadores, creativos, artistas, escritores y chefs radica en concientizarse de que sus estándares deben estar a la altura de cualquier colega en cualquier país. Deben viajar, estudiar, trabajar, y crear con una pasión y disciplina tal, que logren diseñar productos tan impecables como lo haría un alemán o un italiano, pero con la pasión que sólo un colombiano puede transmitir.