JUAN MANUEL PARRA TORRES

“Si quieres ver a Dios reír, cuéntale tus planes”

Si no es porque el esfuerzo requiere de sentido, ¿cómo se explica que un joven que nace en una tribu africana pobre termina en Harvard y trabajando en una firma de mercado de capitales en Argentina antes de los 27 años?

Juan Manuel Parra, Juan Manuel Parra
30 de enero de 2019

“Si quieres ver a Dios reír, cuéntale de tus planes”. Con esa frase resume su historia Pascal Mensah, un joven africano que a sus 29 años ha demostrado lo que es vivir sin planear nada a largo plazo, sino esperando y aprovechando las oportunidades que la vida le ofrece.

Su historia la conocí en una sesión de continuidad para los directivos egresados de Inalde Business School, dictada por el profesor argentino Rubén Figueiredo de IAE Business School, quien nos hizo reflexionar sobre cómo se desarrolla el talento.

Pascal nació en Ganha en 1990 como parte de la tribu Fante, cerca de Costa de Marfil. Su madre se dedicaba al campo y, cuando no había colegio, le ayudaba a vender en los pueblos lo que cultivaba. Su padre trabajaba para un ambientalista norteamericano, quien vivía con sus hijos, dos niños jamaiquinos adoptados. Habiéndose encariñado con Pascal, lo incorporó a su familia a tal grado que encontró en el jefe de su padre a un segundo papá.

Desde chico, como todos nosotros, creció con la imagen del “sueño americano” gracias a la TV, que, sin duda, se veía mejor que todo lo que su pueblito podía ofrecerle. Así, su segundo papá lo invitó a mudarse con ellos cuando tomó un nuevo proyecto en Surinam (Guayana Holandesa), por lo que se fue de Ghana a los 11 años, saliendo de su tribu para recorrer el mundo. Debió afrontar el miedo a los ascensores, a la confusión de las voces que escuchaba en los micrófonos del aeropuerto, a la sorpresa de los edificios altos y a los aviones -que solo había visto pasar como pequeñas aves en el cielo- por lo que no creía que pudieran realmente volar.

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En Surinam estudió en un colegio norteamericano, dentro de un ambiente cultural similar al de las familias en Ganha, aunque mucho más diverso. Pero hablaba apenas un dialecto africano y algo de inglés, por lo que le costaba entender el inglés para estudiar y el idioma local, el holandés, para relacionarse. “Me iba a la biblioteca de la escuela y leía todo. Después pedía ayuda a los de segundo o tercer grado, sin importar que yo estuviera en quinto. Es simple: ellos sabían; yo no”.

Siendo un adolescente de 14 años muy estudioso, una de sus tutoras, una profesora norteamericana que estaba allí tomando un año sabático, notó su talento y dedicación por el estudio y le propuso ir a Estados Unidos a un intercambio para que terminara allí el colegio. Esto podría proyectarlo para aspirar a una preparación universitaria. Ella le ayudó a conseguir recursos para financiarse un año. Entretanto, el “segundo papá” de Pascal encontró un nuevo proyecto en Suráfrica y partió hacia allá con el resto de la familia.

Pascal siempre fue un apasionado por el fútbol, pero creció sin un balón a la mano, sino jugando con las naranjas que tomaban del árbol de un vecino. En Surinam siguió entrenando y destacaba como buen jugador. A los 19 años pidió al papá de uno de sus compañeros, que grababa los partidos del colegio, que le ayudara a montar pequeños videos de Youtube con sus mejores jugadas, para enviárselos a entrenadores universitarios que se interesaran en él y así conseguir una beca deportiva.

Dos semanas después, lo contactó un entrenador de Harvard y, teniendo en cuenta que el fútbol era una gran afición, pero solo un medio para educarse mejor, que era lo que le interesaba realmente, ganó la beca por un año para estudiar Ciencias Políticas. El reto intelectual que suponía ese ambiente muy competitivo, entre profesores expertos y reconocidos y compañeros brillantes de todas partes del mundo, fue un gran estímulo para su aprendizaje.

Un día, después de un examen, descansaba en una silla cuando sintió que la energía positiva repentinamente lo abandonó, sumado a las expectativas que ponían sobre él los demás al conocer su historia. Le preocupaba que lo quisieran ubicar en una dirección ajena a su propio proyecto, por lo que le dejó de parecer auténtico y divertido. Cuando se graduó en 2014, tenía todo lo que había soñado y que sus conocidos ni siquiera podían soñar, pero él no era feliz ni sabía qué quería.

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Finalmente optó por aplicar a una beca con la familia Rockefeller para ir a Argentina a convertirse en gaucho. Su gente tan cálida y amorosa le enseñó mucho, recuperó su sentido de familia y partió a Buenos Aires donde consiguió trabajo como asesor financiero en una firma de mercado de capitales. Hoy piensa que volverá a estudiar el día que tenga claro su siguiente paso, en algo que le apasione y donde sienta que puede aprender y aportar allí.

La vida de Pascal nos muestra a alguien que se ha dejado guiar por una gran motivación: por lo que realmente le apasiona, por estar donde pueda aprender y donde haya algo que lo desafíe y aprovechando cada punto de giro en su historia que lo forzó a tomar una decisión (un viaje inesperado, una tutora, una oferta) sin garantía de éxito más allá de su propio esfuerzo.

Quizás a él le sobra lo que muchos les falta para desarrollar su talento y subir su potencial: 1) intensidad en el entrenamiento, 2) esfuerzo consciente y deliberado, y 3) persistencia en un propósito que hace sentido para cada uno. Al final, más que un anhelar de labios para fuera (como decir que uno quiere algo –como aprender inglés - y sacando excusas por no demostrarlo) se trata de realmente querer, poniendo los medios y educando a la voluntad para lograrlo (todos los días estudio inglés, aunque no lo diga todo el tiempo y a veces me cueste). Así, en los medios que ponemos, y donde los ponemos, demostramos lo que realmente queremos (y lo que no queremos).

Es curioso cómo Pascal ha hecho todo al revés de lo que la mayoría hacemos cuando planeamos demasiado, sin saber si estaremos vivos mañana: no es solo suerte, pues ha puesto los medios frente a cada oportunidad que se le ha presentado, para construir su proyecto de vida. Como dice el filósofo alemán Robert Spaemann: “Cada una de nuestras acciones ejerce un influjo indirecto sobre nosotros mismos configurándonos; también por eso toda nuestra actividad anterior, a lo largo del tiempo, adopta la forma de eso que llamamos destino”.

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