JUAN RICARDO ORTEGA

Sí al Paro... del Miedo y del Odio

Manipular las emociones en nuestra mente es fácil; el miedo es el arma más poderosa para controlarnos: ¿podemos evitarlo?

Juan Ricardo Ortega, Juan Ricardo Ortega
14 de noviembre de 2019

El ensayo biográfico de Álvaro Gomez, escrito por Juan Esteban Constaín, ilumina uno de los periodos más tristes de nuestra historia: La Violencia. Lo ilumina porque ilustra claramente cómo el lenguaje que incendió a España y desató una de las más violentas guerras fratricidas, fue el mismo que copiaron nuestros líderes de entonces y que dividió a Colombia. Lenguaje que a pincelazos de palabras dibujó la imagen mental del otro, el adversario, como algo que había que eliminar.

Años de experiencia movilizando masas los fueron entrenando en el arte de lograr ciertas reacciones en sus públicos. Como a Hitler, el lenguaje del miedo –la construcción de esa inminente, aunque ficticia amenaza– les generó el poder de manipular las masas. Nos hackean el cerebro y, como robots, al primer estímulo podemos hacer cosas que creíamos impensables: la violencia.

Las redes sociales amplifican y aceleran estos procesos. Por ejemplo, la palabra invasión repetida una y otra vez por quien tiene el poder de diseminar su mensaje masivamente a través de los medios, en cuestión de meses llevó a un joven a asesinar a quienes, por la vía de tal condicionamiento, veía como invasores.

Está estadísticamente demostrado que la popularidad en redes sociales se dispara entre más violento y agresivo sea el lenguaje que se usa. La estrategia es simple: utilizan nuestro sistema primario de respuestas condicionadas. Saben que 98% de nuestras actuaciones o decisiones no son razonadas ni conscientes. La reacción del cerebro al miedo y la furia es entre 5 y 10 veces más rápida que cualquier decisión consciente.

Los medios de comunicación, urgidos por el rating que determina su éxito, amplifican de forma ensordecedora estos mensajes de miedo y odio. Las voces mesuradas se están quedando sin canales para llegarles a las masas y explicar los complejos problemas que enfrentamos, cuyas soluciones no son sencillas: todo tiene matices, pros y contras. Nos estamos quedando sin la opción de colaborar en construir soluciones factibles.

La diferencia con los tiempos de Laureano es que hoy están manipulando la masa, no por instinto, sino de forma deliberada y organizada. Tienen expertos que saben cómo hacerlo y equipos dedicados a estos fines. El que estén pagando bodegas de bots para amplificar mensajes de odio y susto debería ser ejemplarmente sancionado.

La lista de muertes, homicidios, asesinatos como consecuencia de la repetición continuada de mensajes de odio es larga, muy larga. Los personajes con poder e influencia que están metiendo miedo y desdibujando al otro son ya demasiados.

La psicóloga social Jennifer Lerner ha demostrado cómo el susto nos vuelve vulnerables y nos paraliza: cambia nuestro comportamiento, tiene costos altos, ya que frena decisiones sobre inversión o nos lleva a tomar malas decisiones. Nos vuelve ávidos consumidores de información, aferrándonos a las redes sociales y a la televisión en búsqueda de datos que nos tranquilicen o nos direccionen en contra de eso que nos amenaza a la vez que nos hace aún más manipulables. Estos negocios, los medios de comunicación, saben que su poder y audiencia aumentan si utilizan el miedo o términos que generen rabia.

Por esto, la tradición del "chivo expiatorio" en los discursos: el comunista, el que expropia, el que se roba lo público, el neoliberal, el mamerto, el corrupto o el privatizador. Palabras sin contenido, pero densas en emociones, susto y furia.

Esta cultura de rabia y desesperanza no tiene que volver a ser nuestro destino. La furia y las estrategias para dividir se pueden contrarrestar si de forma coordinada nos obligamos a escuchar al otro y a usar un lenguaje que lo reconozca y no lo amenace. La compasión, la esperanza y el perdón son emociones igualmente poderosas, con la trascendental diferencia de que estas sí pueden llevar a la felicidad y a la libertad.

Los problemas que vivimos son complejos y no se pueden valorar solo en número de tuits; necesitamos romper ese círculo de odio. Hay que inspirar compasión, perdón y cambio. Aún estamos a tiempo.