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Robots: la mitad del mundo no trabajará

Los emergentes, entre los más afectados, ya que la robotización hará menos rentable para las empresas trasladarse a economías en desarrollo.

Gustavo Rivero, Gustavo Rivero
14 de abril de 2017

Bill Gates ha propuesto que los robots paguen impuestos. La gente se está dando cuenta de que la robotización tiene un cariz negativo. Pero no creo que éste sea el enfoque correcto, porque con impuestos a los robots se puede frenar la modernización tecnológica que no implique la destrucción de puestos de trabajo. Los políticos se deben preguntar: ¿quién recibe más beneficios y cómo podemos ayudar a redistribuir esta riqueza de la forma más justa sin que perjudique a la inversión y al crecimiento?

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El editor de The Economist, Ryan Avent, ha advertido de los peligros (y oportunidades) de que la tecnología reduzca la jornada laboral, por la sustitución masiva de puestos de trabajo por robots. Sin ir más lejos, el periódico Los Angeles Times ya utiliza una aplicación para redactar pequeños artículos sobre terremotos en la zona. "La mayor parte de las personas en cincuenta años no trabajará", defiende Avent en una entrevista en Madrid, para advertir de las consecuencias que ello puede tener en un aumento de la desigualdad entre una élite de trabajadores altamente remunerados y el resto de la sociedad, lo que alienta el surgimiento de populismos. He aquí un resumen de las principales conclusiones:

Los robots se encargarán de los trabajos más rutinarios. La robótica avanza a tal velocidad que va a permitir reemplazar cada vez más trabajadores en todos los sectores. La tecnología seguirá beneficiando a los más cualificados. Pero en diez años será menos predecible porque la inteligencia de los robots será más poderosa y menos trabajos estarán a salvo. Puede que los robots desarrollen técnicas conversacionales, identifiquen patrones y sustituyan a terapeutas o contadores.

Es posible que la mayor parte de la gente esté desempleada en 50 años. Un estudio de la Universidad de Oxford dice que un 47% de los empleos será desempeñado por robots en unas décadas. La mejor forma de adaptarse a la robotización es facilitar el trabajar menos horas.

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El Estado de bienestar cada vez tendrá más importancia para repartir la riqueza. El gran debate que debemos afrontar es qué forma adoptará esta redistribución y cómo podemos negociar el contrato social. Porque es posible que estemos en un mundo en el que haya gente que nunca sepa lo que es trabajar y haya otra parte de la población que lo haga para beneficio del resto. Esto puede parecer injusto. Para hacer que este sistema funcione tenemos que cambiar el rol del Estado y cómo lo pensamos. La Revolución industrial supuso un cambio profundo en nuestras sociedades que provocó respuestas que ni imaginábamos: impuestos más altos de lo que había, un Estado regulador... Ahora ocurre algo parecido, hay un cambio tecnológico tan abrupto que debemos cambiar la forma en que pensamos ciertos conceptos básicos de nuestra organización social.

Aumentará la desigualdad entre regiones ricas y pobres. La robotización perjudicará más a los países en desarrollo. En los últimos años la tecnología ha sido positiva para los emergentes: les ha permitido crecer muy rápido y expandir la globalización. Pero la robotización hará menos rentable para las empresas trasladarse a economías en desarrollo porque los robots abaratarán los costes. En los últimos quince años ha habido un aumento del desarrollo en estos países, mientras en los países desarrollados se estancaba el empleo o se perdía, en parte por la robotización al estar más industrializados. Esto se detendrá. ¿Cuáles serán los efectos? Más emigración a los países desarrollados.

Es el caldo de cultivo perfecto para el populismo. Las amenazas contra la democracia cada vez tienen más poder. La cuestión es cómo construir soluciones que ayuden a la población a superar los cambios y adaptarse a ellos. Eso se logra con más igualdad, esfuerzos para no perder poder adquisitivo y mejorar la calidad del empleo. Al mismo tiempo ello también puede hacer que la población prefiera cerrar sus fronteras. Por ejemplo, si en Europa se aprueba una renta básica, los ciudadanos podrían aumentar su apoyo a cerrar las fronteras para evitar que otros se beneficien de ello. Es por esto que debemos cambiar la forma de pensar. Tenemos la responsabilidad de compartir la riqueza que proporcionan las nuevas tecnologías. Si no lo hacemos, tendremos una crisis humanitaria enorme.

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