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Reforma tributaria: Todo cambia para que nada cambie

Por el momento, la reforma tributaria parece claramente un paso en falso, aunque se siga publicitando como un avance (todo cambia para que nada cambie).

Germán Verdugo
7 de diciembre de 2016

Esta semana comenzó la discusión definitiva en el Congreso de una nueva reforma tributaria que se destaca por tener algunos elementos del informe final presentado hace un año por la comisión de expertos para la equidad y competitividad tributaria, pero que dista significativamente de ser una reforma estructural que apunte a consolidar un sistema tributario y fiscal que sirva como eje del desarrollo socioeconómico del país.

Esta situación que no es exclusiva de Colombia es la perfecta manifestación de la desalineación de incentivos entre la cosa política y el universo socioeconómico que finalmente determina el curso de una sociedad frente a otras, en cada momento de la historia. Mientras la clase política tradicional sigue mayoritariamente orientada hacia mantener o alcanzar una fuerte posición en el mercado del voto popular para beneficiarse de los dividendos derivados de la administración de los recursos públicos, el escenario socioeconómico sigue con décadas de rezago y al vaivén de coyunturas favorables pero fortuitas; como lo han sido siempre las mejoras en los términos de intercambio en un país productor de commodities sin mucho valor agregado.

En Colombia, la desconexión entre lo que piensan los políticos y lo que es relevante para el desarrollo de la nación es evidente cuando los congresistas responsables de la discusión de la reforma tributaria están muy preocupados por el efecto del aumento en la tarifa del IVA que desde cualquier óptica es de corto plazo, mientras que poco se evalúan y discuten los efectos de lo estructural de la reforma o de aspectos no incorporados en la misma por iniciativa del gobierno.

Al respecto, vale la pena recordar que el informe final de la comisión de expertos enfatiza que el régimen tributario vigente presenta grandes limitaciones, destacando que castiga de manera importante la inversión, el empleo, el crecimiento y la competitividad. Por eso no queda lugar a ambigüedad cuando en el informe se afirma que “solo mediante una actividad empresarial vigorosa que genere de manera dinámica empleos de alta calidad se podrá lograr una sociedad más próspera y producir los recursos necesarios para que el Gobierno, a través de una eficiente asignación y ejecución del gasto público, contribuya de manera eficaz a la lucha contra la desigualdad y la pobreza”.

Si los incentivos de la clase política estuvieran alineados con los intereses de la nación, la discusión sería sobre temas de largo plazo, en particular enfocándose en esta ocasión sobre el costo – beneficio de mantener una alta carga tributaria sobre las empresas, con altos niveles de exenciones tributarias por ejemplo a las ESAL, unos tributos territoriales obsoletos y una alta permisividad con la evasión y la informalidad. Desde esta perspectiva es absolutamente evidente como lo señaló la comisión que “el redisen~o del sistema tributario es una pieza clave del ajedrez para avanzar en materia de desarrollo económico y social”.

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En todo caso, por ahora, el cortoplacismo de las decisiones sigue dominando por la urgencia de reemplazar ingresos públicos temporales como el de impuestos transitorios (GMF e impuesto a la riqueza) o extraordinarios como los derivados de la actividad petrolera. No obstante, entre más tarde comience la discusión de lo importante, más costoso seguirá siendo el cortoplacismo. En Colombia, el IVA no ha sido un freno al crecimiento económico, a pesar de ser relativamente más costoso para las clases menos favorecidas, por eso el hecho de no aumentar la base gravable de este impuesto debería ser lo crítico de su discusión.

El año pasado la revista Dinero realizó un análisis en el que encontró que en el último cuarto de siglo se han realizado 13 reformas tributarias con la participación del Congreso con el propósito de mejorar el persistente desbalance en las finanzas públicas. En particular, con respecto al IVA, este tributo se incorporó al comercio minorista con una tarifa general de 10% a partir de 1984 que fue aumentada a 12% en 1991, aunque siempre ha mantenido tarifas diferenciales. En 1993 dicha tarifa se incrementó de 12% a 14% y en 1996 nuevamente subió a 16%, con un fugaz recorte a 15% en 1999, que tuvo que ser retirado, para regresar a 16% en 2002. En todo este periodo el promedio de crecimiento económico no ha variado, mientras que el PIB potencial no se ha visto afectado.

Pero realmente interesante es que a juzgar por la tendencia internacional evidentemente manifiesta en meses recientes en países como el Reino Unido, Estados Unidos, España o Italia, la población está cansada de las figuras políticas tradicionales, sin importar si son de izquierda o de derecha. De hecho, en Chile el periodista y hoy senador independiente Alejandro Guillier es segundo en la intención de voto para las elecciones presidenciales de Chile el próximo año, con apenas 5% de diferencia del expresidente Piñera.

En Colombia todavía está por verse esta situación de cansancio reflejado en las urnas, pero 2018 será sin duda desafiante si la actual clase política no toma en cuenta las prioridades de la población. Por el momento, la reforma tributaria parece claramente un paso en falso, aunque se siga publicitando como un avance (todo cambia para que nada cambie).

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