JULIO ANDRÉS ROZO

¿Podremos diversificar nuestra economía para asegurar una paz ambiental?

¿Hay una palabra más mencionada en Colombia que la “paz” en los últimos tres o cuatro años? Muy posiblemente no. La escuchamos por doquier: está presente en el debate político, en la apuesta de nuevas oportunidades de desarrollo económico como el turismo y también, en las dinámicas de reconciliación y convivencia entre nosotros como ciudadanos.

Julio Andrés Rozo Grisales, Julio Andrés Rozo Grisales
30 de mayo de 2019

La inmediatez de la terminación del conflicto armado con las FARC nos presenta escenarios de polarización política, de aceptación o negación social de convivir con ex-combatientes en las calles y como actores del escenario político, de incremento de los cultivos de hoja de coca y de presenciar el asesinato de los líderes sociales por causa de la presencia de nuevos grupos de presión en los territorios que buscan defender sus intereses criminales. Por su parte, las nuevas dinámicas económicas relevan escenarios en donde sectores rezagados se muestran como jalonadores de desarrollo (el turismo y el agro), y donde el país se alinea, a partir de los lineamientos de política pública, a las tendencias de los mercados que inevitablemente nos exigen adaptarnos: la revolución industrial 4.0

Estos escenarios de la historia reciente y de la coyuntura presente dejan abierta la puerta a nuevas preguntas y, por consiguiente, a la búsqueda de sus respuestas no solamente sobre el futuro inmediato de nuestro país, sino también del de mediano y largo plazo: ¿cuáles serán los escenarios que afrontaremos como sociedad? ¿dónde están los posibles escenarios de generación de conflicto y brote de violencia y cómo evitarlos?

A partir de un sesgo natural, derivado de mis convicciones, intereses, prioridades y de mi propósito de vida que resulta ser mi trabajo, veo con preocupación cómo el debate sobre la construcción de la paz persiste en el análisis de aspectos tradicionales que describen la historia de nuestra nación, pero que no proyectan aún con firmeza el futuro de la misma a la luz de un macro contexto: el cambio climático y los conflictos derivados por el acceso a recursos naturales.

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Colombia es un país que ha perdido una gran cantidad de sus recursos naturales en los últimos años. Situación que se ha intensificado con la dejación de armas de los ex-combatientes de las FARC y la falta de gobernabilidad del territorio por parte del Estado. En los últimos 25 años hemos perdido, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), cerca de 6,5 millones de hectáreas de bosque. Las cuencas hidrográficas han reducido su caudal en época de sequía (fenómeno del Niño) y presentan desbordamientos críticos en épocas de invierno (fenómeno de la Niña), lo cual hace que los habitantes del territorio, nuestras carreteras y cultivos sean más vulnerables a los fenómenos climáticos. Sin embargo, estos hechos hoy son considerados como fenómenos ambientales y no como caldo de cultivo para posibles conflictos sociales y de violencia en el futuro.

Así, desplazamientos internos y externos, la escasez de los alimentos y del agua, la posibilidad de generar y asegurar el autosustento por medio del uso legal y delegado de la tierra, son algunos de los aspectos que el debate sobre la construcción de la paz pueden estar dejando escapar en el hoy, pero que con seguridad nos habrán de ocupar en el mañana inmediato. En otras palabras, analizar y gestionar estos escenarios y posibles motores de conflicto, es una necesidad a la cual están llamados a satisfacer los dirigentes políticos, los empresarios, los innovadores y la sociedad civil.

Hemos mejorado: hay optimismo pese a la crisis ambiental

Recientemente terminé un libro que, a mi parecer, debería ser un texto obligatorio en la universidad y para aquellos que quieren mejorar su cultura general. Steven Pinker (2018) escribió con gran optimismo En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. Se trata de uno de esos libros que, a pesar de verse como un bodrio de 740 páginas, una vez terminado le devuelve la esperanza a uno y lo deja con ganas de trabajar por transformar el mundo.

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En resumen, Pinker nos argumenta de una manera empírica cómo el mundo ha mejorado en los últimos 50 años. Somos más saludables, vivimos más y las muertes violentas han disminuido en el mundo, por ejemplo. También expone las mejoras en términos de equidad, derechos humanos, calidad de vida y la generación de conocimiento. En fin, leer este libro provee un refresco al alma y al menos a mí, me permite creer que somos capaces como humanidad de superar los obstáculos que se nos presenten gracias a nuestro ingenio, capacidad de colaborar y ansias de progresar.

No obstante, la evidencia sobre el aumento de la crisis ambiental en Colombia y en el mundo, nos vuelve a traer hacia escenarios pesimistas y de incertidumbre. Quiero convencerme de que es posible asegurar una paz en Colombia si ponemos nuestro ingenio al servicio de la superación de los retos ambientales presentes que hoy en día tenemos (deforestación, estrés hídrico, calidad del aire, por ejemplo), pero que, por falta de una mirada racional y no holística, abstraen estos frentes del análisis de construcción de una paz integral; una paz de los colombianos entre colombianos y de ellos con su territorio y riqueza natural.

En este sentido cabe preguntarse aún con más detalle: ¿Qué nos invoca la invitación de hacer uso de nuestro ingenio para evitar futuros conflictos en nuestro país? Y la respuesta la encuentro en los espacios de coworking en las ciudades y en las selvas que camino cuando trabajo en Caquetá o Guaviare: innovar para lograr diversificar nuestra economía, diversificar nuestra economía para lograr mejorar las rentas medias de los colombianos y con ello, reducir los riesgos de generación de nuevos conflictos.

Al respecto, creo con el optimismo que me dejó el haber leído a Pinker, que es posible mejorar la calidad y condiciones de vida de las personas que en los territorios del país se disputan la tierra y el acceso a los recursos naturales. Es posible si vemos al territorio como un laboratorio de innovación de nuevos ingredientes gestionados de manera sostenible y no como un gran potrero deforestado. Es posible, cuando los ingresos de los colombianos mejoran debido a que los mercados reconocen el factor diferencial de sus ofertas.

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La apuesta que como Nación tenemos para que el pesimismo se traduzca en progreso, tal y como lo sugiere Pinker, es justamente asegurar una paz ambiental por medio del uso responsable de nuestra riqueza natural en nuestros territorios. Que hoy se deforeste es un fenómeno ambiental desde un punto de análisis reduccionista, pero a futuro, es un precursor de potenciales brotes de conflictos y guerras.

Apostarle a la conservación natural o al progreso ha sido el eterno debate entre los ambientalistas y los economistas de antaño. Hoy, es un debate sin trasfondo porque al menos para mi, no es posible concebir la conservación con hambre y con el bolsillo vacío. Conservación y desarrollo pueden convivir de la mano si se hace de manera responsable e innovadora.

Creo en el progreso y en las dinámicas de innovación que están emergiendo año tras año. Veo con optimismo cómo la revolución industrial 4.0 y las redes de colaboración serán los catalizadores de desarrollo de nuevos sistemas de producción y de consumo en los territorios. Le apuesto a los negocios verdes y al turismo de naturaleza como alternativas de generación de ingresos, convivencia y desarrollo local.

El optimismo me aborda y cómo no dejarme llevar por él. Es posible diversificar la economía para que la calidad y los estilos de vida de las personas mejoren. Casos existen: el azaí en el Putumayo, las dinámicas de aviturismo y turismo de aventura en Caquetá, los sistemas de reforestación con el fin de incursión en los mercados voluntarios de carbono en Vichada, Guaviare o Meta. Así que casos hay, nos falta replicarlos para que dejen de ser ejemplos y pasen a ser dinámicas económicas en los territorios.

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No obstante, para que la diversificación de la economía y la conservación sean motores de progreso y garantes de una paz estable y duradera en Colombia, necesitamos responder varias preguntas que nos permitirán hacerlo posible. Entre ellas están:

  • ¿Cuáles son las estrategias más efectivas para llevar la innovación a los territorios que necesitamos y queremos conservar?
  • ¿Cómo logramos que la sociedad civil y en especial los consumidores se conviertan en un actor activo de construcción de paz dentro del escenario de mercado?
  • ¿Cómo lograremos multiplicar los casos de éxito?

Estas son preguntas abiertas que invitan a nuevos debates constructivos. La paz ambiental invita a pensar en una paz más integral. Como Nación, el escenario inmediato de posconflicto nos está llevando a perder tiempo y energía preciosa al enfocarnos en análisis pasionales, políticos y retrospectivos. Es momento de pasar la página y enfocarnos en lo que realmente importa: progreso, desarrollo, conservación y convivencia entre personas y entre ellas con su entorno.

Hasta el próximo jueves

@julioandresrozo