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Petróleo sin suelo: ¿bueno o malo?

El reino saudí parece empeñado en “saturar” el mercado de crudo para sacar del negocio a aquellas explotaciones menos rentables. Esta política de “tirar precios” afecta de forma desigual.

Invitado
22 de enero de 2016

El precio del crudo acumula desde los máximos del actual ciclo (junio de 2014) un retroceso de más del 68% (igualando, en periodo e intensidad, la corrección que sufrió de junio a diciembre de 2008) y se sitúa en su nivel más bajo en doce años.

Esto ha supuesto una pérdida de ingresos para los países productores de casi 1,8 billones de dólares en los dos últimos años, con consecuencias muy negativas para la actividad económica y para las cuentas públicas. Las perspectivas apuntan a que el petróleo permanecerá en niveles muy bajos bastante tiempo. Los más pesimistas no descartan un ajuste hasta niveles inferiores a los 15 dólares por barril en 2016, lo que implicaría una corrección adicional del 50% y lo llevaría a mínimos desde finales de 1998.

La intensificación en las últimas semanas de la caída está asociada al retorno de las dudas sobre China, a la persistente sobreoferta por la guerra de precios que ha puesto en marcha Arabia Saudí, y a la posibilidad de que Irán ponga en el mercado 2,2 millones de barriles al día, gracias al fin de las sanciones. Los factores de oferta continúan siendo dominantes en el movimiento correctivo del petróleo, lo que supone que el efecto neto para la economía mundial será positivo: el crecimiento global se verá algo beneficiado en 2016, siendo Europa uno de los mayores ganadores (importa prácticamente todo lo que consume y su sector petrolero no tiene un peso relevante). No obstante, el impulso al crecimiento global podría ser finalmente menor de lo que estiman los modelos tradicionales (como ha ocurrido en 2015) y podrían activarse riesgos: si el crudo cae demasiado acentuará la inestabilidad financiera en los países y sectores más perjudicados, contrarrestando los efectos positivos en los favorecidos. Por tanto, un petróleo “demasiado barato” puede ser contraproducente, lo que explica el nerviosismo en los mercados financieros.

Los productores de Oriente Medio tienen mucha dependencia de los ingresos del petróleo y la fuerte caída se ha traducido en deterioro de los saldos fiscales. Especialmente llamativo es el caso de Arabia Saudí, que cerró 2015 con un déficit del 15% del PIB (-3,4% en 2014 y +8,5% en media de los 13 años previos), forzando la aprobación de ajustes fiscales para 2016: destacan los recortes en las subvenciones al carburante y al agua, así como los planes para privatizar parte de Aramco, la mayor empresa petrolera del mundo. Pese a ello, el reino saudí parece empeñado en “saturar” el mercado de crudo para sacar del negocio a aquellas explotaciones menos rentables: unas 30 empresas petroleras estadounidenses, con deudas por más de 13.000 millones de dólares, ya se han acogido a la ley de protección de la bancarrota.

Esta política de “tirar precios” afecta de forma desigual. Dentro de la región, Kuwait, Qatar y EAU son los que cuentan con un mayor “colchón”: tienen suficientes activos (reservas en el banco central y en sus fondos soberanos) para mantener su gasto público en los niveles actuales durante más de una década. Menos robusta es la posición de Bahréin, Omán y la propia Arabia Saudí, que podrían aguantar un máximo de cinco años. En el caso de Irán, el beneficio del aumento en la producción que se prevé tras el levantamiento de sanciones (el doble del actual) podría verse muy limitado por la caída de los precios.

En Nigeria, el nuevo gobierno ha presentado un presupuesto muy expansivo en el que los ingresos por petróleo siguen representando el 75% del total. Esto hace que las previsiones de déficit público que maneja el FMI puedan resultar muy optimistas. En Rusia, al “efecto crudo” hay que sumar el daño provocado por las sanciones internacionales. En Venezuela, el impacto del desplome de los precios del crudo sobre una economía casi totalmente dependiente del petróleo ha sido la puntilla para un país que viene arrastrando problemas estructurales muy graves: el PIB retrocedió un 10% en 2015 y la inflación escaló hasta el 190%. Este fuerte deterioro ha generado el descontento social que ha propiciado la derrota del chavismo en las elecciones legislativas de diciembre.